'Barbie': la película que infantilizó al mundo

- Evelina Gil - Sunday, 25 Feb 2024 09:12 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La película 'Barbie' ha generado una polémica con dimensiones inesperadas por más de una razón. En este ensayo se plantean los argumentos de esa polémica que pone sobre la mesa las posturas del feminismo, por un lado, y del patriarcado, por el otro, en un terreno fértil para “el resurgimiento de una guerra de sexos”, en realidad nada fecunda.

 

¿En qué momento nuestro modo de apreciar el cine y las artes en general sufrió esta regresión al tipo de percepciones y discursos que imperaban en el siglo XIX? No sabría definirlo con exactitud, aunque se trata de un fenómeno reciente. Lo que sí me atrevo a afirmar es que la película que hizo que este retroceso se reflejara –y universalizara– con pavorosa nitidez, desencadenando añejos debates que, al menos yo, creía rezagados al baúl de los bisabuelos, es la reciente y polémica Barbie, de Greta Gerwig. Para quienes no la han visto, un resumen tipo Netflix: los muñecos Barbie y Ken abandonan temporalmente Barbieland para conocer el mundo real y Ken tiene una epifanía al descubrir que existe algo que se llama “patriarcado”. Se le adelanta a su compañera en su retorno a casa y para cuando Barbie vuelve, se encuentra con que Ken ha instaurado ese sistema opresor en un mundo otrora regido por las muñecas.

¡Bienvueltos al Club de Tobi! No estaba cerrado, sólo en remodelación.

En un mundo en el que yo creía vivir, pero resultó virtual y subjetivo –el Dinosaurio nunca dejó de estar allí–, esta película hubiera pasado sin mayor pena ni gloria por los cines. Una comedia linda y divertida, sí. Actuaciones regulares y carismáticas. Ah, y lo más loable: su diseño de producción y su vestuario. Pero existen miles de comedias con los mismos atributos que nunca fueron fenómenos de taquilla, ni aspiraron remotamente a una nominación al Oscar, menos a ocho. ¿Qué tiene Barbie que las demás no? ¿Por qué tenemos a tanta gente debatiendo furiosamente en torno a un filme que, si de algo carece, es de profundidad? El politólogo e ideólogo argentino de la extrema derecha, antifeminista y antiaborto, Agustín Laje (2.2 millones de suscriptores en YouTube), chico millenial pese a lucir y pensar como un venerable patriarca decimonónico, salió de una función de Barbie con una libreta repleta de notas que tradujo en un intrincado y grave discurso entre político, filosófico y biologicista que podría verse como una extensión de la película por su humorismo involuntario. La escena que, más que evidentemente, homenajea a 2001 Odisea del espacio, y una de las más impactantes, visualmente hablando, en que unas niñitas en estado de trance aporrean a sus muñecas bebés contra el piso tras descubrir a Barbie, es interpretada por él y muchos otros como una oda al aborto.

Lo pregunto de otra manera: ¿por qué la gente reacciona como si nunca hubiera existido una película feminista antes de ésta? Recomendaciones no solicitadas de películas tóxicas y anti-hombre: Romance X (Catherine Breillat, 1999) y Baise moi (Virginie Despentes, 2000. Mil veces mejor el libro en el que se inspira). La falta de cultura cinematográfica sería una respuesta. ¿Cómo es que en 1991 no vimos a tantos hombres (y mujeres) rasgándose las vestiduras ante una comedia mucho más radical en su mensaje (que no en su discurso) feminista como Thelma y Louise? ¿Será que no existían las redes sociales… o que se trataba de una película dirigida por un hombre, Ridley Scott?

 

Feminismo y patriarcado: la paja de la ideología

Lo que hoy presenciamos en las redes, particularmente en YouTube, son videos producidos y conducidos, en su mayoría, por personas de la misma generación de Laje, en un rango de edad entre los veinticinco y los cuarenta años, brindando alucinantes discursos que, uno juraría, fueron extraídos de entre los cuadernos de un rígido pastor evangélico del viejo Oeste, que afirman, entre gritos y (casi) lágrimas que Barbie es una película altamente perniciosa que insulta a los hombres, como ninguna otra lo había hecho (otra vez, la escasa o nula cultura cinematográfica); que alguien debería llamar al orden a esas “locas feministas” (sic) que hicieron posible esta mayúscula ofensa a la dignidad varonil. Pero aquí no termina el drama. Del otro lado tenemos el panorama opuesto, protagonizado por mujeres en extremo jóvenes, raramente mayores de treinta años, es decir, pertenecientes a la llamada Generación Z o Generación de cristal, que consideran que Barbie es la película más genial jamás filmada. No por la calidad del guión o de las interpretaciones, o por sus interesantes elementos técnicos, sino por su “mensaje empoderador” de las mujeres. Todas ellas, sin excepción, afirman haber llorado con el emotivo discurso del personaje interpretado por América Ferrera, al que consideran el momento más precioso que nos ha regalado el Séptimo Arte. En concreto: es casi imposible encontrar una crítica objetiva y libre de paja ideológica sobre esta película. La gente no la ama o la odia por los motivos por los que las películas solían ser amadas u odiadas, sino por el “mensaje” que creen advertir en este producto. Y hablando de mensaje: tengo muy presentes aquellas clases en la escuela de Letras en la que los maestros me decían que las obras literarias –y también las cinematográficas– no deben ser juzgadas por un “mensaje” que, en todo caso, sería interpretado de modo totalmente subjetivo, sino por su resultado artístico. Esta gente ha perdido completamente de vista que Barbie es una ficción, tal como en los siglos XVII, XVIII y XIX se asumían como reales las novelas por entregas y, a sus autores, como responsables de los actos, morales o no, de sus personajes. Del mismo modo que en otros tiempos se percibía como mujeres de carne y hueso a Emma Bovary o a Anna Karenina, y como tal se les juzgaba, tenemos a gente del hiperconectado siglo XXI asumiendo que Margot Robbie es la muñeca Barbie y Ryan Gosling el muñeco Ken, peor aún, colocándose del bando de uno y otro como si se tratara de antagonistas de la vida real: Putin versus Zelensky (aunque ninguna guerra de lo que va del siglo haya generado tanta división como esta obra). Al darse a conocer la lista de nominados al Oscar de 2024 presencié, no sin azoro y una obligada dosis de risas nerviosas, cómo las jóvenes feministas consideraban que la omisión de Margot Robbie en el rubro de actriz protagónica representaba una oscura maniobra del patriarcado, mientras que, del otro lado, hombres jóvenes o relativamente jóvenes, así como chicas antifeministas (que las hay, muchas más de lo que cabría imaginar) celebraban la nominación a mejor actor de reparto de Ryan Gosling como “ un triunfo del patriarcado” (sic). Ninguno de los bandos le concedió importancia a la inesperada nominación de América Ferrera, la del discurso “empoderador”, como mejor actriz de reparto.

Hemos de aclarar que detrás de todo este teatro de enredos y resentimientos ya no tan internalizados, existe una serie de factores que me llevaría demasiado tiempo dilucidar, pero tienen que ver con las radicales políticas de género impuestas en algunos países de Europa (España en particular) y Latinoamérica (Argentina y Chile) que han tergiversado y pervertido los preceptos originales del feminismo (por mucho que se escuden en él), así como de los peligros que un igualitarismo institucionalizado supone para los hombres, peor aún, para su hombría. Muchos “leen” la película Barbie bajo esta lupa distorsionada y la perciben, dependiendo el caso, como un producto peligroso o liberador, cuando los más adultos vemos en ella una película mainstream del montón. Y yo me pregunto: ¿cuál sería la intención de Greta Gerwig al elaborar el guión de esta película? ¿Intuiría, en algún momento, que los espectadores se la tomarían tan peligrosa y ridículamente en serio? Tanto críticos como idólatras de Barbie ignoran –o parecen ignorar– que Gerwig (California, 1983) posee una interesante trayectoria detrás de y ante las cámaras. Previo a Barbie, estuvo al frente de Lady Bird, por la que obtuvo su primera nominación al Oscar como mejor directora, así como la más reciente versión de Mujercitas. Ella ha echado luz en diversas entrevistas sobre lo polarizante que resulta la muñeca Barbie entre las feministas de la segunda y la tercera ola; ha pasado de ser considerada un juguete dañino para las niñas que, durante generaciones, se desvivieron por parecerse un poquito a su adorada muñeca (al juguete le endilgan la culpa de una epidemia de bulimia y anorexia suscitada entre las décadas de los setenta, ochenta y noventa), a ser un icono empoderador para las feministas jóvenes, a través del ingenio de la propia Gerwig que supo capitalizar esta dualidad pues, sin importar qué tan perfecto sea su físico, Barbie tiene la capacidad de ser lo que sea que se le antoje: gimnasta, astronauta, corredora de autos, presidente y hasta Premio Nobel, representada en estas facetas por actrices diversas, mientras Robbie caracteriza a la Barbie por antonomasia.

Estamos, de pronto, regresando a ese tiempo, que creía desaparecido, en que los niños peleaban contra las niñas por delimitar su territorio y todo lo “femenino” es objeto de sospecha y juicio moral. Una de las razones por las que Barbie trascenderá es porque, gracias a su carácter masivo, ha despojado de sus camuflajes al machismo
que siempre ha estado allí, y, en obvia consecuencia, sirve de asidero a las jóvenes que vivían la ilusión de un privilegio que no se habían molestado en preservar, como no fuera a través de discursos vacuos, salpicados de terminajos robados a la academia que, para quienes emprendimos algún tipo de estudio de género, no dejan de sonarnos chocantísimos aplicados al lenguaje cotidiano, y que, hay que señalarlo, salpican de continuo al filme que nos ocupa. Lo peor es que en medio de tantos malos entendidos, generados principalmente desde el poder y su empeño en cautivar y manipular a un amplio grupo social, al precio de despojar de nobleza una serie de movimientos salidos del feminismo, se está sembrando un terreno fértil para el resurgimiento de una guerra de sexos que, si alguien no sale a poner orden, como solían hacerlo nuestras sensatas maestras de párvulos, podría pasar de ser una imitación de nuestros juegos en el patio de recreo a algo mucho más serio, como suelen serlo las guerras entre superpotencias donde ha dejado de existir el rival más débil.

 

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