Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 19 May 2024 12:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Antipatías filmadas de ayer y hoy

 

Desde mediados de los años noventa del siglo pasado y durante poco menos de dos décadas, si alguna filmografía producida en México podía ser considerada como la más antipática –y mire usted que la competencia era durísima–, sin duda era la de Fernando Sariñana. Hoy de sesenta y cinco años de edad, el nacido en Ciudad de México inició su presencia en el cine como productor en 1991, y muy pronto dirigió su primer largometraje de ficción: la plausible Hasta morir (1994), que luce atributos posteriormente perdidos, cuando su autor se entregó sin empacho a la confección de reverendos bodrios como El segundo aire (2001), Amar te duele (2002), Niñas mal (2006) o Los fabulosos 7 (2012). Más allá de ser a fin de cuentas, algunos de estos filmes, meras plataformas para lucimiento de su hija Ximena, una característica que los unifica es el aire sobrado, petulante y clasirracista sin remedio –peor aún: sin ganas de tenerlo– que exudan sus historias, personajes y contextos, ya sean de su invención o perpetrados por otra persona y llevados por él a la pantalla. En descargo suyo y honor a la verdad, no siempre Sariñana pergeñó petardos: al menos el debut arriba mencionado, así como Ciudades oscuras (2001), carecen de las taras de las otras en lo que se refiere a contenido.

 

Hoy como ayer

Para infortunio del cine nacional, no es posible sostener cosa semejante respecto de quien, por trayectoria, ostenta el antihonor de ser quien ha tomado la estafeta de la antipatía filmada: el tapatío Manuel Caro Serrano –Manolo pa’ sus cuates– suma a la fecha un documental y siete largos de ficción refrendando la toma de estafeta: afecto a los títulos efectistas, como el de su cortometraje de 2007 Gente bien… atascada, Caro Serrano se decantó inmediatamente por la comedia, a veces romántica y a veces quién sabe qué, como quedó demostrado en su primer largoficción, la desapacible No sé si cortarme las venas o dejármelas largas (2013), que le sirvió muy bien para tres cosas: ocupar el nicho abandonado por Fernando Sariñana en la propuesta de un cine que se refocila en sus exclusivismos de clase social, contexto socioeconómico, modo de ser y pensar de personajes; hacerse de una suerte de pandilla laboral, incluyendo histriones, que se miran muy a gusto dando cuerpo a las antipáticas historias tan caras a Caro Serrano; y hacerse de una formulita cinematográfica que hasta la fecha le funciona, como queda manifiesto en una trayectoria breve en años y dilatada en filmes: ocho películas en una sola década, a sus apenas treinta y nueve años, amén de “series” para plataformas como la que tal vez sea su éxito mayor: una telenovela, más estirada y guanga que una liga bajo el sol, de nombre La casa de las flores, de la cual –válganos Dior– hasta filme hay.

Igual que Sariñana, Caro Serrano no le hace ascos a las antipatías por otros concebidas: la prueba es su largo más reciente, adaptación homónima de la novela Fiesta en la madriguera, del mexicano Juan Pablo Villalobos. Este juntapalabras no tiene el gusto de haber leído el libro pero, si la adaptación es fiel, no quiere leerlo manque le paguen, pues de principio a fin la historia que ahí se cuenta desagrada tanto como cualquiera de las previas que ha contado Caro –hipersaturadas de lujo material barato, ambientes y situaciones de tácito clasismo, donde ningún conflicto merece tal nombre–, con el agravante de ser, quieran o no cineasta y novelista, una más de esas apologías hipócritas o inconscientes del universo narco. Que el hilo conductor sea un niño de actitud tan repelente y falsa que parece epítome de cuantos actores/personajes han obedecido a Caro, no disminuye sino todo lo contrario la distancia insalvable que, da la impresión, el director quiere establecer entre un público equívoca y tristemente encandilado con esos oropeles, y el propio Caro y su pandilla.

Cosas veredes: hoy como ayer, la antipatía fílmica funciona.

 

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