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El fanatismo artístico de Vargas Llosa

‘Le dedico mi silencio’, Mario Vargas Llosa, Alfaguara, España, 2023.
Leopoldo Cervantes-Ortiz

 

Sea o no la última novela de Mario Vargas Llosa, se trata de una obra que “clausura” el boom de la novela latinoamericana. Así lo dijo en el marco de la Feria Internacional de Guadalajara (2016): “El boom pues ya no existe, y yo soy en cierta forma el último sobreviviente de lo que se llamó boom. Y me toca el triste privilegio de tener que apagar la luz y cerrar la puerta.” Se muestra como un auténtico esfuerzo por ajustar cuentas con varias cosas: con el Perú como país prototípico, con la música criolla de ese país y con el arte mismo de la novela. En treinta y siete capítulos la novela se deja leer como un esfuerzo de búsqueda o de reconstrucción a trasmano de la figura de Toño Azpilcueta, alter ego del autor. La intensa reconstrucción de la historia de la música criolla hace del libro un retorcido vademécum de nombres, géneros y derivaciones de la expresión más popular y tradicional, al grado de que el narrador apuesta todo a fin de demostrar que esa música no sólo expresa el verdadero ser nacional, capaz incluso de reconciliar a la población en los años de Sendero Luminoso.

Desfilan así los nombres de figuras tutelares de la historia musical peruana: Felipe Pinglo Alva, César Santa Cruz Gamarra, Lucha Reyes y muchos otros. Sobre la negra Reyes, la descripción es milimétrica: “Ese vals, que era bajito, afeminadito, educadito, ella lo había convertido en un estruendo y en algo a la vez muy refinado.” A ellos se agregan los de Chabuca Granda y Cecilia Barraza, aún vigente en el escenario peruano. La única actuación de Lalo Molfino presenciada por Azpilcueta da pie a todo el movimiento que recrea la novela, con el mismo frenesí que ameritaba haber encontrado al mayor guitarrista peruano. La descripción del suceso en el tercer capítulo, sin ser tan extensa, es una lección en el arte de percibir la atmósfera producida por el músico en cuestión: “No, no era simplemente la destreza con que los dedos del chiclayano sacaban notas que parecían nuevas. Era algo más. Era sabiduría, concentración, maestría extrema, milagro.”

Homenaje totalizante: acaso esa sea la fórmula más adecuada para resumir el libro y verlo como una fecunda combinación entre relato y ensayo, al abordar teóricamente los aspectos minuciosos del análisis cultural sobre el vals criollo, que en casos como “Ódiame” dejaron las fronteras de Perú para invadir otras latitudes. El autor fue el poeta Federico Barreto (1862-1929), aunque el texto lo alteró Rafael Otero, quien lo musicalizó. Junto con “El plebeyo”, de Pinglo Alva (“Piense usted […] en los corazones desgarrados por la injusticia social”), son ejemplos sublimes de la huachafería, modismo referido a la cursilería, el kitsch, aunque con grandes diferencias de fondo, sobre todo porque, como lo define el narrador, “esa gran distorsión de los sentimientos y de las palabras que, estoy convencido de ello, acabó convirtiéndose en el aporte más importante del Perú al mundo de la cultura”. Incluso César Vallejo, José María Eguren y, sobre todo, José Santos Chocano, fueron tocados por ella.

En el capítulo XXVI desemboca toda la parte “teórica” que se ocupa de la huachafería, trazando puentes desde la etimología profunda hasta la definición un tanto rigurosa: “La huachafería no pervierte ningún modelo, porque es un modelo en sí misma; no desnaturaliza los patrones estéticos sino, más bien, los implanta, y es no la réplica ridícula de la elegancia y el refinamiento, sino una forma propia y distinta, peruana, de ser refinado y elegante. […] a tal extremo que se puede establecer una ley sin excepciones: para ser bueno, un vals criollo debe ser huachafo.” En su delirio reconstructivo, Azpilcueta no deja de incorporar a los escritores más renombrados para subrayar esa característica nacional y tan nacionalista: Bryce Echenique, Salazar Bondy, Scorza, el más huachafo de los huachafos. Ribeyro sería la gran excepción.

Cuando por fin Azpilcueta consigue terminar el libro con su nuevo título, la narración se enfila hacia su consumación por la obsesión de demostrar su tesis que amplía indefinidamente hasta deformarla: el vals unirá a todos los peruanos sin distinción de origen o clase social y que extrapola hasta la náusea con sus excesos explicativos, históricos y filosóficos.

Si la obra de Vargas Losa concluye con esta novela, los lectores se pueden dar por bien servidos gracias a la extrema fidelidad literaria que ha mostrado desde sus inicios.

 

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