Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 24 Mar 2024 11:30
En la columna pasada se esbozó la génesis de la apabullante ebullición cultural en Brasil de la que fui testigo en un reciente viaje a ese entrañable y sorprendente país. El origen de su infraestructura cultural surge de la participación de mecenas visionarios que tuvieron el acierto de “importar” modelos ya emblemáticos en Europa y Estados Unidos, como la Bienal de Venecia y el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Uno de ellos fue Francisco Matarazzo Sobrinho, conocido como Ciccillo, uno de los más grandes industriales del país que en los años cuarenta entabló una relación cercana con Nelson Rockefeller, a través de la cual tejió lazos con el museo neoyorquino para diseñar con su financiamiento el Museo de Arte Moderno de São Paulo (MAM), en 1949. Dos años más tarde, se embarcó en el ambicioso proyecto de hacer una bienal a semejanza de la veneciana. En 1951 se inauguró la Bienal de São Paulo en el recién fundado museo, y la segunda edición tuvo un éxito tan descomunal con la exhibición del portentoso y controversial Guernica de Picasso y la presencia de artistas tan relevantes como Mondrian, Paul Klee, Calder y Henry Moore, que Ciccillo decidió llevar más lejos su mecenazgo y convocó al genio de la arquitectura modernista Oscar Niemeyer (Premio Pritzker), para diseñar un proyecto único en su género en América Latina: el Parque Ibirapuera, un conjunto de cinco edificios icónicos rodeados de una extensa área verde comisionada al gran paisajista brasileño Roberto Burle Marx, inaugurado en 1954 en el marco de la conmemoración del IV Centenario de la fundación de la ciudad. El conjunto de edificios está integrado por un auditorio, el Museo Afro-brasileño, un recinto de exhibiciones conocido como OCA, el Museo de Arte Moderno (MAM), el pabellón de la Culturas Brasileñas y el pabellón de la Bienal, que es hasta nuestros días el evento cultural más trascendental de América Latina.
Pero la efervescencia cultural en Brasil no se limita a la gran urbe paulista. Río de Janeiro es mucho más que Carnaval, bikinis, Corcovado y playas paradisiacas. Es también un centro neurálgico de la cultura brasileña e internacional con asombrosos museos, como el Museo de Arte Contemporáneo de Niterói, también de la autoría de Niemeyer; el Museo de Arte Moderno (MAM) en un edificio modernista del arquitecto carioca Alfonso Eduardo Reidy; el Museo del Mañana de Santiago Calatrava; la imponente Ciudad de las Artes de Christian de Portzamparc (Premio Pritzker) y el Museo de Arte de Rio (MAR), entre muchos otros.
Una de las joyas de la corona brasileña es el Instituto Inhotim, obra del coleccionista de arte Bernardo Paz, magnate de la minería y siderurgia que hace dos décadas transformó su hacienda en la localidad de Brumadinho, a 60 km de Belo Horizonte, en uno de los proyectos más loables y espectaculares del mundo: un inmenso museo al aire libre donde conviven y dialogan arte y naturaleza en el más profundo espíritu del antropoceno. Paz ha invitado a los más prestigiados artistas contemporáneos brasileños e internacionales a realizar obras escultóricas y proyectos integrales que se exhiben en pabellones diseñados por diferentes arquitectos, diseminados en el exuberante parque tropical de 35 hectáreas, cuyo diseño inicial estuvo a cargo de Burle Marx. Bernardo Paz ha centrado su interés en la divulgación del arte contemporáneo y en su compromiso social y educativo en temas relacionados con la naturaleza y el medio ambiente a través de este inigualable acervo artístico-botánico.
Brasil es un crisol de culturas en permanente fusión que ha dado lugar a expresiones creativas muy singulares en todas las artes, una tierra vibrante y candente en la que la alegría y la saudade son las dos caras de la misma moneda, un continente en sí dentro de nuestro territorio americano, cuya exuberancia incide en todas sus manifestaciones artísticas de una cultura en permanente estado de ebullición.