Alessandro Baricco y la élite digital / Entrevista inédita en español
- Andrea Zanni - Sunday, 14 Apr 2024 10:10
–No sólo es una impresión mía que nuestra clase dirigente –y también la élite intelectual– nunca ha entendido realmente lo digital. The Game es un éxito de ventas, lo cual es raro para un libro que no pertenece a la narrativa; de hecho, para mucha gente su libro fue a la vez un punto de partida pero también –tomando en cuenta lo poco que leen– un punto final, lo único que leerán sobre el tema. ¿Cree que esto puede significar un problema?
–Creo también que la élite italiana llegó muy tarde y no sabe realmente qué sucedió; pero puedo decirle con absoluta certeza que no es solamente un problema de nosotros los italianos; al contrario, me parece que en el resto de Europa estamos mejor que Francia o España, por decir algo. Soy consciente de que para una buena parte de la élite –especialmente la élite dirigente– este libro corre el riesgo de ser no sólo un texto introductorio sino también el último, porque a la mayoría de ellos no les interesa realmente indagar más sobre el tema. Así que me alegro de haber contribuido a llenar un vacío; pero, en caso de que exista algún inexactitud en el libro, se corre el riesgo de distorsionar el pensamiento. Aunque también diría que buena parte de la “culpa” de este retraso es la incapacidad o falta de voluntad de la nueva élite del Game para salir de su círculo esotérico y hablar con el mundo. No parecen muy interesados: tienen una forma de desprecio, de superioridad hacia la vieja élite del siglo XX, que les impide dialogar. El atraso que, con cierta arrogancia, imputan a las viejas élites –las que estamos desmantelando– también depende de ellos. Lo “nuevo” viene adherido al cuerpo social de los modernos, y si éstos se abstienen de concretarlo, el cuerpo seguirá siendo viejo. Así pues, el riesgo de que este libro siga siendo un punto de llegada es una cuestión que no me concierne, ni siquiera compete a la vieja élite intelectual, sino a los que están más adelantados, a los que desarrollaron una reflexión mucho más avanzada, y que deben hacerla visible.
–Usted dice que hay una falta de esfuerzo de divulgación, de diálogo por parte de los jóvenes. Aunque estoy parcialmente de acuerdo con usted, ¿no cree que la otra parte ni siquiera quiere escuchar? En los últimos años se han suscitado muchos libros y artículos acerca de lo digital, pero si eres joven no te escuchan mucho, no se te reconoce como un “igual”.
–Nadie reconoce tu condición de colega, jamás. Hay que ganárselo sobre el terreno. Ni siquiera creo que sea un problema de “divulgación”, al menos en el sentido clásico, a lo Piero o Alberto Angela. Mi libro no es de divulgación: jamás he pensado que exista una forma más sencilla y reduccionista de explicar ideas tan complejas. Lo que me interesa es devolver los sistemas complejos a su figura original, al inicio, cuando todavía eran figuras sencillas. Es como el gesto del cartógrafo que logra condensar una enorme complejidad en unos pocos trazos sintéticos. Sospecho que esto es algo que no están haciendo las nuevas élites: sus mapas son demasiado difíciles de leer para los demás... no son mapas para viajeros sino para ellos mismos. Me parece que, en este sentido, están repitiendo el mismo error autorreferencial que la élite anterior. Posteriormente –¡por caridad!– surgieron muchas excepciones, pero no creo que el problema sea que nos falten divulgadores competentes: nos faltan cartógrafos que piensen de manera sencilla, clara y cartesiana. Porque para cultivarse por acumulación, de forma cuantitativa, servimos todos. Si elaboras un mapa del mundo 1/1, como el de Borges, por muy espectacular y fantástico que resulte, nunca le servirá a nadie para viajar.
–Explique mejor qué entiende por nueva élite: ¿nueva clase intelectual, dirigente, gerencial? En Los bárbaros, por ejemplo, habló de los grandes fundadores, de varios tipos de [Larry] Page y [Sergey] Brin de Google, Zuckerberg de Facebook, etcétera.
–Está la gran élite de inventores de Silicon Valley, que creo que es la última élite que veremos antes de que se forme una nueva con la llegada de la Inteligencia Artificial. También me parece que, en los últimos años, se ha ralentizado la misma innovación disruptiva que vimos al principio, mezclando las mismas cuatro cosas: sí, cada vez mejor, pero no con los enormes saltos que hubo en el pasado. Lo que me parece relevante es que esta élite de inventores natos no nos dejó prácticamente ninguna forma de orientación: no fueron capaces de teorizar lo que hacían, ni estuvieron remotamente interesados (o eran lo suficientemente buenos) por acuñar nuevos modelos sociales o económicos que fueran distintos en relación con los más antiguos y trillados. Si lo piensa, es absurdo que gente con esa independencia de pensamiento, con esa libertad de invención, esa genialidad, mas tarde fundaran empresas que se basaron todas en la publicidad, que es un modelo casi arcaico. Me parece inconcebible. La teoría, que en el libro se atribuye principalmente a Stewart Brand (creador del Whole Earth Catalog), porque alguna vez formuló –casi por accidente– que el mundo no se transforma con ideas sino con herramientas, instrumentos. En mi opinión, esta teoría tiene las horas contadas, porque con herramientas no se llega muy lejos. Al cabo de un par de décadas, la gente volverá a requerir ideas, pensamientos: querrá místicos, santos, nuevas teorías. La gente no puede vivir más de cincuenta años en la apnea de los sueños. Esperemos que los gurús que surjan estén a la altura. Me parece que lo que se está produciendo es una intelectualidad, una élite del pensamiento que tiene sus propios movimientos mentales del Game. Ideológicamente hablando, el siglo XX no aparece en ellos, no tienen ningún tipo de freno inhibitorio. En parte se trata de una élite oculta, porque la élite del siglo XX sigue haciendo mucho dinero en silencio, que es algo que, técnicamente, no tiene sentido. Quiero decir: el ochenta por ciento de los libros que producimos ya no deberían mover un euro en este nuevo mundo que tenemos ahora. En cambio, hay una persistencia, una inercia muy poderosa, que no comprendo.
–¿No cree que esta velocidad –que describió en Los bárbaros y se extendió hasta The Game– perturba a los propios “habitantes” de este último título? Mi generación de treintañeros ha visto la transición de la música del Walkman a Spotify, por decir algo. La impresión es que lo realmente diferente, un dato de nuestro tiempo, es que esta velocidad de innovación no deja de aumentar a un ritmo que parece “sobrehumano”.
–De vez en cuando pienso en mi abuelo, que nació en 1899 y murió a los noventa y seis años. Pasó de no tener luz eléctrica a tocar un pequeño sintetizador, donde improvisaba una orquesta electrónica. Se perdió la revolución digital, pero vio dos guerras mundiales, una crisis económica monstruosa, al hombre en la Luna. Así que la pregunta que me hago es: ¿no estamos dándole demasiada importancia a todo esto? ¿No será
que, de cualquier forma, nuestros padres y abuelos también vivieron aceleraciones impresionantes? Mi abuelo nació en una Italia en la que los aviones no existían y los trenes apenas funcionaban. ¿El ser humano no está adaptado para ello? Lo que me resultaba evidente desde Los bárbaros, y sobre lo que ahora no tengo la menor duda, es que los seres humanos nunca permaneceremos estáticos, seguiremos produciendo terremotos. Pero somos capaces de reconstruir una genealogía, de reconstruir cómo ocurrieron esos terremotos. Dentro de la destrucción pulviscular, siempre tuvimos esta capacidad de identificar la grieta exacta, el estrato donde nació el terremoto. Después le pusimos un nombre y estudiamos mucho sobre ello. Por ejemplo, todavía estamos tratando de averiguar si el Renacimiento comenzó en el siglo XIII o en el XV... pero siempre mantenemos el instinto de decir “Renacimiento”, “Humanismo” o “Alta Edad Media”. Creo que ahora podemos decir con certeza que estamos dentro de una de esas grietas con las mismas proporciones que aquella con la que se dividió la Edad Media, y de la que nacieron primero el Humanismo y después el Renacimiento. Una grieta como la que produjo el doble movimiento Ilustración-Romanticismo, que es algo que sucedió en sólo treinta años, algo de una velocidad increíble, un movimiento de acción y reacción. Creo que la última gran grieta cultural fue probablemente ésa, y aunque políticamente hemos tenido dos mil años de terremotos, si pensamos en cómo los hombres “se sitúan en el mundo”, yo diría que el último gran terremoto fue esa circunstancia uno-dos de la Ilustración y el Romanticismo. Por eso jamás creeré en los que proclaman “el fin de la Historia”. A mí me parece más que probable que vivamos un siglo de la “Cultura del Game”, con el desarrollo y la extensión que pueda llevarnos desde el Nocturno de Chopin hasta el Titanic, como ocurrió con el Romanticismo. Creo que será algo parecido: un enorme viaje, muchos pequeños movimientos sísmicos dentro de un gran terremoto.
–Ayúdeme a entenderlo un poco mejor: ¿qué cree que ha cambiado realmente en comparación con el pasado?
–Creo que existen fundamentalmente tres grandes cambios de paradigma: el primero es que el movimiento en sí mismo se ha convertido en un valor, y la fijeza en un signo de muerte. Y esto es realmente lo contrario al pasado: desde la Ilustración pretendemos fijar las cosas bajo el prisma, para entender lo que significan. Y la reacción contraria al Romanticismo es “no todo puede estar ahí, hay algo que el lente no puede captar, y por eso empieza allí una vibración, pero se detiene”. Es decir, detenida en un Nocturno de Chopin. De nuevo se detiene ahí. Así que tienes el objeto y su vibración en ese lugar, paralizados. Un pensamiento por el cual el movimiento a ejercer era la inmovilización de algo y adentrarse en ello profundamente. Todo era tanto más válido cuanto resultaba más permanente, sólido, fijo. Lo primero y más importante era el concepto de la “verdad”. En esto, actualmente, representamos otra forma de estar en el mundo, porque para nosotros todo adquiere significado en el hecho de que somos móviles. De ahí el segundo cambio de paradigma: hemos reinventado la superficialidad como lugar del sentido, porque la superficie te permite moverte. Si desciendes, no te mueves más. Hasta el punto de darnos cuenta de que el propio concepto de profundidad era una invención, un símbolo de algo que nunca existió. Esto tuvo otra consecuencia que fue el tercer gran cambio de paradigma: desbaratamos los límites. Cuando los naturalistas del siglo XVIII llegaron a Sudamérica, lo primero que hicieron fue clasificar: el arte de la taxonomía era la base de nuestro conocimiento, porque había que distinguir un pez de un ave, después las distintas especies de aves que existen entre ellas, y así sucesivamente. Mientras que ahora estamos haciendo una inmensa operación de destaxonomía: ya no hay nada que no sea simultáneamente la contaminación de muchas cosas que antes estaban separadas. Estamos redefiniendo el mundo, mezclando cosas que no pertenecían al mismo cajón. Nuevamente se trata de una grieta monstruosa, porque fue enorme el esfuerzo que hicimos en el pasado para derribar las fronteras. Pienso, por ejemplo, en la división entre alta y baja cultura, que deshicimos en los años setenta: en sí misma, fue una invención ingeniosa, un gigantesco trabajo de autoconciencia por parte de la élite. Tuvieron que admitirse a sí mismos como la élite, que pensaban de forma distinta, que producían música de forma diferente... Fue
una importante interpretación del mundo
que no existía antes. Anteriormente lo separaron todo; nosotros, en cambio, lo estamos remezclando, tanto que que ahora permanecemos huérfanos de cualquier lectura crítica, todo se ha convertido en “cultura”. Lo cual está muy bien, aunque perdamos algo: elaborar [el platillo tradicional italiano, cuyo ingrediente principal es la mayonesa] vitel tonné “a la antigua” sí es cultura, pero no como en El hombre sin atributos. Seguro que vendrá alguien –alguien que todavía no nace– y dirá “muy bien, la novela y la mayonesa sin huevo son dos formas de cultura. Pero ahora disculpen, tracemos una división”. Actualmente lo estamos dinamitando todo, y estamos asustando a mucha gente. Porque la gente no es capaz de jugar en un campo tan abierto.
–Esta “reacción” la vemos todos los días. Básicamente, el hombre (en general, pero sobre todo el varón) siente que le falta un poco de suelo bajo los pies. Viviendo en una época en la que todas las grandes formas que conocía están cambiando (el trabajo, el papel de la mujer, la identidad sexual, el Estado-nación, etcétera), se siente como perseguido. Me parece que la respuesta a esta enorme complejidad es muy animal: luchar o huir, fight or flight. En este momento estamos luchando, porque huir no es posible.
–Como intento decir en el libro, es un juego difícil. Estamos demasiado avanzados como para volver atrás, si no traumáticamente –con formas políticamente arcaicas y simplificadoras–, tal vez levantando de nuevo las fronteras nacionales. La posibilidad de que esto ocurra está ahí. Sin embargo, de lo que sigo convencido es de que si el nivel de dificultad se ha elevado, por otro lado el Game ensaya nuevas habilidades y herramientas con las que se puede hacer frente a ello. Esta es una de las genialidad que, por ejemplo, no tuvo la Ilustración –como lo demostraron Adorno y Horkheimer, y como también lo demostraron los campos de exterminio–, que es consecuencia directa de una determinada forma de pensar, no una excepción; al contrario, el Game lleva el antídoto en la sangre. Y esto me parece brillante. En el libro intenté explicarlo: es decir, se trata de un mundo donde existe Google, porque Google no es tan perjudicial. Basta pensar cómo habría sido tener Google en 1930, en tiempos del nazismo. El sistema del Game es un sistema que puede tragarse el peligro –su patología– y digerirlo parcialmente, sin dejar de hacerlo compatible con un organismo vivo. Esta capacidad de producir de forma independiente tanto venenos como antídotos es especial; ignoro cuántos sistemas en el pasado lo tuvieron.
Traducción de Roberto Bernal.