La otra escena
- Miguel Ángel Quemain | [email protected] - Sunday, 26 Nov 2023 08:17



Amor y rabia, escrita y dirigida por David Olguín pone en escena la complejidad de un autor habitado por los fantasmas más ricos de los últimos veinte años del siglo XX y los primeros veinte del siglo XXI. En esas cuatro décadas están los fantasmas del movimiento estudiantil del ’68, los antecedentes políticos de su origen inmediato, el que inauguró los autoritarismos que salieron al banderazo de fines de los años cincuenta.
Es una obra movilizada por cinco jóvenes de una energía inmensa. La de mayor experiencia es Laura Almela y su(s) personaje(s) articula(n) ese deseo (Olguín lo llama Amor) y esa rabia que se convierte en un vector extraño del conjunto de emociones y sentimientos que le permiten a los personajes precipitarse en una constelación de encuentros y desencuentros, consigo mismos y con los otros.
Parece que están muy seguros de dinamitar un mundo que se ha propuesto devorarlos sin éxito, aunque nadie se ha salvado de las mutilaciones en ese combate asimétrico donde el poder y el autoritarismo han mordido sus corazones ahora llenos de coraje, de resentimiento y de rabia. También de amor, pues en sus encuentros hay mucho de la fatalidad trágica que hace del azar un nudo indisoluble aun para la muerte.
Amor y rabia está habitada por las lecciones cinematográficas y teatrales más interesantes sobre los movimientos sociales: desde Costa Gavras hasta Jaime Humberto Hermosillo, de Littín a Vicente Leñero e Ibargüengoitia, de Godard a Fassbinder. Hay en el espacio también un recordatorio de muchas de las escenas que hemos visto también como ironía y panfleto en Bergman, Greenaway y Wenders.
Pienso en el cine porque la dimensión de lo teatral todavía no tiene un alcance colectivo tan poderoso. Muchas de esas imágenes las hemos compartido en documentos grabados, filmados, fotos y crónicas que nos hablan de un teatro alemán, francés e inglés que no ha sido inmune al compromiso político en sus dimensiones más radicales, comunistas y anarquistas, y que han puesto en la discusión el terrorismo, esa forma de la política donde la muerte de los inocentes alerta a todos sobre los alcances y peligros del odio/la Haine.
Dije que el espacio es la extensión del espíritu y cómo no, si es Gabriel Pascal el autor de la escenografía y la iluminación, con su seriedad y su humor fino y profundo que borda sobre las paredes un universo plástico y verbal de enorme impacto, y que tapiza ese juego de cuerpos y escaleras, que nos ubica en esos úteros oscuros y contiguos habitados por la violencia más sincera y poderosa en nuestros días.
Pascal ha tapizado las columnas que sostienen ese teatro entrañable con fotografías impresas en papel bond de criaturas desaparecidas, seres que nos han sido arrebatados y que corresponden a los desolados que buscan a sus animales de compañía con la misma fruición con que otros lo hacen con sus humanos desaparecidos. Al final entendemos, como lo afirma Borges en el Informe de Brodie, que todos terminamos alimentándonos de carne humana.
Laura Almela pone la muestra de cómo se puede actuar detrás de una máscara y nos enseña el valor de la mirada, de la corporalidad en lo que tiene de estructural y de animación expresiva. Uno que la mira con la devoción con la que se contempla lo perdurable se da cuenta de que se ha creado una especie de vórtice donde se movilizan estos jóvenes actores que tienen vida propia, pero se saben poseídos por el magnetismo de esa poeta que trabaja para el director y para el poema.
Una cosa más, después de este montaje las obras sobre adolescentes radicales y furiosos tendrán que ser distintas. Parece que ya los tiempos de Amor sin barreras y Zoot Suit se quedaron en el siglo XX. Esta obra es una de las hipótesis más interesantes sobre lo que llamamos el bloque negro en las manifestaciones públicas y del que todavía se ha dicho muy poco. Domingo a las 18 y lunes a las 20 horas en El Milagro.