Cuatro contra el mundo: 75 años de un 'film noir' único

- Rafael Aviña - Sunday, 07 Apr 2024 08:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Glosa crítica de una película que bien se puede considerar emblemática del ‘film noir’ mexicano hacia mediados del siglo pasado: ‘Cuatro contra el mundo’, filmada en 1949, dirigida por Alejandro Galindo (1906-1999) y Gunther Gerzso (1915-2000) como coargumentista y responsable de la escenografía. Historia de un asalto, el filme explora y explota con éxito los meandros y clarosuros, que no son pocos, del fracaso.

 

En su etapa clásica durante los años cuarenta y cincuenta, el cine negro mexicano se trastocó en una de las expresiones fílmicas más intensas, provocativas y ambiciosas de su época. Olvidada y rechazada durante décadas, aportó notables realizadores y artesanos fílmicos, actores, actrices, temáticas, escenógrafos, músicos y, por supuesto, fotógrafos e iluminadores que reescribieron con luces y sombras uno de los períodos más vigorosos y modernos que el país enfrentó en todas sus modalidades. El crecimiento de la urbe y su transformación social y arquitectónica coincidía con la llegada de nuevos artistas, ritmos musicales e insólitas tendencias literarias, teatrales y cinematográficas. En esa misma medida creció el hampa, la delincuencia, la corrupción y una de las obras maestras de ese período es sin duda Cuatro contra el mundo, filmada hace setenta y cinco años.

El realizador Alejandro Galindo y su escenógrafo y coargumentista, Gunther Gerzso, se inspiraron en un hecho verídico: el asalto a un camión de la Cervecería Modelo para escribir el guión del que quizá sea su primer gran film noir con todos los elementos característicos de esa corriente estadunidense en su punto máximo de ebullición: un grupo de hombres que arriesgan el todo por el todo y cuyo crimen sale mal. Los sentimientos de culpa. La presencia de una mujer fatal que rompe el frágil equilibrio de la camaradería masculina. El encierro. La claustrofobia. La ambición y la traición. Cuatro contra el mundo (1949) supuso la intromisión de temas realistas entresacados de la nota roja en un drama naturalista que reflexionaba sobre el crimen urbano más allá de cualquier romanticismo fílmico.

 

El asalto a mano armada

Luego de una secuencia de créditos en la que se menciona a una “nueva generación de actores: José Elías Moreno, Ángel Infante, Manuel de la Vega, Bruno T. Márquez” y con un imponente tema musical del prolífico Gustavo César Carrión en su primera incursión en el cine, la película arranca con la descripción de un cotidiano día de paga en la Cervecería Modelo. Don Rómulo (T. Márquez), pagador que acaba de convertirse en papá, llega a las oficinas acompañado de su ayudante y chofer (Infante). El anciano contador Sr. Mantecón (Rafael Icardo) le entrega el monto del dinero en distintas nominaciones de billetes: “112 mil en de a 5. 104 mil en de a 10. 72 mil en de a 20. 5 mil 500 de a 1 peso. 52 mil 500 de a 50. 37 mil en de a 100. 3 mil en de a mil: 385 mil 550 total.” Después, breves imágenes documentales en el interior de la ficción: empleados, camiones y el automóvil donde viajan don Rómulo y su chofer, con eficaces emplazamientos de cámara y la breve presencia del gran extra del cine nacional, Hernán Vera, velador a cargo del portón.

Al llegar a un camino solitario, los dos hombres son engañados por un grupo de delincuentes: cinco sujetos que se hacen pasar por trabajadores de la construcción, y son bajados con violencia de su vehículo. El asalto es brutal y despiadado. Las imágenes resultan realistas, casi documentales. Los empleados de la cervecera son arrojados a un río por una pequeña pendiente. Sin embargo, la inesperada llegada de un policía de caminos en motocicleta (un tamarindo) cambia los planes. Máximo (Tito Junco), líder de los asaltantes, asesina al gendarme por la espalda. Su cómplice Paco Mendiolea (Víctor Parra), ejecuta a don Rómulo y al chofer, quienes han conseguido incorporarse. No obstante, el policía alcanza a matar a uno de los delincuentes y herir al Lagarto (Manuel Dondé), todo ante los reclamos de otro de los ladrones, Tony (José Pulido), que es abofeteado por Paco.

El sonido cercano de dos patrullas los hace reaccionar. Huyen en un camión con el dinero y cargando con el herido Lagarto: “Me está llevando patas de hilo”, dice. Se introducen en un maizal. Al atascarse el camión se ocultan en un deshuesadero, la policía les pierde el rastro. Todo es contado con un realismo impresionante, como si se tratase de una crónica roja semidocumental al estilo de aquella rareza Serie B, titulada El demonio de la noche/He Walked by Night (Alfred L. Warker, 1948), con Richard Basehart y Jack Webb, estrenada en México el 1 de julio de 1949 en el Cine Orfeón, tres meses antes del rodaje de Cuatro contra el mundo.

Galindo contrasta la huida con el accionar y los métodos policíacos. El Comandante Canseco (José Elías Moreno, espléndido) presiona a sus detectives: “Llévate la fusca esa al laboratorio” y evita la presión de los periodistas, quienes acuden al jefe mayor, El General, que encarna Salvador Quiroz, que los trata con enorme amabilidad ante la molestia de Canseco, presionado por su superior: “Es la primera vez que se hace en México un asalto así”, mientras lee los titulares de los diarios: “Asalto chicaguense a un camión de la Cervecería Modelo.” “Asalto gangsteril.”

El grupo de delincuentes llega al cuartucho de azotea de Lucrecia (Leticia Palma), amante de Máximo, quien le extrae la bala al Lagarto con una navaja ante el horror de Tony y la calma absoluta de Mendiolea, a quien han traído de Tijuana. Por la noche el Lagarto muere. Bajo una inclemente lluvia lo entierran en una obra en construcción. La tensión hace que las cosas se compliquen, al igual que una vecina chismosa, Doña Trini (María Gentil Arcos) que alcanza a ver el sombrero y la pistola de Máximo. De manera eficaz, Galindo y Gerszo confrontan las distintas personalidades de los ladrones y hacen crecer la tensión sexual que se desprende de la presencia de la provocadora Palma, quien recibe contra su voluntad a la amante de Tony (Sara Montes), que ha llegado ahí angustiada y dice trabajar en Kiko’s: “Es un buen negocio, sabe”, aunque logra despacharla con rapidez.

Tony, quien ha manifestado cierto rechazo hacia su novia, que lo trata de mediocre por vender billetes de entrada en los toros, según dice, comenta: “Palabra que sería capaz de dar toda mi parte por una de las escotadas del Waikiki” y se insinúa a Lucrecia, quien lo rechaza. Tony encarna al débil, nervioso y apocado, un papel que Elisha Cook Jr. interpretó en el cine negro estadunidense a las mil maravillas. Máximo, quien intenta mantener el orden y demostrar quién es el líder, abofetea a su amante y es defendida por Paco, que comenta: “Parece que no puedes manejar a una mujer.” Tito Junco es el sujeto violento, frío, cerebral, pero explosivo y ambicioso, traicionado por los nervios, muy en deuda con personajes encarnados por actores como Sterling Hayden o Burt Lancaster. En cambio, Mendiolea es el hombre callado, solitario, calculador pero asolado por un pasado terrible donde sólo ha conocido la brutalidad, pero que guarda un resquicio de sensibilidad al estilo de un Humphrey Bogart o Robert Mitchum: “Nadie tiene el score limpio. La ruleta da muchas vueltas.” A los catorce años huyó del hogar al ver a su madre en brazos de otro hombre, y después se dedicó a cruzar indocumentados.

Unos obreros descubren el cadáver del Lagarto, cuya ropa está relacionada con un fragmento de tela de la camioneta asaltada. La policía visita a Lucrecia pero los hombres se han ocultado en los tinacos. Máximo, quien cree que todo marcha bien, convence a Tony de que escape y hace creer a Paco –por el que se siente atraída Lucrecia– que Tony ha huido con el dinero. Tony va directo con el sastre del “elegante” Lagarto, es sorprendido azarosamente por la policía y, al tratar de huir, es atropellado. La amante de Tony es llamada a identificar el cuerpo y delata a Máximo. La policía rodea el lugar donde éste, Paco y Lucrecia –quienes se han confesado su amor– se encuentran escondidos. En su intento por eliminar a Paco, Máximo es acribillado por su compañero. Más tarde, la policía acorrala a la pareja y Paco responde matando a un oficial. Sin embargo, todo está decidido y Lucrecia se queda sola, sin botín y sin amante, ante el comentario sardónico y realista de Canseco: “Bueno. Ya la sociedad podrá estar contenta. Yo tengo mucha hambre, me voy a cenar.”

 

Un asunto cotidiano

Cuatro contra el mundo está muy cerca de Sólo vivimos una vez (1937), de Fritz Lang, y de Sin ley y sin alma (1949), de Robert Siodmak, con sus personajes confundidos en un tiempo irrecuperable, sus maleantes sádicos y brutales como el personaje que encarna Junco, sus ladrones condenados al fracaso (Víctor Parra) y sus femmes fatales ambiciosas y doblegadas por un destino implacable como Leticia Palma, con su bien delineado cuerpo, sus grandes y expresivos ojos y su voz que alcanzaba tonos que iban de la dureza a la sensualidad: la amante de un criminal que envuelve con sus encantos a sus cómplices.

No sólo eso, el filme se beneficia con una espléndida fotografía de Agustín Martínez Solares, quien saca partido del encuadre y los espacios en el set del cuarto de azotea propuesto por Gerszo, así como de la iluminación y el claroscuro, sobre todo en las secuencias finales y en el desenlace, donde un miembro del equipo de tiro de la policía decide la situación bajo luces cenitales. Con esa forma de iluminar desde arriba se consiguen sombras muy duras, potencializando el efecto dramático en la escena y sobre todo en los personajes en ese instante final, donde Palma le comenta in extremis a Parra: “Un cariño se alimenta de dos corazones”, para cerrar así un desesperanzado y espléndido drama noir de Galindo. Por cierto, otra aportación notable del relato es la utilización de imágenes reales y/o trucadas de casos habituales de nota roja, lo que otorga más detalles documentales y veristas al asunto: “cabaretera muerta en el Moscú. Ruletero muerto por robo”, etcétera, lo que evidencia que, en el México del período alemanista, el crimen violento era a todas luces un asunto cotidiano.

 

 

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