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Brutalismo arquitectónico en México
Al exterior, los materiales son aparentes, las estructuras de concreto y sus expresivos descimbrados son característicos; de volúmenes geométricos puros, su inserción en el tejido urbano, muchas veces es contrastante, en tanto los fluidos o intrincados interiores responden a su destino, terrenos y recursos. Así es la masiva y monumental arquitectura brutalista, pero estos son sólo los elementos que se distinguen a partir del calificativo que la denomina. Ejemplos de edificios públicos o privados en nuestras ciudades son la plaza fuente de los prismas (1974) en Guadalajara, de Fernando González Gortázar; el INFONAVIT (1974-1975), de Teodoro González de León y Abraham Zabludovsky, y la casa Moebius (1978), de Ernesto Gómez Gallardo.
Sin embargo, en la magnífica exposición del Museo de Arte Moderno, Axel Arañó, su curador invitado, amplía que el brutalismo en la arquitectura se define por la expresión breton brut, “dada a los concretos de acabados toscos” y aparentes “que usó Le Corbusier a partir de la postguerra”. Ese elemento ordenó cierta producción posterior distinguiendo “una actitud” que venía de antes y compartió “características formales y constructivas”. Un movimiento formalizado, continúa Arañó, con la aparición del famoso artículo, “The new Brutalism” de Raynar Banham, pero que no fue un “ismo” más, no nació de un manifiesto producto de un cenáculo que compartiera aspiraciones y acotara sus particularidades, por la cual, tampoco fue un estilo. La explicación de su éxito mundial se debe a la economía que, al eliminar “acabados”, diversos artífices usaron con soluciones brutalistas logrando así reconstruir Europa.
En los países latinoamericanos esas premisas se aclimataron, pues la pobreza ha condicionado siempre nuestras edificaciones. Dicha sensibilidad ante un contexto elemental fue una de las actitudes que compartieron esas soluciones.
De entre los ejemplos que pueden admirarse en la exposición, desde 1920 hasta hoy, con énfasis
en las décadas de 1960 a 1980 (el gran Multifamiliar Miguel Alemán (1946-48), de Mario Pani; o el excelente Centro Cultural Teopanzolco (2017) de Isaac Broid y PRODUCTORA), las que más interesan y vale la pena recordar e incluso visitar, no por ser buenas o malas, sino por representar una época y un régimen, son aquellas que coinciden con la cumbre e inicio del derrumbe de todo un sistema autoritario que no por casualidad se reflejó en ellas: el extraño Colegio Militar (1976), de Agustín Hernández y Manuel González Rul, con su obvio edificio para la dirección, tras un enorme mascarón, o la capilla que es la cruz de la séptima caída; el raro Palacio Municipal de Nezahualcóyotl (1975), Estado de México, de Francisco Alcalá; o el excedido centro Cultural Otomí (1980), en Temoaya, Estado de México, de Iker Larrauri y Carlos Obregón. Edificios desmedidos, anecdóticos y ramplones.
El documental Mexico: from Boom to Burst, 1940-1982, WGBM, 1988, incluido en un par de cortes que pueden verse en la exposición, contiene imágenes sin desperdicio, las cuales reflejan a esos gobiernos, su estética y, obvio, su arquitectura. Desde un helicóptero se contempla una geografía brumosa; poco a poco se distinguen cientos de tractores formando figuras. La edición se interrumpe y vemos desde tierra cómo la nave se aproxima. Es Teotihuacán. Es septiembre de 1981. Un presidente, quien creía ser la reencarnación de Quetzalcóatl, desciende del cielo y se posa en la ciudad sagrada. Viene de un lugar inescrutable. Es la representación de un poder teocrático. Se abre la escotilla y baja vigoroso, despeinado, traje sport, entre una polvareda y siluetas de pirámides definidas por volúmenes geométricos puros con perfiles de tezontle y basalto aparentes. Es una entrega de tractores a los sectores campesinos organizada por el gobierno movilizando un contingente inmenso y agradecido, que recibe dádivas del cielo; él goza su consagración. En esta exposición puede entenderse algo más que la arquitectura monolítica de una época l