Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Saturday, 02 Dec 2023 21:52 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nombres propios

 

Otras veces, la memoria sale a la calle con nombre propio y/o con nombre expropiado. Si acaso no hasta
la victoria siempre, al menos sí hasta el cansancio,
hasta que aburra como clase de solfeo, pero también, ¿por qué no?, como canto de clase, o como clase de canto, que no es igual pero da lo mismo.

Ahora la memoria sale a la altura de Vallejo, es un decir. Y así como hoy el colectivo #Redretro cambia el nombre y el emblema de la estación La Raza del Metro por el nombre de Gaza y por la bandera de Palestina, así también la mañana del 2 de octubre de 1971, estudiantes de la Prepa 9 salieron a pintar con chapopote el nombre de Tlatelolco sobre los letreros de la avenida Insurgentes Norte.

Eran, en ese orden, alumnas y alumnos. Aunque Galo Camacho fuera el primero, siempre hubo más ellas que ellos. Fabiola Villegas, Cristina Eguiluz, Lupita Ríos, María Esther Ibarra, Marilú Carrasco, Gabriela Becerra, Xóchitl Ramírez, Maricarmen Cortés... El grupo 619, del área de Artes y Humanidades, del noveno plantel de la Escuela Nacional Preparatoria, era imperfecto, acéfalo y heroico. No se hacían demasiadas ilusiones, al contrario, ellos bromeaban con la nomenclatura de calles, barrios y ciudades, poniéndoles los nombres que tendrían cuando triunfara la revolución. Xochimilco sería Zorrimilco; la calle de La Fortuna sería La Toñísima; Ciudad de México, Bonfiltitlán; el estado de Hidalgo, Agustingrado. Pero, ojo, primera imperfección, ellos jamás compartieron con Galo esos laureles improbables, mucho menos con ellas.

Ese grupo había organizado una especie de Comité de Lucha tras la matanza del Jueves de Corpus. No tenía dirigentes. Sin embargo, tenía propósitos claros, mantener organizada e informada a la base estudiantil, en protesta por las masacres del 2 de octubre del ’68 con militares y del 10 de junio del ’71 con halcones paramilitares. El enemigo principal era el gobierno del máximo responsable civil de ambas masacres, el entonces presidente Luis Echeverría, que por un lado impedía totalmente las manifestaciones callejeras, mientras por otro ofrecía la apertura democrática pregonada por Fernando Benítez (el capo de la mafia intelectual) y por Carlos Fuentes (a quien el poeta Leopoldo Ayala llamó “el halcón de la literatura mexicana”).

Vaya que se necesitaba heroísmo para ser activista en la zona donde, aparte del porrismo habitual, estaban las principales madrigueras del Opus Dei y de los fascistas del MURO (Movimiento Universitario de Renovadora Orientación). El MURO era el que más hostigaba, el que reventaba asambleas cuando podía (o sea cuando escaseaba la participación política del alumnado) y el que arrancaba por las noches los periódicos murales puestos a diario por el 619… La única vez que el MURO se atrevió a quemar el periódico en horas de clases, Galo fue el primero en tratar de impedirlo… Además de varas, chacos y manoplas, traían al menos una pistola, pero el incidente no pasó de golpes y narices rotas.

Las memorias, los ideales, los intereses que animaron a quienes hoy cambian los nombres propios de La Raza por el de Gaza y ayer cambiaron el de Insurgentes por el de Tlatelolco, impulsan a diversas organizaciones de ideología socialista a unirse para ampliar los avances políticos y sociales registrados desde el triunfo electoral de 2018, así como para constituir una izquierda anticapitalista, ecosocialista y democrática, según informa Rogelio Hernández López en https://lalupa.mx/2023/11/27/ya-son-31-grupos-socialistas-y-comunistas-para-atajar-a-la-derecha-y-profundizar-la-4t-rogelio-hernandez-lopez/.

 

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