José Emilio Pacheco, la Biblia y el versículo
- Evodio Escalante - Sunday, 26 Nov 2023 07:47
Los caminos de la Revolución son inescrutables, y a menudo se quedan como promesas no cumplidas. Al predominio de la cultura católica en los países de habla castellana, y a la disposición que durante muchos años sostuvo la Iglesia para que la población civil no tuviera acceso de modo directo a la lectura de la Biblia, de modo que no pudiera conocerla sin la vigilancia y la mediación de los sacerdotes, se debe que la monumental traducción de Casiodoro de Reina conocida como la Biblia del oso, cuya primera edición se realizó en Basilea, Suiza, en 1569, haya permanecido ignorada tanto en España como en los territorios de América colonizados entonces por la Corona española. La misma institución política que había ordenado la expulsión de los judíos de España en 1492, justo el año de la Conquista, persiguió al extremeño Casiodoro de Reina y prohibió la circulación de esta traducción en los países que integraban el poderoso imperio. Durante varios siglos, la única traducción que los católicos pudieron leer fue la que se conoce como la Vulgata, la versión al latín realizada por San Jerónimo. Es la que pudieron leer tanto Carlos de Sigüenza y Góngora como sor Juana Inés de la Cruz.
La prohibición de leer la Biblia en su versión al español tuvo sin duda consecuencias devastadoras en nuestra cultura, fue tanto como haber prohibido la lectura de Don Quijote de la Mancha, la extraordinaria novela de Miguel de Cervantes Saavedra, un verdadero monumento lingüístico y uno de los tesoros de la cultura en castellano. Ha sido José Emilio Pacheco uno de los escritores mexicanos que más énfasis ha puesto en el significado de este hueco en la historia de nuestra cultura. En uno de sus famosos Inventarios, en efecto, Pacheco ha deplorado que le hayamos “dado la espalda” a este tesoro literario. En su texto “‘Voz de la Biblia y verso de Walt Whitman’: Nota sobre León Felipe y la tradición del versículo”*, Pacheco lamenta el significado de esta omisión cultural. Por ello, desde
el arranque de su texto, Pacheco afirma categórico: “La literatura española tiene una obra maestra desconocida en la Biblia que tradujo Casiodoro de Reina en 1569 y que revisó Cipriano de Valera en 1602.” De manera encarnizada, los reyes de España, sobre todo la Inquisición, persiguieron a sus traductores y castigaron a quienes se atrevieron a tener en sus casas un ejemplar de esta obra motivo de anatema.
Se explaya Pacheco: “Ya que se trata de la Biblia protestante no igualada como verso ni como prosa por ninguna de las Biblias católicas, nuestra cultura ha vivido a espaldas de ella, a diferencia de lo que ocurre en lengua inglesa.” Aquí Pacheco alude sin duda a la famosa Biblia King James, que es la que leyeron tanto Milton y Melville como Walt Whitman y que, por cierto, también fue la que conoció Jorge Luis Borges, que hablaba y leía en inglés desde que era niño sin duda bajo la influencia que ejerció en él su abuela Fanny Haslam. Esta referencia inglesa, por crucial que se antoje, no debe hacernos olvidar que la traducción que preferentemente utiliza Borges en la elaboración de sus textos es la de Reina-Valera en su revisión de 1909. Volveré un poco más adelante sobre este último dato que está lleno de consecuencias.
“Belleza lingüística y expresiva”
Prosigo citando a Pacheco: “El hecho de que la lectura de la Biblia no haya sido parte de la cotidianidad en el orbe hispánico, excepto para las iglesias protestantes, explica que no abunde, ni siquiera entre poetas y críticos, la conciencia de que existe el versículo. Se diría que hay una resistencia literaria, tan ortodoxa como la que ha perdurado en el terreno de la fe, pues todo lo que no es verso, cuando más de catorce sílabas, tiende a ser juzgado como prosa, poética si se quiere pero prosa.” El comentario de Pacheco parece excesivo, pero no lo es. Cito un caso. En su erudito Diccionario de la métrica española (Madrid, Alianza Editorial, 2016), José Domínguez Caparrós formula este disparate para definir el versículo: “es una modalidad de la prosa que por su condición se considera más cerca del verso.” (El subrayado es mío.)
En su documentado e imprescindible libro Biblia, cultura y literatura en los 450 años de la Biblia del oso, Leopoldo Cervantes-Ortiz destaca el enorme aprecio que tendría el fallecido Carlos Monsiváis por la traducción de Reina-Valera y, de modo particular, por la revisión de 1909, “por su belleza lingüística y expresiva”, punto en el que coincide del todo con el gran Borges. Puedo suponer que esta predilección del autor de Días de guardar y del Catecismo para indios remisos se debe a la presencia de su madre, la diaconisa Ester Monsiváis, quien sin duda le inculcó a Monsiváis desde niño el aprecio por esta traducción. Pero no termina aquí la historia. Según afirma Cervantes-Ortiz, Carlos Monsiváis habría transmitido el entusiasmo por esta traducción a sus amigos José Emilio Pacheco y Sergio Pitol.
De manera extraña, sin embargo, la versión de la Reina-Valera que Pacheco da por buena en su comentario, no es la revisión de 1909, que como se ha visto era la que preferían tanto Monsiváis como Borges, sino la de 1960, que es a la que normalmente ha tenido acceso mi generación. ¿Difieren ambas versiones? Yo diría que sí, y a veces mucho, en dos aspectos: en la elección del vocabulario y en el respeto al auténtico versículo que la versión de 1960 a menudo abandona para ajustarse a los hábitos a que nos ha acostumbrado la versificación castellana.
Para claridad de quienes lleguen a leerme, pongo un ejemplo tomado del capítulo 3, versos del 11 al 13 del libro de Job. La versión de 1960 nos deja leer: “11. ¿Por qué no morí yo en la matriz/ O expiré al salir del vientre?/ 12. ¿Por qué me recibieron las rodillas?/ ¿Y a qué pechos para que mamase?/ 13. Pues ahora estaría yo muerto, y reposaría;/ Dormiría, y entonces tendría descanso.”
Transcribo ahora la revisión de 1909: “11. ¿Por qué no morí yo desde la matriz, o fui traspasado en saliendo del vientre?/ 12. ¿Por qué me previnieron las rodillas? ¿y para qué las tetas que mamase?/ 13. Pues que ahora yaciera yo, y reposara; durmiera y entonces tuviera reposo.”
Esta última versión es más violenta: en lugar de “expiré” anota “fui traspasado”, lo que evoca la acción de una espada. En lugar de “pechos” alude a unas “tetas”, que es mucho más popular, y no rehuye, sino al revés, busca la reiteración rítmica de un término: el “reposara” se acopla con el “tuviera reposo” del último versículo.
La diferencia parece todavía más clara si acudimos a la versión que utiliza el propio José Emilio Pacheco y que se apega a las líneas iniciales de este mismo capítulo 3 de Job. Acaso no sin sorpresa, observa Pacheco: “Reina y Valera tradujeron el pasaje como texto poético: “Perezca el día en que yo nací./ Y la noche en que se dijo: Varón es concebido,/ sea aquel día sombrío,/ y no cuide de él Dios desde arriba,/ ni claridad sobre él resplandezca.”
En efecto, la versión de 1960 se ajusta a lo que en la actualidad llamamos texto poético: por eso nos regala con una disposición regular de cinco versos (subrayo la expresión versos), no importa que de métricas distintas; en alto contraste, y este contraste es también de índole histórica, la Reina-Valera en su revisión de 1909 conserva la disposición en versículos, atendiendo en todo y por todo a la forma hebrea que le sirve de sustento: “3. Perezca el día en que yo nací, y la noche que se dijo: Varón es concebido./ 4. Sea aquel día sombrío, y Dios no cuide de él desde arriba, ni claridad sobre él resplandezca.”
Lo que en la versión antigua nos da dos versículos, se convierte en cinco versos en la revisión de 1960. Estimo que la diferencia para nada es trivial. Es una lástima que el erudito Pacheco, a cuyos textos estamos obligados a recurrir todos los que nos ocupamos de temas literarios, no haya advertido que en la revisión que él da por buena el versículo propio de la tradición bíblica ¡ha desaparecido!.
*José Emilio Pacheco, Inventario. Antología, t. II. México, Ediciones Era, 2018, pp. 97-103.