Biblioteca fantasma

- Evelina Gil - Saturday, 02 Dec 2023 21:50 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La eternidad del segundo

 

El 4 de mayo de 2001, un hombre que podría tener cualquier edad entre los treinta y los cincuenta años, aguarda a alguien frente a una salida del Metro mientras consume un cigarrillo detrás de otro y procura establecer contacto con ese alguien que no llega a través de un teléfono público de tarjeta. Entre calada y calada, una llamada fallida tras otra, el hombre llamado Mario contempla no sin cierto desdén las huestes de oficinistas torpemente perfumadas que cada tanto emergen a la superficie y, en medio de lo que pareciera un plantón seguro, no puede evitar sentirse muy apartado de quienes componen aquella nube de conformistas tan de espaldas al arte y la armonía, a las decepciones como la que lo avasalla en ese instante eterno.

Cada capítulo de la novela El tiempo real, de Luis Tovar (Universidad de Guanajuato, 2018), avanza sólo un minuto de la misma fecha, 4 de mayo de 2001, pero a través de las reflexiones y recapitulaciones de este hombre que parece irremediablemente condenado a esperar, transcurren historias de amores frustrados que están surcadas por aquel pertinaz compás de espera. Llegamos a conocer muy poco a Mario, sabemos que es redactor de una revista y con un matrimonio fallido a cuestas, acaso porque su hermetismo de hombre duro, “resignado”, le impide ahondar sobre trivialidades, que de tales nos construimos ante los ojos del mundo. Opta por narrarse a través de lo que un hombre no se atrevería a contar de sí mismo a los demás: sus sentimientos y los elaborados disfraces con los que camufla su vulnerabilidad. Es muy poco común en la literatura mexicana que un personaje varón aborde con tal sensibilidad y bronca lo que experimenta ante el amor, en especial cuando éste se le entrega y se le niega.

Beatriz es la mujer con la que emprende un viaje a Real de Catorce, escenario de gran parte de sus recuerdos. Una mujer que ha llegado a su vida de manera por completo fortuita, como invadiéndola, y a los pocos días se encuentra ya instalada con él en la habitación matrimonial, en un pintoresco hotel de ese infierno que parece creado ex profeso como escenario para westerns de Hollywood. Lo que, de entrada, pareciera una circunstancia idílica, crea una gran confusión tanto en Mario como en el lector. Esa Beatriz con la que comparte la cama en lo que pareciera un pacto de castidad, se trata, en realidad, de algo mucho más pérfido y enfermizo, pues parece haber llegado a su vida para hundirle el puñal de una soledad más perniciosa que la soledad a la que se había habituado. Más que mujer es una metáfora del desamor, un estado de ánimo: un cuerpo semidesnudo que, lejos de inflamar su lujuria, le hace experimentar un tremendo desasosiego. Un poco como el personaje dantesco al que, intuyo, debemos su nombre, esta Beatriz está sin estar: intocable. Escucha silenciosa y atenta lo que él tiene que decir, no concretamente a ella sino al mundo, pero no se permite un solo gesto de consuelo ni un remedo de afecto. No se sabe si se trata de una mujer monstruosamente narcisista, que incluso pudiera estar disfrutando el permanente estupor del hombre al que insiste en seguir y acompañar, o de una figura retórica. Me atrevo a apostar que es ambas, porque la presencia es lo bastante concreta para colegir que se trata de una cantante con una vida llena de relaciones insustanciales que pudieron haber hecho de ella una suerte de talla emocional.

Alejandra irrumpe en su vida en el minuto de mayor desesperación de Mario ante el episodio de Beatriz. Lo acoge en un abrazo espontáneo que invita no a llorar contra su pecho, sino a reír como nunca hizo con la mujer intocable y traspasable. Pero a veces el hallazgo conduce a otra pérdida incomprensible, a mantener la espera frente al humo de un cigarrillo y ante un boquete que arroja un gentío indiferente al dolor, propio y ajeno, algo similar a algún círculo del infierno donde el sufrimiento se sucede hasta perderse la noción del fuego y del tiempo.

 

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