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Aproximación a T.S. Eliot

‘La tierra baldía’, T.S. Eliot, traducción de Gabriel Bernal Granados, El Oro de los Tigres XII, México, 2023.
Guillermo Arreola

 

Leyendas y tesis suben al escenario e intentan echar luz sobre lo indiscernible (sostén del enigma): T. S. Eliot desciende al vertedero de la historia, la universal y la de la metrópoli en la que encarna (o al menos se identifica la modernidad), dígase Londres, Viena, Munich, y al de sociedades en condición de ruina por asolación bélica y un corrupto Great Money System con el que se ha fraguado decadencia y muerte: tierra yerma. Desciende para consultar al ciego Tiresias, hombre-mujer, y apelar a su condición de árbitro oracular para mediar en diálogo fusional entre vivos y muertos, entre lo pagano y lo religioso, entre Antigüedad y un tentativo nuevo modo de nombrar el presente: High Modernism. El resultado: La tierra baldía, un milagro poético ecuacional (legitimado por el miglior fabbro Ezra Pound, que procuró dosificación y temple al descenso textualizado de Eliot, y por multitud de lectores a lo largo de más de un siglo).

Acaso y con todos los despistes voluntarios o exactitudes convenencieras que Eliot deposita en sus intrigantes notas al final de su poema, lo que sobra en obviedad es que, a semejanza de como hizo James Joyce con su Ulises (1922), el poeta admitió en La tierra baldía (1922) la irrupción de una especie de géiser de la historia y el mito, de un contubernio entre tradición y renovación poéticas, para enseguida dotarlo de equilibrio mediante la imposición demarcatoria de sus nervios tras colapso personal, es decir por intercesión de su propia biografía (una arista más). Pero el géiser se yergue a mayor altura desde o a través de lo literario: citas, paráfrasis, parlamentos teatrales, cuadros mitológicos. En la alquimia practicada por Eliot, la incorporación de la materia psíquica propia, redirigida, cimenta y, a veces, fusiona los bloques aparentemente inconexos con que ha levantado su edificio semivacío de lirismos y atiborrado de calamidad histórica, exonerándolo de toda sospecha de rapacidad literaria.

Sea como sea, hay en La tierra baldía un aspecto que, en apariencia ajeno a la naturaleza de los elementos que conforman el poema, se desliza, o más bien humea, en los márgenes de nuestra visión auditiva y de nuestra audición visual: el que abre una línea de búsqueda poética mediante un cariz casi policial o detectivesco del sí creador. Aspecto que –no se sabe pero no es difícil deducir– otorgó Eliot a su obra cediendo a la tentación cabalística, y a modo de contener dictamen explicativo exhaustivo a futuro.

Este aspecto quizá encuentra más pronta percepción y utilidad de interpretación en quien se aventura a llevar La tierra baldía a otro idioma: el traductor, ese desanudador de tejidos textuales y explorador de evidencia y de falsa evidencia implantada a veces por los creadores mismos a modo de charada u obediencia lúdica a sus procedimientos. El traductor: la mano que coloca bajo la luz la lupa sobre el reverso del lienzo repleto de signos.

Ahora una traducción de reciente publicación se suma a la cascada en el tiempo que ha generado en español La tierra baldía: la de Gabriel Bernal Granados. Más que peregrinaje lingüístico policial, o labor ministerial, el andamiaje de examen y traducción trazado por él desemboca en casi investidura de agente secreto de lenguas: indaga en el interior de los nudos para destejer el original y transferirlo a su idioma sin aplicar intelectualizada censura, sin conceder embellecimientos a lo ya de por sí estéril en ese sentido.

Dice Bernal Granados al final del comentario a su traducción que su propósito no es “recrear el poema de Eliot en otra lengua sino aproximarme, a través del ejercicio de la traducción, al sentido ulterior del poema en su relación con la historia, el mito y la vida del autor”. Confesión de método, empeño e intención en su aventura de dar con los hilos más resistentes en el tejido de lo oculto (esa revelación argumentada de unos versos de Geoffrey Chaucer sobre los padecimientos de la floración en el mes de abril haciendo eco en el inicio de La tierra baldía –no consignada por Eliot en sus notas–; la integración onomatopéyica en justo traslado al español como alusiones sexuales y no como adecentados píos de gorrión; el acatamiento a las alternancias de voz y hasta a las acotaciones tipográficas del original). La destreza y los logros del traductor (poeta, destacado ensayista y probado traductor de otras obras) con que ha regresado de su odisea por el Hades eliotiano, se manifiesta en la develación de los filamentos con que se entramó La tierra baldía, en la demostración de la imposible unificación tonal del poema desde su versión inglesa, que el mismo Eliot había dejado entrever en el título que en un principio le había dado y que Pound desechó: He Do the Police in Different Voices (Él hacía el papel de la policía con diferentes acentos), en alusión al personaje Sloppy de la novela Nuestro común amigo, de Charles Dickens; personaje el de Sloppy que tiene la capacidad de leer, modulando su voz, las noticias, especialmente las policíacas.

 

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