Bemol sostenido

- Alonso Arreola | Redes: @LabAlonso - Sunday, 05 May 2024 13:28 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Valdrá la pena

 

Fuimos invitados a Banana Media, estudio en donde además de grabaciones y ensayos, se produce el podcast Sin cáscara (disponible en YouTube y Spotify). Allí conversamos a propósito de aventuras sonorosas, así como de periodismo fílmico y musical.

Los Banana están ubicados en pleno Centro Histórico de Ciudad de México, arriba y al lado de sendas tiendas donde cuelgan vestidos de quinceañeras y trajes de chambelanes. Se trata de un espacio bien montado y ordenado en el que viven algunos instrumentos notables, como el que ponen en nuestras manos: un lindo Fender Jaguar.

Motivados por la charla con el lúcido Yohan, salimos rumbo a La Mascota, cantina tradicional situada en la esquina de Mesones y Bolívar. ¡Cuántas veces pasamos fuera de ella, siendo adolescentes, mientras visitábamos las tiendas de instrumentos que la circundan! Las rocolas que ahora nos atraen a su interior parecen las mismas que antes repelían nuestra intolerancia rocanrolera.

Sopa de médula. Chamorro. Decimos salud antes de ausentarnos brevemente. Queremos preguntar algo en un establecimiento a punto de cerrar. Son las siete de la noche. Y sí: tienen la Bass Station II de Novation. “Algún día”, nos decimos, mientras volvemos a La Mascota para, intempestivamente, vernos asediados por el fruto de una banda de metal.

Buscando el origen de voces y distorsiones, lo identificamos tres pisos arriba de la propia cantina. Recordamos entonces cuando conocimos aquel espacio, allí donde algunos técnicos ajustaban bajos y guitarras a precios accesibles en el desempleo. De regreso a la mesa, finalizamos el cuarto trago cuando lanzamos la pregunta, estimulados por el entorno y la memoria. ¿Y si nos metemos a buscarlos?

“Arriba hay una escuela de música”, dice el mesero que descansa afuera, cigarro en mano. “Todos los días suenan distintos grupos”, agrega señalando al cielo oscurecido en que se estrella el oficio de Brain Wash, banda que conoceremos ejerciendo nuestra imprudencia. “Perdonen la interrupción muchachos”, decimos abriendo la puerta de su ensayo, tras esperar varios minutos a que llegara un silencio duradero. Alan, Daniel, Kevin y Alex nos miran sorprendidos, demudados. “Venimos tras escucharlos en la cantina de abajo… Esperamos que no les moleste”.

Amables, sonrientes, parecen entusiasmados con la audiencia inesperada. Luego de las presentaciones, Brain Wash nos da la bienvenida con una de sus composiciones más logradas. Son aplanadora. Podríamos situarlos en la estética del Trash. El headbanging que ejerce nos toma en serio. Aplaudimos. Agradecemos por compartir tiempo e inspiración.

“También somos músicos”, decimos antes de contar que muchos años atrás, en un cuarto de azotea que usábamos para practicar, recibíamos visitas inesperadas gracias a la “imprudencia” de nuestra madre, que dejaba pasar a cualquier extraño que se interesara en nuestro ruido.

Decimos adiós. Prometemos seguirlos en las redes. Brain Wash se despide afectuosamente, explica que luego de una pausa ha decido juntarse de nuevo para ver si vale la pena seguir haciendo música. Les decimos que sí, que tomen nuestra presencia como una señal.

Apenas cerramos la puerta, explota el mismo fragmento
que nos atrajo en primera instancia. Claramente es una pieza en construcción; una sección instrumental que se niega a nacer con facilidad. Mientras bajamos los tres pisos de esa vieja caja musical, enumeramos las repeticiones con que el cuarteto esculpe su esfuerzo. Entonces conectamos las cosas, lectora, lector.

Los encuentros y las palabras del día nos han regresado en el tiempo. Otra vez tenemos diecinueve años de edad. Por la noche tocaremos en la colonia Roma, estrenando nuestra banda original. Tres décadas están por comenzar. Y sí, valdrán la pena. Buen domingo. Buena semana. Buenos sonidos.

 

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