Bemol sostenido

- Alonso Arreola | Redes: @Escribajista - Sunday, 31 Mar 2024 15:10 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Felices 100, Henry Mancini

 

Un niño camina por la sabana africana trazando el rumbo de tres pequeños y alegres elefantes (Hatari!). Una mujer canta el abandono de su apartamento vacío, sentada en el alféizar de la ventana (Breakfast at Tiffany’s). Un pulcro detective se regocija escuchando jazz tras resolver el crimen asignado (Peter Gunn). Una pantera rosa se burla de quienes persiguen sus huellas para nunca hallarla (The Pink Panther).

Si esas imágenes alcanzaron altura en la historia del cine y la televisión fue porque iban acompañadas por una música intuitiva, de perfil sencillo y soluciones magistrales; una música que superó límites narrativos asombrando a melómanos y creadores del orbe con gracia transparente. Una música que celebramos admirados, a pocos días de que su autor, Henry Mancini, muerto a los setenta años, cumpla cien de haber nacido.

Pensando en él escribimos sobre una servilleta: “Somos lo que somos antes de lo que somos.” La rebuscada frase nos vino luego de entregarnos a su universo y, claro, por la vocación ensimismada con que preludia una pregunta boba, pero que nos inquieta, lectora, lector.

¿No es reduccionista presentarnos en sociedad aludiendo a una actividad específica, en lugar de hacerlo a partir de los impulsos que, desde antes y atrás, animan nuestras preferencias cotidianas?

Yo soy poeta, dirá alguien. Yo soy abogada, responderá otra. Yo soy piloto, yo cocinera… Uno más, frustrado y con la mirada baja por calamidades financieras, agregará: no soy nada. Pero todo ello es parcial e insuficiente. Siempre hay pliegues secretos por revelar, y más cuando se habla de individuos como Mancini.

Señalar lo que estuvo “antes” de su profesión resulta luminoso. Entréguese a su música, eso primero, mas luego búsquelo en entrevistas o testimonios biográficos. Verá que su “ánima” estuvo encendida siempre.

Siga el rastro a documentales, cortos y conciertos dedicados a su obra; a las memorias de su viuda, hijas gemelas e hijo; a las anécdotas de colegas y periodistas. Todos lo vieron hacerse adicto al esquí, a la pintura, a la cocina de esa Italia que sin verlo nacer hervía en su sangre. Él era antes de ser el que era para todos.

Aprendió a tocar la flauta a los ocho años (gracias a su padre), en un inicio heterodoxo para el creador de renombre en que se convertiría. Evitando toda solemnidad pasó al piano a los trece. A los diecisiete ya hacía arreglos para titanes como Benny Goodman. Porque sí, las Big Bands lo movieron del clásico al jazz. Terminó estudiando en Julliard. Sonó en bandas del ejército durante la guerra. Pero todo ello lo puede averiguar con facilidad. Nosotros deseamos terminar desde el inicio.

Cualquier compositor está capacitado para crear y elevar música en el aire. Uno como Mancini, empero, acciona mecanismos divinos con la facilidad de un elegido. Aquí lo parafraseamos respondiendo sobre su inspiración ante un guión cinematográfico.

“Lo leo pero siempre espero a ver lo que filma el director –dijo–. No puedo trabajar nada antes porque tal vez suceda que, alentado por una breve descripción, genere escenas de quince minutos que yo no hubiera anticipado. Digamos que puedo tener una idea general del carácter, pero debo ver las imágenes en pantalla para que algo se detone en mí.”

A ello nos referimos. Cuatro Premios Oscar, veinte Premios Grammy, decenas de créditos… Todo empequeñece al escuchar esos fragmentos melódicos que, como bien dijo, detonaron en su magín para seguir resonando desde su eterna infancia.

“Es tan fácil, tan obvio”, compartió explicando cómo compuso el tema de La Pantera Rosa. Nosotros lo escuchamos –tocar y hablar– anonadados. El triángulo en swing, cuatro notas del bajo y entonces la melodía de un saxofón que ronronea luego de ponerse el monóculo y encender un cigarro. ¡Qué don maravilloso! Gracias. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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