“El cambio tiene que ser cultural”: Conversaciones con José Agustín

- Rafael Vargas - Sunday, 28 Jan 2024 09:35 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Ágil, lúcido y contestatario, en esta entrevista José Agustín (1944-2024) habla sobre su postura y experiencia políticas vinculadas al perfil de algunos de sus personajes, y sostiene que “el cambio cultural profundo conlleva una revolución inmensa”. El siguiente es un fragmento de una extensa entrevista realizada en Cuautla, Morelos, en 1977.

 

¿Hasta dónde haces tuyas las tesis que atribuyes a tus personajes?

–Bueno, algunas indudablemente corresponden a mi manera de ver las cosas. Unas están planteadas de manera indirecta, otras en forma ironizada y otras más bien responden a mi visión del mundo. A veces las planteo totalmente desde una forma crítica, o no tienen nada que ver conmigo o yo estoy absolutamente contra ellas. Pero al escribir siempre procuro la máxima objetividad posible, trato de no contaminar demasiado la expresión del personaje. Entonces aun cuando el personaje exprese una tesis con la que no estoy de acuerdo, procuro que en todo caso se ironice por su propia cuenta, y no porque yo lo tenga que hacer.

 

Te pregunto esto porque me quedé pensando, después de la lectura que diste en el Museo Álvaro Carrillo Gil, en el caso de Ernesto (un personaje de El Rey se acerca a su templo). Hay una parte, cuando él explica los motivos por los que no trabaja, donde me pareció que eras tú el que decía eso, y en otra parte lo tratabas como si fuera un gandalla que se estuviera disculpando con todo eso...

–Es que son las dos cosas: es un gandalla que se disculpa con eso, pero al mismo tiempo, sus disculpas, en muchos casos, son muy buenas. Yo concibo a Ernesto como un personaje muy inteligente, con una preparación muy grande. Lo que pasa es que él se inclina más hacia la güeva y tiene un arsenal ideológico muy notable para defenderla. En realidad lo que yo trataba de hacer era plantear no tanto las tesis del personaje, sino las que planteaban los mismos hippies. Eso que leí está planteado desde el punto de vista de Ernesto. Pero más adelante está desde el punto de vista de otros personajes que entran en juego, que son maneras de concebir la misma onda desde ángulos totalmente distintos: el punto de vista de la chava, por ejemplo. Lo que yo trataba de hacer era redondear todos los aspectos, o hasta donde fuera posible, los conceptos básicos de los hippies en México. Hay incluso una discusión muy grande que creo que ideológicamente es el punto culminante de la novela: es la que sostiene Ernesto con un chavo que está metidísimo en la militancia política. Los dos discuten sobre la revolución, coinciden en que quieren hacerla, nomás que uno plantea que la revolución es por fuera, el cambio de gobierno, en fin, la tesis marxista del cambio revolucionario, y el otro sostiene que es hacia adentro...

 

Y a propósito de todo esto, ¿qué piensas de la militancia política?

–Me parece muy respetable, siempre y cuando no sea demasiado fría, como los cuadros profesionales –gente que se dedica a eso nada más para sobrevivir– o que no resulte demasiado religiosa, porque también tengo la impresión que la militancia política, muchas veces, si no es que la mayoría, es un sucedáneo para canalizar la religiosidad de las personas. Obtienen una religiosidad laica, pero el mecanismo es el mismo, los dogmas, los Papas, la jerarquía es igual: hay un ritual, una liturgia, y en ese caso la militancia política se limita mucho, porque no creo que la política sea religión: la política debe ser política.

 

¿Y tú en algún momento militaste en un partido o intentaste hacerlo?

–Sí, estuve en el Partido Comunista un tiempo. Después se escindió y me fui al Partido Comunista Bolchevique, que dirigía Guillermo Rousset. Luego éste se escindió y se formó el Partido Revolucionario del Proletariado; hasta ahí llegué yo.

 

¿Y cabe pensar que te sientes decepcionado de eso?

–No, de ningún modo, al contrario; pienso que los partidos izquierdistas han evolucionado de manera muy notable: se han “desafresado”. El problema que veía antes con los comunistas es que eran muy fresas, y. ahora creo que se han abierto, han ampliado su manera de ver las cosas, aunque eso no quiere decir que sean organizaciones perfectas. Yo ya no militaría en ningún partido. Creo en la militancia personal, que no está ligada de ninguna manera con la militancia ortodoxa en un partido. A nadie le diría que no milite, pero a mí ya no me interesa; ya lo viví, y además pienso que no existe partido que valga la pena.

 

Con la próxima aparición de El rey se acerca a su templo y con la publicación de La mirada en el centro, había pensado que te inclinabas hacia un camino cada vez más místico, pero veo que definitivamente éste no está desligado de una visión política. ¿Cómo te adentraste en cuestiones esotéricas y en qué momento tomaron para ti una mayor importancia?

–Fue a fines del decenio pasado, más o menos por ’67 o ’68 y por razones estrictamente subjetivas. Tuve una experiencias terribles. Troné con mi mujer y con otra chava y como que de repente el mundo cambió por completo. Aparentemente yo estaba bien, tenía la idea de que me conocía a mí mismo y que sabía muy bien quién era yo. Problemas conmigo mismo no tenía –al menos, eso pensaba. Los problemas eran afuera. De pronto, esos fracasos terribles, verdaderamente gruesos –por los que estuve a punto de echar a perder mi vida y la de varias gentes más a quienes yo quería muchísimo– me hicieron darme cuenta de que no tenía ni la más remota idea de lo que ocurría dentro de mí. Con un criterio muy abierto y al mismo tiempo crítico, me interesé por la religión, la psicología, el I Ching, la astrología... todas las formas esotéricas, iniciáticas, cosas así. Nunca fui un propugnador furibundo de esas ondas, aunque en la época de los hippies les tuve una simpatía muy grande. Tampoco fui hippie, en verdad nunca lo fui: me atizaba y viajaba y todo, pero no me consideraba, como el personaje de mi novela, un “psicodélico”. Siempre tuve grandes discrepancias con los hippies porque yo defendía el problema político y cultural y al mismo tiempo, con mis cuates de una orientación política más marcada, adoptaba el otro punto de vista y defendía la importancia de cosas que están en franco desprestigio, como la religión, la esoteria, etcétera. Pienso que esas cosas se deben tomar en su justa medida.

 

Exactamente eso estaba por preguntarte. ¿No te ha resultado difícil conciliar ambos intereses?

–Creo que no, porque he tratado de no verlos apasionadamente. Cuando tienes problemas de ese tipo es por una concepción fanática, sustentada en la fe y no en la razón. Me acuerdo que hacia 1968 planteaba la idea de lo que llamé “zen-marxismo”, o sea, la combinación del problema religioso y político, pero no concebido desde el punto de vista de la religiosidad imperante sino desde una perspectiva más compleja. En ambos aspectos he procurado ser muy crítico y no casarme a fondo con una actitud religiosa ni tampoco con un aspecto político… Yo no me considero marxista. Pienso que Marx es uno de los pilares fundamentales para el conocimiento del mundo, y uno de los seres más iluminados que han existido, pero indudablemente no creo que el señor en su corta existencia haya resumido todo el conocimiento habido y por haber, que haya emitido la neta absoluta en todas y cada una de las cosas. Por eso me salí del PC, y por eso tenía discrepancias con mi hermano y con varias gentes, porque yo estaba en contra del concepto de la dictadura del proletariado y de varias tesis dogmáticas que ahora, casualmente, se han puesto en entredicho, sobre todo por los movimientos europeos. Creo que no se debe cargar uno hacia ningún polo: no se puede hacer la revolución desde un punto de vista izquierdista, porque estás en un polo, y para poder hacerla verdaderamente a fondo necesitas rebasar ese polo, tomarlo en cuenta pero trascenderlo, ir más allá. En el cambio político creo que lo fundamental no es la política. Creo que esta sociedad ha divinizado demasiado a la política La grilla es indudablemente importante, pero para mí lo es más la cultura; el cambio tiene que ser cultural, el cambio cultural profundo conlleva una revolución inmensa.

 

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