Bemol sostenido

- Alonso Arreola | Redes: @Escribajista - Sunday, 18 Feb 2024 13:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
The Last Repair Shop

 

Dana, el gay. Paty, la mexicana. Duane, el violinista. Steve, el armenio. Un cuarteto peculiar en la oscuridad de ese taller de reparaciones en Los Ángeles. El último de su tipo en Estados Unidos. Cada uno a cargo de un departamento: instrumentos de cuerda; alientos de metal; alientos de madera; afinación y reparación de pianos. Allí están, uno a uno contando cicatrices.

Dana habla de su experiencia saliendo del clóset en tiempos de persecución. “Las heridas emocionales no se pueden reparar con pegamento ‒explica‒. Necesitan paciencia y cuidado.” Compara su malestar de juventud con un chelo roto, pues no podía expresar su voz.

También está Paty, la nacida en Morelia, Michoacán. Ella habla del cruce nocturno que cambió su vida; de la fantasía de irrealizable especie que vivió por años, antes de entrar al taller de reparaciones. Del sufrimiento como madre soltera: “Éramos tan pobres… ese no era el sueño americano.” Pero aprendió a reformar metales y cambiar resortes; a dar y darse otra oportunidad.

Está Duane, el que se fue de gira abriéndole a Elvis Presley con su banda de bluegrass. Él se hizo violinista tras ver La novia de Frankenstein. Cosa curiosa: el padrino de su hijo fue el mismísimo Coronel Tom Parker, mánager de Elvis. Fue él quien llevó a su grupo a tocar en fiestas de Liberace y Frank Sinatra, y luego a girar por el mundo.

Steve completa el cuadro. Fue expulsado de Azerbaiyán en su juventud tras el asesinato de su padre. Con lágrimas en los ojos recuerda cuando muy niño, en su escuela de Bakú, vio por vez primera a un afinador de pianos. Su asombro ante el arpa y las incontables cuerdas que, sin imaginarlo, le darían futuro en otra tierra.

Los cuatro trabajando en taburetes de herramientas, lupas y líquidos limpiadores, integrantes de una reducida familia formada por circunstancias de ceniza, todos exponiendo golpes y rajaduras que hoy sanan sanando.

Porque viven de resucitar instrumentos en batalla permanente, allí en las escuelas públicas de California. Digamos que los cuatro coinciden en una segunda vida que da aliento a niños y jóvenes iniciados en el pentagrama. Personas a las que la música ha cambiado la vida en tiempos de violencia y tecnología sin fin.

Y también están los otros, los beneficiados. Esa niña negra que habla ante la cámara: “Amo el violín”, dice antes de explicar lo que el instrumento ha significado en su corta vida, en el seno de una familia enferma. O está el adolescente latino que narra su encuentro con la tuba. Aún con granos en la cara, ríe recordando la desesperación de sus padres: “o la tuba o tú”, dice antes de tocar lo que parece un corrido tumbado.

Están la niña latina que comparte su enfoque gracias al saxofón, luego de padecer hiperquinesia, y la otra niña que parece de origen indio, pronunciando palabras mágicas: “Una vez que estás en el escenario todos te miran y sientes cierto poder.” Es extremadamente tímida y nerviosa. El piano le da una seguridad inimaginada a su sonrisa.

Es el propio Steve, también supervisor del taller, quien funge de hilo conductor. Cada tanto abre un archivero para sacar expedientes como si fuera doctor. Lee en voz alta. Uno trata del violín cuya madera requiere tratamiento. Otro es de un saxofón al que no le sirve el Sol sostenido. Otro más tiene que ver con un trombón. Otro con un piano... En esos papeles se unen las vidas de quienes están aprendiendo a tocar; de quienes mantienen los aparatos en funcionamiento y, claro, de los instrumentos mismos.

Producido por LA Times Studios, este corto documental de cuarenta y cinco minutos merece toda su atención, lectora, lector, pues como dice Dana, la música es “una de las mejores cosas que hace la humanidad”. Luego de verlo, empero, nosotros nos preguntamos si se refiere a la música o se refiere a repararnos… Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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