Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 19 May 2024 11:46 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Anticomunismo rosa

 

La procesión de las Tres Caídas y el sermón de las Siete Palabras en la Catedral, las peregrinaciones de mayo para ofrecer flores a la Virgen, los torneos caballerescos de Pentecostés organizados por la congregación del Espíritu Santo, los retiros espirituales en el seminario conciliar, las piñatas en el atrio de La Merced. La misa de Resurrección, reclinatorios de terciopelo y roble, el ara del santo sacrificio con manteles de lino, casullas de seda y quilates, incienso sobre fragancia de gardenias, gladiolas, azucenas y rosas. Luto en sotanas y en hábitos de monjas, el alzacuello y los medallones de unos y otras, la inocencia rota sin derramar sangre ni dejar marca. Así era la prédica de oscurantismo y sumisión que te vendían: la luz de la calumnia y la conversión, la siembra del miedo a la verdad que te haría libre.

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Borregos. Marchaban por la calle Primero de Mayo. Iban de overol de mezclilla, con peto y botones de metal. No desfilaban de uniforme como los soldados o los escolares, tampoco traían banda de guerra. Pisaban tosco y pedían mejor salario, más justicia, solidaridad del pueblo. Tu abuelo carrancista decía que eran borregos. Pero aunque la palabra sonara parecido, tuviera las mismas vocales y fuera trisílaba, no eran borregos sino obreros. Lo empezaste a saber el día que la madre superiora interrumpió la eternidad de rosarios y homilías para darles una embarrada de civismo y español porque los más aplicados iban a representar al colegio en un concurso estatal, antes no.

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Lento aprendizaje. En el colegio te ponían a rezar para que los comunistas se convirtieran. No se te ocurrió preguntar quiénes o qué eran los comunistas. Sólo recuerdas tu terror el mediodía de octubre en que se anunció el fin del mundo, cuando los comunistas harían explotar bombas atómicas. Y como tenías la idea de que los comunistas eran cilindros de gas de treinta kilos pintados de rojo tuna, rezabas con todas tus fuerzas para que se convirtieran en humanos con pies, manos y cara color carne. Y fue hasta los dieciséis años, al contemplar las celebraciones por la victoria sobre los nazis en el documental de Mikhail Romm, El fascismo corriente, cuando entendiste que los comunistas eran gente de carne y hueso. Ni las masacres del 2 de Octubre y Corpus y lo que eso trajo de activismo y rebeldía, ni el arte comprometido ni ningún mitin habían podido hacerte comprender que los comunistas no necesitaban convertirse porque eran, ¡oh, sí!, seres humanos.

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Predicar con el ejemplo. En 1968 vivías a unos cien pasos de la Plaza de las Tres Culturas. Tu santa y católica madre, Florencia Blancas y García, aventaba lo que tuviera a mano a los granaderos que perseguían a los estudiantes de la Vocacional 7 y leía burlona la propaganda que el gobierno de Díaz Ordaz y la Iglesia Católica difundían por cielo, mar y debajo de las puertas. El PRI defendía así sus crímenes en nombre de la patria y el clero sus ganancias en nombre de Dios; aquél su traición a la revolución, éste a los votos de pobreza, castidad y obediencia. Invocaban la libertad y la fe, la vida y la familia; pregonaban amor a México pero despreciaban a la gente, remataban los bienes nacionales y eran agentes de la CIA. Decían que el movimiento estudiantil quería cerrar la Basílica de Guadalupe, cambiar la bandera y quitar la propiedad privada para imponer, ¡ay, Dios!, el comunismo… Esa misma prédica anticomunista de ayer la asestan hoy, entre otras sectas, la que representa muy bien el prelado parrandero Salvador Rangel y la autodenominada “Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad”, que preside dignamente la impune y corrupta Amparo Casar.

 

 

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