Rarezas y anticipos en la década de los ’70: Mictlán, Anticlímax y El topo

- Rafael Aviña - Sunday, 05 May 2024 12:25 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Este artículo describe el contexto y comenta tres películas atípicas que abrieron brecha en el cine mexicano, a saber: ‘Mictlán’ escrita y dirigida por Raúl Kamffer, ‘Anticlímax’, de Gelsen Gas, y el segundo largometraje de Jodorowsky, ‘El topo’, obras que “darían pie a una suerte de cine de ruptura con elementos eróticos, esotéricos, pánicos, críticos y de rompimiento cultural”.

 

Instante único, coyuntural y trascendente sin duda, fue el impulso otorgado durante el sexenio de Luis Echeverría a la industria fílmica, dando pie al llamado cine echeverrista que tuvo continuidad en los primeros años del lopezportillismo, con cineastas como Jorge Fons, Arturo Ripstein, Felipe Cazals, José Estrada, Jaime Humberto Hermosillo, Alberto Bojórquez, Gabriel Retes, Alfredo Gurrola, Julián Pastor, Juan López Moctezuma, Alfonso Arau, Alfredo Joskowicz, Juan Manuel Torres, Paul Leduc, Gonzalo Martínez Ortega, Raúl Araiza, Sergio Olhovich, Mauricio Walerstein, Toni Sbert, Marcela Fernández Violante, Rosa Martha Fernández o Luis Alcoriza, que venía de una década atrás, así como la creación de compañías productoras independientes como Cinematográfica Marco Polo, Alpha Centauri y Producciones Escorpión, por ejemplo.

Esa etapa coincide con la entronización de un subgénero satanizado sin remordimiento alguno: las sexy-comedias prostibularias bautizadas como cine de ficheras, que aportó sin embargo instantáneos filmes de culto con figuras como Sasha Montenegro, Lyn May, Carmen Salinas, Víctor Manuel Güero Castro, Eduardo de la Peña Lalo El Mimo, Rafael Inclán, Alberto Rojas El Caballo, Alfonso Zayas y más…

Ese “nuevo cine” o “nueva época de oro”, más madura y amarga, que representa en su conjunto la obra del modelo echeverrista, no surge aislada, tiene sus contextos y sus antecedentes, sus impulsos geniales y su instantes de gloria. Un par de años antes, durante la afamada y polémica Reseña de Cine en Acapulco de 1968, al joven director de Cinematografía, dependiente de la Secretaría de Gobernación, Hiram García Borja, uno de los más entusiastas promotores y programadores de la Reseña y a su equipo, entre los que se encontraban Fernando Macotela, Francisco Marín –ambos futuros Directores de la Cineteca Nacional-, el cineasta Juan Guerrero, Luciana Cabarga y Rubén Broido, les pareció pertinente insertar la modernidad subversiva de Fando y Lis (1967), de Alejandro Jodorowski, dentro de ese contexto fílmico en el que se proyectaron obras como El graduado, de Mike Nichols; Pierrot, el loco, de Jean-Luc Godard; Patsy, mi amor, de Manuel Michel; Edipo, hijo de la fortuna, de Pier Paolo Pasolini o El bebé de Rosemary, de Roman Polanski, quien se paseaba entonces con su mujer Sharon Tate en la Reseña de Acapulco, al igual que la hermosa Meche Carreño, quien se fotografiaba semidesnuda en las playas del puerto, promocionando su nueva cinta inscrita también en ese evento: Andante. Vértigo de amor en la oscuridad, de Julio Bracho, así como Paul Newman, quien escapaba un par de días de la filmación de Butch Cassiddy y Sundance Kid para presentar Rachel, Rachel, su ópera prima como director, protagonizada por su mujer Joanne Woodward. Pese al escándalo y contra todo pronóstico, García Borja siguió al frente de Cinematografía y se afianzó en su puesto con la llegada de Luis Echeverría a la presidencia en 1970. De esa forma volvió a impulsar aquel modelo anual de exhibición fílmica de prestigio bajo el nombre de Muestra Internacional de Cine.

 

Un cine de ruptura

Tres películas de 1969, estrenadas todas entre 1971 y 1973, proporcionan claves importantes en el núcleo de la ruptura intelectual del momento: Mictlán o la casa de los que ya no son, escrita y dirigida por Raúl Kamffer –en breve realizador de El perro y la calentura (1973)–, producida por la Dirección General de Difusión Cultural de la UNAM y el CUEC, con fotografía de Alexis Grivas, Toni Kuhn y Pablo García, filmada entre enero y marzo de 1969. La segunda fue Anticlímax, dirigida por el artista plástico y cineasta Gelsen Gas (Ángel Sánchez Gas), con guion de Luis Urías, sobre argumento de Gelsen y Urías, fotografía de Rafael Corkidi con escenografía del propio Gas, rodada en marzo de ese año. Finalmente, el segundo largometraje de Jodorowsky, El topo, escrita por él mismo con imágenes de Corkidi y Eduardo Rojo Urquieta, filmada entre agosto y septiembre de aquel 1969.

Mictlán narra la toma de conciencia de un joven aristócrata durante el porfiriato, que logra valorar las culturas indígenas. A través de distintos episodios entre el pasado y el presente, el relato propone una reflexión sobre el choque entre culturas a través de Santiago (Sergio Klainer), quien vivirá delirantes experiencias al compenetrarse con el mundo indígena. Una curandera (Lilia Aragón), le hace beber jiculi, una suerte de droga alucinógena que le lleva a recordar sus tiempos de juventud en la hacienda de su padre y sus amores con una bella indígena (Silvia Li); sin embargo, el padre lo separa de ésta y lo envía a Europa, regresa y se hace militar. Finalmente, Santiago se sumerge en el Mictlán, es decir el inframundo.

En cambio, Anticlímax era una suerte de fábula psicodélica –magiscopios de Feliciano Béjar incluidos– sobre la enajenación del individuo en una sociedad materialista obsesionada con el sexo y el consumo; una especie de puesta al día de Tiempos modernos (Charles Chaplin, 1936) en la contemporánea Ciudad de México de aquel 1969, con música electrónica del propio Gelsen y del mítico baterista británico Jimmie Nicol –quien supliera a Ringo Starr en algunos conciertos de The Beatles a mediados de los sesenta– e imágenes del modernísimo edificio de Celanese Mexicana sobre Avenida Revolución, obra del arquitecto Ricardo Legorreta, así como de la olímpica Ruta de la Amistad. Hay una escena notable en el interior de un autobús con mujeres que muestran sus piernas y pasajeros excitados por ese hecho. La cinta está protagonizada por Mauricio Davison como Donino, arquitecto y diseñador que deambula en una fantasmal urbe, a partir de una sucesión arbitraria de imágenes muy influenciada por Jodorowsky, quien aparece brevemente.

Por su parte, El topo, rareza que mezcla el western y el budismo-zen, llamó la atención del ex beatle John Lennon, quien compró los derechos de exhibición mundial, y en la que se utilizó un puente colgante con más de doscientos años de antigüedad, así como tres mil litros de sangre artificial para crear un pantano de sangre. Los prismas basálticos cercanos a San Miguel Regla en Hidalgo, o el desierto inclemente con temperaturas de 40 grados a la sombra en Sonora y en Samalayuca, Chihuahua, fueron algunos de los portentosos escenarios naturales y ficticios de un enrarecido paisaje rural para crear un drama onírico, sensual, agresivo, violento y de una belleza que asusta e impresiona y que sirvió, además, para potencializar la carrera de un gran veterano de la época de oro como David Silva, quien obtenía una nueva nominación al Ariel y aceptaba con valentía un papel atípico a su carrera, el de un perverso coronel que acaba castrado.

La primera escena de El topo muestra al protagonista –el propio Jodorowsky–, un pistolero de sombrero, gabardina y botas de piel negra que avanza a caballo por el desierto, cubriéndose con un paraguas y llevando consigo a su pequeño hijo desnudo (Brontis Jodorowsky), a quien le comenta: “Ya tienes siete años. Ya eres un hombre. Entierra tu primer juguete y el retrato de tu madre.” Un brillante tema musical –como toda la banda sonora compuesta por el propio Jodorowsky y Nacho Méndez Guiú– da inicio a los créditos, al tiempo que un narrador apunta: “El topo es un animal que cava galerías bajo la tierra, buscando el sol. A veces, su camino lo lleva a la superficie. Cuando ve el sol, se queda ciego…”

Filmes atípicos los tres, que surgían en el mismo año de los importantes debuts de Jaime Humberto Hermosillo con Los nuestros y Alberto Bojórquez con el mediometraje A la busca –anticipo de su primer largo Los meses y los días (1970), o de rarezas como La hora de los niños de, Arturo Ripstein; Familiaridades, de Felipe Cazals –ambas, cintas independientes–; El águila descalza, primera película de Alfonso Arau; Siempre hay una primera vez, de los debutantes José Estrada, Guillermo Murray y Mauricio Walerstein; Paraíso de Luis Alcoriza; Los adelantados, del también debutante Gustavo Alatriste, así como obras abiertamente comerciales como Cristo 70, Las chicas malas del Padre Méndez, Faltas a la moral, Las bestias jóvenes, El hermano Capulina, Departamento de soltero, Fray Don Juan, Espérame en Siberia vida mía o Modisto de señoras –las cuatro últimas con Mauricio Garcés–, Santo vs Blue Demon en la Atlántida, El sabor de la venganza o El capitán Mantarraya y El Pocho, dirigidas y protagonizadas por Germán Valdés Tin Tan y Eulalio González Piporro, respectivamente, entre muchas otras.

 

Un período irrepetible

Mictlán, Anticlímax y El topo darían pie a una suerte de cine de ruptura con elementos eróticos, esotéricos, pánicos, críticos y de rompimiento cultural, enarbolado en breve por Alfredo Joskowicz con su debut en Crates (1970), Rafael Corkidi con obras como Ángeles y querubines (1971), Auándar Anapu (1974), Pafnucio Santo (1976) y Deseos (1977); Apolinar (1971), del director teatral Julio Castillo; Alucarda (1975) y La mansión de la locura (1971), de Juan López Moctezuma, o Pubertinaje (1971), de Pablo Leder y José Antonio Alcaraz, de exacerbada imaginería visual.

En paralelo aparecerían inquietantes relatos juveniles de crítica social sobre la brecha generacional anímica e intelectual, como sería La fuerza inútil (1970), de Carlos Enrique Taboada, titulada originalmente Go-Go imbécil, con un portentoso Rafael Baledón como entomólogo burgués que decide estudiar a la juventud como si fueran larvas de una torpeza y estupidez increíble. Los hace desnudarse, provoca accidentes e incluso una violación tumultuaria con un reparto juvenil que incluía a las bellas Macaria, Verónica Castro, Gloria Leticia Ortiz, Rocío Romero, Silvia Mariscal, además de Roberto Jordán y Juan Peláez… El modelo fílmico echeverrista jamás se repetiría… l

 

 

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