Cinexcusas
- Luis Tovar @luistovars - Sunday, 24 Mar 2024 11:42
En 2002, cuando apenas tenía veintitrés años de edad, Amat Escalante dirigió su primer filme: el cortometraje Amarrados (2002), escrito, producido, dirigido y montado por él mismo. Veintidós años más tarde, con apenas cuarenta y cinco cumplidos a finales de febrero, el fortuitamente nacido en Barcelona de padre mexicano y madre estadunidense pero avecindado en Guanajuato desde que era niño, es uno de los cineastas mexicanos más sólidos, solventes y consistentes de las nuevas generaciones, reconocimiento para el cual han sido más que suficientes los cinco largometrajes de ficción en su haber hasta el día de hoy, a los que deben sumarse dos segmentos de sendos filmes colectivos.
Un año antes de su debut cortometrajista, Escalante aprendió edición y sonido cinematográfico en el Centro de Estudios Cinematográficos de Cataluña, e inmediatamente después se matriculó en la Escuela Internacional de Cine y Televisión, la prestigiada EICTV cubana, pero en el medio es bien sabido que su formación fílmica está relacionada de manera estrecha con su colega, el también mexicano Carlos Reygadas, para quien laboró como asistente de dirección en Batalla en el cielo, de 2005, mismo año en que el propio Reygadas fungió como productor del debut en largoficción de Escalante: Sangre, que constituiría la primera incursión de su autor en festivales cinematográficos de primer nivel, como Cannes, San Sebastián y Rotterdam. Tanto en éste como en su siguiente largo –Los bastardos, hecho tres años después, en 2008–, además de dirigir, Escalante se encargó de escribir el guión y de producir el filme. De 2010 data el filme colectivo Revolución, conmemorativo del primer siglo de dicha gesta armada en México, en el que participó con el cortometraje El cura Nicolás colgado.
A fondo y sin remilgos
Tres años más tarde tuvo lugar lo que bien podría considerarse no sólo la clásica “consolidación” de Escalante como cineasta, sino su definitiva condición de voz fílmica imposible de soslayar entre los cineastas de nuevo cuño, y no solamente en México. El motivo es Heli (2013), sin lugar a dudas una de las cintas más crudas, duras y efectivas a la hora de reflejar el estado de las cosas en la sociedad mexicana, que en aquellos años turbios y oscurísimos padecía los horrores de la estúpida –y más adelante pudo saberse que absolutamente falsa– “guerra contra el narco” emprendida por el espuriato calderonista con el doble afán de conseguir una imposible legitimación y, soterradamente, de hacerse con una riqueza material manchada de origen por provenir de la asociación con un cártel de narcotraficantes. Por su narración descarnada y sin concesiones de dicha realidad, Escalante –coautor del guión en compañía de Gabriel Reyes– fue reconocido mundialmente con numerosos galardones, entre los cuales destacan el Coral cubano, el Paoa chileno y el Ariel mexicano a la mejor película, así como la Palma de Oro de Cannes al mejor director.
Inmediatamente después de filmar el segmento Esclavas de la cinta colectiva Vidas violentas (2015), Escalante presentó su cuarto largometraje de ficción, La región salvaje (2016), en la cual incursiona por primera, y al día de hoy única vez, en la fusión del realismo sin concesiones que lo había caracterizado hasta ese punto, con elementos de corte fantástico que le abrieron el terreno de la metaforización y el simbolismo a la hora de narrar, y que a muchos les resultó desconcertante. El lapso más largo entre un filme suyo y el siguiente, de siete años, transcurrió entre La región… y Perdidos en la noche (2023), cuyo guión coescrito con Martín Escalante marca, después del filme antecesor, el retorno de Amat a lo que demostradamente sabe hacer mejor que muchos: ir a fondo, sin remilgos icónicos ni argumentales, al horror que puede y, de hecho, suele habitar bajo la superficie de una vida cotidiana engañosamente apacible. (Continuará.)