Artes visuales

- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 11 Feb 2024 11:17 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Picasso, el inagotable innovador

 

El año pasado se celebraron los cincuenta años del fallecimiento de Pablo Picasso (Málaga, 1881-Mougins, 1973), efemérides que dio lugar a un impresionante despliegue de eventos organizados por los gobiernos de Francia y de España, con amplia repercusión en varias ciudades de Europa y de Estados Unidos. El gran festejo cierra con broche de oro con la exposición Picasso 1906. El año de la transformación, que se presenta en el Centro Nacional de Arte Reina Sofía en Madrid, magna exposición que me ha parecido quizás la mayor aportación del vasto programa, por tratarse de una investigación de gran aliento que propone una nueva mirada interpretativa a un momento específico de la trayectoria del artista más innovador, prolífico y complejo del siglo XX, para entender cómo se gestó uno de los sucesos más determinantes de la historia del arte del siglo pasado: el advenimiento de la modernidad.

En 1906 Picasso decide dejar París y se recluye el verano con su compañera del momento, Fernande Olivier en Gósol, pequeño poblado situado en el Pirineo leridano, a unos 150 km de Barcelona. Tiene veinticinco años de edad. Se ha especulado que atravesaba un período de bloqueo artístico que en los ochenta días de estancia en su retiro voluntario devino en una explosión creativa sin precedentes: el momento en que se produce una hibridación que da lugar a su gran aportación como pionero del arte moderno del siglo XX. En este período consigue que varios estilos confluyan por primera vez en un mismo lienzo, dando lugar a lo que más adelante se convertirá en el sello distintivo de su creación. El comisario Eugenio Carmona sostiene que la importancia de su trabajo en el verano de Gósol consiste en que ahí aparecen los primeros picassos que hoy pueden ser vistos como obra enteramente personal, y que revelan un “momento” significativo en el que no se había puesto especial atención. Al principio de ese año, el pintor malagueño ensayaba diálogos con El Greco, Corot y Cézanne, a la vez que desarrollaba su interés por la antropometría hasta crear su propia poética del cuerpo. Es un año clave en cuanto a la representación del desnudo como “cuerpo en representación”, tal como lo plantea el curador a través de una amplia selección de dibujos deslumbrantes y óleos de desnudos por igual masculinos y femeninos de una vitalidad y sensualidad sobrecogedoras. Poco antes de partir a Gósol, Picasso había comenzado en París el célebre retrato de su amiga y mecenas Gertrude Stein (presente en la muestra) que terminó a su regreso. Fue el primer intento de incorporar en el rostro referentes provenientes de las máscaras de las llamadas culturas “primitivas” sobre un cuerpo protocubista. En ese momento el retrato no tuvo una buena acogida y ni la misma Stein, con su alta sofisticación intelectual, supo apreciar la osadía. Asimismo, recurre a la “apropiación” del arte clásico antiguo y en Gósol se familiariza con el arte ibero y el románico catalán. En el trabajo realizado en este período somos testigos de una asombrosa diversidad, al mismo tiempo que percibimos unidad y coherencia, cualidades que pervivirán a lo largo de toda su producción.

Quizás el mayor de los aprendizajes y la clave de la importancia de la experiencia de Picasso en Gósol fue que ahí se dio cuenta de que para aprender hay que desaprender y para construir hay que desconstruir. Al año siguiente de su regreso a París, en 1907, el artista realiza su gran obra maestra, considerada la piedra de toque del cubismo y parteaguas en la historia de la pintura por su ruptura estilística y conceptual con el pasado: Las señoritas de Avignon. A cincuenta años de su fallecimiento, Picasso, el inagotable, no deja de provocar y de asombrar, amén de ser referencia para todos los artistas del siglo XXI. En su amplia producción artística de más de siete décadas todavía hay mucha tela de donde cortar.

 

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