(1944-2024) La luz y el fuego de José Agustín

- Alejandro García Abreu - Sunday, 28 Jan 2024 09:34 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
José Agustín Ramírez Gómez (Guadalajara, 1944-Cuautla, 2024) murió el pasado martes 16 de enero a los setenta y nueve años de edad. Alumno destacado de Juan José Arreola y autor de libros esenciales para la literatura mexicana como ‘De perfil’ (1966), ‘El rock de la cárcel’ (1986), ‘Cuentos completos’ (2001), ‘Los grandes discos del rock’ (2001) y ‘Vida con mi viuda’ (2004), entre muchos otros, José Agustín es un icono de la contracultura mexicana.

 

La contracultura mexicana

La obra de José Agustín fue descrita por múltiples críticos literarios como parte de la contracultura mexicana. Mezcló la alta cultura con el rock. La música resultó primordial para su vida y su creación. Su obra resulta un compendio de disertaciones vitales y literarias.

Suscribo lo escrito por la periodista Erika Rosete: “Su literatura […] ha marcado en México un parteaguas que rompió con el canon literario de la época y que irrumpió con fuerza gracias al lenguaje coloquial, tradicional y desenfadado que dio identidad y lugar a miles de jóvenes mexicanos que por primera vez veían en la literatura nacional un espacio en el que se sentían representados. Su obra […] confluye con la cultura popular de la época, sonorizada por el rock y los autores que más le influenciaban…”

 

Una trayectoria meteórica

José Agustín fue miembro del taller literario de Juan José Arreola. Bajo su tutela publicó La tumba (1964), su primera novela. Escribió también ensayos, piezas teatrales, crónica y guiones cinematográficos. Asimismo dirigió el largometraje Ya sé quién eres (te he estado observando), de 1971. Entre sus libros sobresalen De perfil (1966), Inventando que sueño (1968), Se está haciendo tarde (final en laguna) (1973, Premio Dos Océanos del Festival de Biarritz), El rey se acerca a su templo (1975), Ciudades desiertas (1982), Cerca del fuego (1986), El rock de la cárcel (1986), No hay censura (1988), La miel derramada (1992), La panza del Tepozteco (1993), Dos horas de sol (1994), La contracultura en México (1996), Cuentos completos (2001), Los grandes discos del rock (2001), Vida con mi viuda (2004, Premio Mazatlán de Literatura) y Armablanca (2006). Publicó los tres volúmenes de Tragicomedia mexicana (1990, 1992, 1998). Fue becario del Centro Mexicano de Escritores y de las fundaciones Fullbright y Guggenheim. En 2011 recibió el Premio Nacional de Ciencias y Artes en el área de Lingüística y Literatura y obtuvo las medallas al Mérito de Bellas Artes y al Mérito Artístico de la Asamblea Legislativa de Ciudad de México.

 

La primera novela

Rito iniciático, estampa generacional de un estilo sucinto y simultáneamente vertiginoso, La tumba –el primer libro de José Agustín– oscila entre los abismos del ser y la libertad. Crucial para una legión de lectores jóvenes ávidos por leer algo que los representase, el escritor se dio a la tarea de crear un universo afín a múltiples personas.

“Partí a gran velocidad hacia las afueras del Distrito. Encendí la radio: hablaban de Chéjov. Sonreí al pensar otra vez: ¡No está mal si mis cuentos son confundidos con los de Chéjov!”, escribe José Agustín. Posteriormente afirma: “Estaba concentrado en el poema escrito cuatro meses antes: lo encontré al hurgar en unos papeles guardados hacía tiempo en un portafolios. Recordaba perfectamente mi estado de ánimo al escribir ese No soy nada y soy eterno. La sucesión de ideas […], el final con Germaine, etcétera. Incluso, recordaba demasiado bien la mirada de aquel mendigo al pedirme la limosna.”

 

El rock

José Agustín capturó la voz de una época marcada por el rock y la psicodelia. En El hotel de los corazones solitarios se lee: “José Agustín es rock. También es roquero, que no es lo mismo. Nunca oculta cuánto le entusiasma y le inspira el rock, ha sido meticuloso documentándolo, conoce su origen, su historia, sus consecuencias y sus efectos, pero más que eso, José Agustín es una de las más notables manifestaciones del rock mexicano, probablemente mucho más potente y más significativa que buena parte de las bandas que han surgido en este país.”

 

La onda y su negación absoluta

El autor comentó que Margo Glantz lo colocó a la cabeza de una corriente literaria a la que ella misma denominó como la onda. Sobre el asunto, el escritor confesó: “De ese término yo no soy responsable, Margo Glantz fue la que le puso así. Es una minimización de lo que era la idea de esa literatura. Si las normas no respondían a lo que ellos querían, entonces no servían.” José Agustín se negó a pertenecer a “una corriente literaria.”

 

Lecumberri y el proceso creativo

El rock de la cárcel es la autobiografía de José Agustín. Ahí narra su experiencia en la cárcel de Lecumberri tras un operativo liderado por Arturo el Negro Durazo en diciembre de 1970. El escritor fue detenido, acusado de tráfico de marihuana y de pertenecer a una banda internacional de narcotraficantes.

Había consumido marihuana con su pareja tras vacacionar en Acapulco. Cuenta que conoció a José Revueltas en la cárcel. En el libro reflexiona sobre su precoz proceso creativo: “Pero siempre tuve buenas relaciones con el sentido común. Era obvio que estaba muy bien dotado para la literatura, pero que mi desarrollo apenas comenzaba. Todo había ocurrido sin que yo lo buscara, pero en realidad siempre había sido ambicioso, temerario y audaz. Traté de propiciar la buena fortuna que disfrutaba y nunca me cerré a cualquier cosa que promocionara mis libros sin traicionar, eso sí, una base de principios bien tangibles que en ese momento los sintetizaba la frase de Dylan: para vivir fuera de la ley hay que ser honesto. Me consideraba, y estaba, completamente dentro de la corriente y a la vez al margen, embarcado en un sueño solitario que, por suerte, muchas veces coincidía en lo que me parecía lo más avanzado de la sociedad: artistas, intelectuales y gente de izquierda. Yo me sentía con derecho a criticar todo…”

 

Aproximaciones a la muerte

En Vida con mi viuda José Agustín escribe: “Sin embargo, descubrí que en realidad no me importaba demasiado si mi muerte les dolía o no. ¿De qué se trataba? ¿De averiguar quién verdaderamente me quería? ¿Y para qué, qué caso tenía? En verdad era vanidad y rumiar el viento, como dice el viejo blues.”

Posteriormente se refiere a “la puerta más bella al bienmorir y por eso le decían la Dulce Muerte. Y suponía que todo aquel que, física o visionariamente, contemplaba la flor, era bendito, y aunque podía pasar al merecido Mundo de la Realidad, como las bodhisattvas optaba por quedarse e inmaterialmente ser útil en el valle de lágrimas ahora y en la hora de nuestra muerte.” Y después: “En un periódico un pequeño recuadro de primera plana anunciaba mi muerte y en las interiores la información ocupaba cuatro párrafos, que incluían una sinopsis de mis actividades. En otros periódicos la noticia salió en las secciones de espectáculos o de cultura. Se me reconocían cuatro obras mayores…”

Comprende “entonces que por muy específica que hubiera sido mi vida, en verdad la muerte igualaba a todos. Quizás alguien, mi familia, lamentaría mi deceso, y aun así sería un ceremonial más, incómodo según la sensibilidad de cada quien, pero era otra porción de las formas de vida. Nacer, morir; la mente eterna en eterno devenir.”

Y Vida con mi viuda contiene epígrafes de dos de los escritores que más leyó. El primero es de Edgar Allan Poe: “Pero también tú estás muerto desde ahora..., muerto para el mundo, para el cielo y para la esperanza. ¡En mí existías…, y al matarme ve en esta imagen, que es la tuya, cómo te has asesinado a ti mismo!” El segundo corresponde a Fiódor Dostoievski: “Había reconocido a su enemigo nocturno. Este amigo no era otro sino él mismo; otro señor Goliadkin absolutamente igual a él.”

 

El final

“La muerte no es un tema como cualquier otro. Es un tema fundamental. Todo mundo debe prepararse para la muerte, y de hecho así sucede…”, afirma el escritor en Se está haciendo tarde (final en laguna). Y en Cerca del fuego utiliza un epígrafe de Ezra Pound: “Que el cuerpo de luz surja del cuerpo de fuego.” Ese es el legado de José Agustín.

 

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