Zbigniew Herbert y Creta: un sarcófago cerca del mar

- Alejandro García Abreu - Saturday, 16 Mar 2024 20:22 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Este año se conmemora el centenario del nacimiento del polaco Zbigniew Herbert (Lvov, 1924-Varsovia, 1998), uno de los pensadores y poetas más importantes del siglo XX. Escribió, entre otros libros, una trilogía compuesta por 'Un bárbaro en el jardín', 'Naturaleza muerta con brida. Ensayos y apócrifos' y 'El laberinto junto al mar', triada que se convierte en Historia del arte. Aquí lo evocamos en torno a su fascinación por Creta.

 

La isla, el Laberinto, el mar

Un hombre contempló el mar, atento e impaciente. “[La embarcación llamada] Teseo, que tiene que llevarme a Creta, todavía no ha atracado en el puerto del Pireo y nadie sabe decirme cuándo llegará. Los […] horarios no tienen vigencia en la patria de los mitos, la región donde los relojes marcan milenios”, dice Zbigniew Herbert (Lvov, 1924-Varsovia, 1998) en El laberinto junto al mar (traducción de Anna Rubió y Jerzy Sławomirski, Acantilado, Barcelona, 2013) –libro póstumo publicado en 2000–, que incluye, según dice su editor Jaume Vallcorba (Tarragona, 1949-Barcelona, 2014), “siete ensayos luminosos, reunidos en 1973 por el poeta, que recogen su fascinación por una Grecia cuna de la civilización europea”.

El mito dice que un día nació el Minotauro, ser de cabeza de toro y cuerpo humano. Minos lo encerró en el Laberinto y cuando conquistó Atenas, le impuso como tributo anual el sacrificio de catorce jóvenes atenienses. Según la leyenda –recuerdan las estudiosas María Victoria Ayuso de Vicente, Victoria Ayuso y Consuelo García Gallarín–, Teseo partió para Creta y con la ayuda de Ariadna, hija de Minos, que le entregó un ovillo de hilo para que encontrara el camino de vuelta, venció al Minotauro y logró salir del Laberinto, y así libró a su pueblo del brutal tributo. Egeo, su padre, se arrojó al mar, que desde entonces recibió el nombre del progenitor. Uno de los períodos históricos que precisan el Egeo es la época minoica o cretense, con su núcleo en la isla
de Creta.

Zbigniew Herbert estuvo en el Pireo a la espera del barco –tras una visita a un bar portuario–, dedicado a fumar y a la contemplación de rostros. Tras seis horas de espera, el barco Teseo atracó en el muelle: “Atravieso el hermoso mar Egeo en aquella embarcación destartalada y repleta de estridencias […]. Por la mañana temprano salgo a la cubierta superior. […] Estoy solo, rodeado de aquella respiración somnolienta. Deseo ver a Creta emerger de las aguas.”

 

Un mar oscuro como el vino

El escritor manifesta: “El descubrimiento de la civilización minoica es obra de un solo hombre: Arthur Evans. Aunque él no fue el primero que prestó atención a aquella isla misteriosa bañada en un mar oscuro como el vino.” En 1894, Evans llegó a Creta. Quedó cautivado como le ocurrió a Herbert tiempo después.

Durante la travesía marítima de Herbert ocurrió el encantamiento poético:

En lo alto, por encima de un horizonte caliginoso y apenas visible, aparece algo borroso, un enturbiamiento del azur, una mácula grisácea que va adquiriendo forma, y ahora puedo apreciar claramente la cúspide de una montaña suspendida en las alturas, talmente como el paisaje de un pintor japonés. Es indeciblemente hermosa: un pedacito de roca que flota en el aire por obra de la niebla. Sigo mirando. La montaña crece, lenta y majestuosa desciende por las gradas, y finalmente la veo aposentarse sobre el mar y llenar con su cuerpo agreste todo el horizonte./ Allí está la isla./ Así se me apareció Creta. Bajando del cielo como una deidad

Llegó a Heraclión. Lo cautivaron el puerto y las murallas. Se dirigió hacia la ciudad. El poeta oyó “el crepitar de la arena” bajo sus pies.

 

El museo y la muerte

Con cierta angustia confesó que tuvo la sensación de no avanzar, “sumergido en la claridad”. Notó “una dolorosa mengua de la realidad”. Se percibió a sí mismo como en sueños. Presintió por vez primera “el roce de la muerte”. Se refirió a los frescos que se exhiben en el museo de Heraclión. Para Herbert, la pintura cretense es “un arte espontáneo, desasosegado, impetuoso […]” Vio el sarcófago de Hagia Triada y experimentó una epifanía. Contempló la obra maestra. En un ejercicio de comparación, al lado de la sepultura, se desvanecieron las otras piezas cretenses. Pensó en “la superioridad de las obras de arte sobre la literatura”. Para el poeta polaco la pieza fúnebre no es sólo una obra de arte, sino el único Libro de los Muertos minoico: “ilustra con todo detalle un ritual y tiene el valor de un documento”.

Diversos investigadores se refieren al culto a los muertos. La ceremonia luctuosa servía para velar por la vida del fallecido. De las pinturas del sarcófago –distinguió el autor de El laberinto junto al mar– proviene una aproximación a la idea de inmortalidad, al concepto de una vida inquebrantable. Confluyeron –en la mirada sin mácula de Herbert– el pasado y el presente, el mito y la muerte, la curiosidad y un antiguo anhelo de percepción, repleto de abrupta realidad e imaginación l

 

 

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