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La restitución de un movimiento cultural

‘¡Viva el mole de guajolote! Nuevos asedios al estridentismo’, Evodio Escalante, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2023.
Rose Corral

 

Con el título del célebre grito “¡Viva el mole de guajolote!”, con el que se cierra el segundo manifiesto estridentista publicado en Puebla el 1 de enero de 1923, a finales del año pasado, justo a los cien años, aparecieron estos “nuevos asedios al estridentismo”, de Evodio Escalante, que dan cuenta del interés sostenido del ensayista por la vanguardia mexicana a lo largo de los últimos treinta años. Baste recordar el volumen de 2002, Elevación y caída del estridentismo, el valioso rescate que llevó a cabo de los tres números extraviados de la revista Irradiador. Revista de Vanguardia. Proyector Internacional de Nueva Estética, que dirigieron en 1923 el poeta Manuel Maples Arce y el pintor Fermín Revueltas, y varios otros ensayos suyos dispersos en revistas académicas y suplementos culturales, para corroborar el largo camino crítico de Escalante en torno al estridentismo. Menos conocida es su participación en un muy buen documental, una suerte de recreación poética del grupo, Estridentismo. Gritos náufragos en la ciudad, producido en 1994 por estudiantes de comunicación de la UAM-Xochimilco.

Conformado por escritores, pintores, escultores, músicos, grabadores y fotógrafos, el grupo estridentista fue ninguneado en la historia cultural de México, negándole incluso el papel central que tuvo en la renovación literaria y artística de la década de los años veinte del siglo XX. Aunque ya pasó el tiempo en que hubo que romper lanzas por el estridentismo, “desfacer agravios” y “enderezar muchos entuertos”, los diez ensayos incluidos en el libro de Escalante evidencian que todavía quedan vacíos, huecos que nuevos materiales hemerográficos y más sólidas e informadas contextualizaciones permiten llenar, y de este modo contribuir a la reconfiguración del campo cultural en que se desenvolvió el estridentismo entre 1921 y 1927. En más de un sentido, estos “nuevos asedios” comprueban que la revisión crítica en torno al estridentismo prosigue porque se trata de una historia viva, todavía en marcha, que en los últimos tiempos se ha enriquecido con diversos estudios de investigadores nacionales y del extranjero.

Escalante practica un método de lectura estimulante que él mismo sintetiza, al pasar, cuando alude a las “especulaciones”, que “nunca son ociosas”, entendidas como conjeturas, hipótesis. En efecto, si están bien pensadas pueden abrir, como es el caso, originales caminos de interpretación. Parece entonces que la “especulación” es parte activa del acercamiento crítico de Escalante en varios de los asuntos que trata. Una buena muestra es el texto en el que tiende algunos puentes entre el estridentismo y dos célebres padrinos, el “voluminoso y vociferante” Diego Rivera, que en efecto fue cercano al grupo, y el “reticente y espectral” Ramón López Velarde. Aunque el poeta de Zozobra fallece pocos meses antes de que Maples Arce lance su “Actual nro 1”, en diciembre de 1921, no resulta imposible que este padre de la poesía moderna en México les hubiera dado un espaldarazo, como lo hizo en Argentina otro precursor, Ricardo Güiraldes, al colaborar con los jóvenes ultraístas en las revistas Proa y Martín Fierro.

Los dos trabajos que el autor dedica a Irradiador, una “publicación-fantasma”, según Stefan Baciu, son sin duda de los más relevantes del volumen, ya que era un eslabón perdido de la aventura editorial del movimiento, y un hito decisivo para entender la “consolidación del estridentismo” a finales de 1923. La revista, contemporánea de la primera Proa, publicada en Buenos Aires por Borges, aparece en un momento de plena experimentación en la que se advierte la estrecha colaboración entre pintores, grabadores, escultores, y la inserción, como en Ultra, de varios poemas visuales. Interesa igualmente destacar el excelente y bien documentado ensayo sobre el escultor Germán Cueto, y señalar que el ensayista amplía ahora su mirada hacia otros autores mexicanos en cuya obra se percibe la huella que dejaron las vanguardias (y no sólo el estridentismo), como es el caso de Mariano Azuela en La Malhora (1923) y, todavía antes, en 1917, en los Cartones de Madrid, de Alfonso Reyes, en los que se aprecia su cercanía con Diego Rivera, cubista en aquellos años, y con otro vanguardista nato, Ramón Gómez de la Serna. En su reflexión sobre estridentistas y Contemporáneos, los “hermanos gemelos y enemigos” de la década, Escalante abandona la visión simplista y maniquea que ha prevalecido hasta el presente para bosquejar un cuadro sugerente, más equilibrado, de ambos grupos porque son, en definitiva, los principales actores de la modernidad que se abría paso en el México de la postrevolución.

En esa larga historia de “restitución” del movimiento estridentista, merece celebrarse el empeño de Evodio Escalante por explorar nuevas lecturas, y sin duda la razón le asiste cuando escribe que le “cabe la satisfacción de haber insistido en su importancia dentro de la cultura mexicana del siglo XX”.

 

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