Cometierra (fragmento) / Dolores Reyes

- Dolores Reyes - Sunday, 24 Mar 2024 10:45 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp

 

Me paré y fui para adentro. Una parte del jugo de las arvejas se había escurrido al suelo. Corrí una silla y me senté. Tenía la lata en una mano y la otra con la palma abierta hacia arriba. Quise vaciar un poco de tierra en la mano abierta pero se me vino todo junto, tierra y destapador. Una parte de la tierra se escapó al piso. Me llevé lo demás a la boca y comí con todas las ganas que tenía de ver a papá de nuevo. Me llenaba la lengua, cerraba la boca y trataba de tragar. Sentía que la tierra pasaba de ser una cosa en mi mano a ser algo vivo, tierra amiga en mí, y seguía comiendo. Cuando no hubo más, quedó el destapador. Le pasé la lengua hasta dejarlo limpio.Y cuando tuve la panza pesada de tierra, cerré los ojos.

—Papá está vivo —les dije al Walter y a la tía después, cuando los vi parados mirándome. Pensé que se iban a poner contentos, pero no. No hablaban. Parecía que se habían quedado congelados. Yo salí corriendo y lo abracé al Walter.—¿Qué carajo hiciste, pendeja? —dijo mi tía agarrándome del brazo para separarme de mi hermano.

—Walter, papá está vivo —le repetí mientras ella me tiraba para atrás.Mi hermano volvió a acercarse y me agarró de la mano. Me llevó al baño, me lavó las piernas con una esponja, dejó la canilla abierta. Mientras me limpiaba los brazos y las manos, el Walter me hizo prometerle que nunca más iba a comer tierra.Cuando prometí, mi hermano me acarició la cabeza. No sabía si él estaba más alto o si era que yo así, con su mano encima, me volvía más chica.

—Ahora lavate los dientes —dijo y me dejó sola en el baño. Yo me miré en el espejo y sonreí: tenía los dientes manchados de barro. Me acordé de papá fumando sus puchos, del olor y la oscuridad en su boca, y pensé que ellos querían olvidarlo y que por ahí era lo mejor. Volví a abrir la canilla, metí el cepillo abajo del agua, puse un poco de pasta, mojé todo y empecé a cepillarme.Volví a la cocina y quise hacer el último intento:

—Tu hermano está vivo.La tía se dio vuelta y me miró furiosa. Sacó del bolsillito del jean el atado de puchos.—Sucia. Te veo tragando tierra otra vez y te quemo la lengua con el encendedor.

Me asusté tanto que por un tiempo ni pisarla quería, así que trataba de no salir en patas nunca. Si me daban ganas de comer tierra, me mandaba la comida bien caliente, así como la tía la sacaba del fuego. No esperaba. Me llenaba la boca y sentía la piel del paladar hacerse ampollas. La lengua ardiendo me obligaba a tragar un vaso de agua tras otro. Me llenaba la panza y las ganas de tierra se iban.

Al día siguiente, apenas comía, apenas podía hablar. En la escuela, con el tiempo, nos dejaron de joder. No hubo más tierra adentro de mi mochila ensuciándome los cuadernos acompañada de risas por lo bajo. Tampoco papeles de alfajores, esos que quería y no podía comprar, rellenos con tierra sobre mi banco. Sólo algunas miradas cada tanto, y mucho silencio. Y todo, sin la tierra, anduvo perfecto. Hasta que la seño Ana no vino más.

 

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