Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Friday, 08 Mar 2024 22:41



Siempre pensé que llamar a la ciudad de São Paulo la “Nueva York de Latinoamérica” no era más que un eslogan publicitario, aún a sabiendas de la riqueza financiera, cultural y turística de esa megalópolis, considerada actualmente por la ONU la quinta ciudad más grande del mundo. Un viaje reciente me confirma que esta gran urbe posee todos los elementos que han hecho posible que, en efecto, al menos en términos culturales, se le pueda considerar el centro neurálgico más vibrante de América Latina. Y es que, en muchos sentidos, la sociedad paulista, progresista de principios del siglo XX, se adelantó a los tiempos americanos al importar a su territorio lo más avanzado de las vanguardias europeas, especialmente la parisina, para construir una cultura única en nuestras latitudes, con raíces bien plantadas en la simbiosis de su pasado afrobrasileño y lo más sofisticado del viejo continente. En 1922, cuando en nuestro país apenas comenzaba la revolución nacionalista de las artes impulsada por José Vasconcelos, en São Paulo un grupo de artistas, escritores, y músicos organizó la Semana de Arte Moderno que fue considerada la piedra de toque del modernismo brasileño, cuya repercusión no ha cesado hasta nuestros días. La generación de artistas visuales, como la inigualable Tarsila de Amaral, Emilio di Cavalcanti, Cándido Portinari, Anita Malfatti, Victor Brecheret, los poetas Paulo Menotti del Picchia y los hermanos Oswald y Mario de Andrade, y figuras de la danza y de la música como Heitor Villa Lobos, formaron parte de esa generación que rompió radicalmente con los cánones de su época para aventurarse en la creación de un arte nuevo e independiente que, si bien abreva en las aguas de las vanguardias europeas, construye un lenguaje estético plenamente brasileño. Aunque poco aceptada por la élite conservadora de Saõ Paulo y recibiendo muchas críticas, la Semana de Arte Moderno destacó como un episodio cultural fundamental para entender el desarrollo del arte moderno en Brasil y algunos de los movimientos posteriores, como el Movimiento Pau-Brasil, el Movimiento Verde-Amarelo y el Movimiento Antropofágico.
Dos décadas más tarde tienen lugar otros acontecimientos que marcan radicalmente el panorama cultural de la metrópoli: la creación del Museo de Arte de São Paulo (MASP, 1947), el Museo de Arte Moderno (MAM, 1948) y la Bienal de São Paulo (1951), triada crucial que coloca hasta la fecha a la ciudad en la mira internacional. El surgimiento de estos megaproyectos fue posible gracias al mecenazgo inicial de influyentes filántropos sin cuya visión y liderazgo nada de esto hubiera sido posible: el magnate de las comunicaciones en Brasil, Francisco de Assis Chateaubriand, fundador del MASP e impulsor de la colección privada más importante de Latinoamérica conformada por unas 11 mil obras que incluyen pintura, escultura, objetos, fotografías y vestimentas provenientes de Europa, Asia, África y América, entre las que se cuentan imponentes obras de los grandes maestros como Mantegna, El Bosco, Rafael, Piero di Cosimo, El Greco, Goya, Rembrandt, Poussin, Rubens, Velázquez, entre muchos otros, y los más importantes representantes de las vanguardias europeas. El recinto que alberga esta monumental colección fue diseñado por Lina Bo Bardi (Roma, 1914-São Paulo, 1992) y es considerado símbolo de la arquitectura moderna mundial del siglo XX. Su marido, el marchand de arte Pietro Maria Bardi, fue comisionado para asesorar la adquisición del acervo y fungió como director de la institución hasta 1990. Es digno de mención el diseño museográfico de Bo Bardi que causó revuelo en su momento, con la propuesta de presentar las pinturas exentas de los muros en sus icónicos “caballetes” de concreto y vidrio, concepto que privilegia la elegancia y ligereza de las obras en el espacio de exhibición, y que no ha perdido su potencia y gran atractivo visual en la actualidad. (Continuará.)