Islas literarias: Maryse Condé, la Gran Dama de las letras

- Blanca Athié - Sunday, 26 May 2024 08:49 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Homenaje a Maryse Condé (1934-2024), mujer excepcional, versátil, 'Grande Dame' de las letras caribeñas, narradora, activista, feminista, Premio de Literatura de la Nueva Academia, una especie de Nobel alternativo. Este ensayo invita a la lectura de sus obras más importantes, como 'Historia de la mujer caníbal', 'Corazón que ríe, corazón que llora', 'La vida sin maquillaje', 'El evangelio del nuevo mundo' y 'Segu', entre otras.

 

El pasado 2 de abril falleció a sus noventa años Maryse Condé, la gran escritora guadalupeña y eterna candidata al Nobel de Literatura, autora de numerosas obras donde aborda la diáspora negra, la memoria ancestral y postcolonial, el nomadismo y el sentimiento de apátrida, la sororidad, la sociedad caribeña-antillana y otros temas cuyo locus literario también se volvió una experiencia política en las letras universales, dada su entrega apasionada también en el activismo y la academia.

En 2018 le fue otorgado el Premio de Literatura de la Nueva Academia, una especie de Nobel alternativo que nació como una iniciativa de intelectuales suecos, en respuesta a los escándalos de agresiones sexuales que estallaron dentro del comité de la Academia Sueca que lo llevó a suspender ese mismo año el máximo galardón de la literatura, y quién mejor que ella con su congruencia literaria y política para ser reconocida por una ciudadanía consciente y ávida de justicia literaria y de una poética sin precedentes.

Este ensayo busca rendir homenaje a la obra de una escritora universal y esencial, nombrada dentro de su país como la Grande Dame de las letras francófonas, o como la llamaría la Casa de las Américas, una “Gigante de las letras caribeñas”.

 

Ensayando la insularidad

Pointe-à-Pitre es la capital de Guadalupe, una isla perteneciente al archipiélago francófono. En 1934, en ese lugar ultramarino, en el seno de una familia antillana burguesa, nació Maryse Condé, la última de ocho hermanos, que desde pequeña se interesó en la literatura, especialmente en la poesía. Llegó a hablar de su infancia privilegiada donde para salir a la calle tenía que estar acompañada por su sirvienta o su Da, no podía maldecir o hablar en creole (lengua criolla), ni interactuar con negros iletrados ni mulatos, lo que la llevó a naturalizar un privilegio en el que su color de piel nunca fue un inconveniente. El problema surgió cuando se mudó a París en 1953 para estudiar en la École Normale Supérieure, topándose con un racismo propio de la sociedad parisina de aquella época de postguerra. Aunado a lo anterior, algunas lecturas claves cambiaron su percepción sobre lo que significaba tener un color diferente en la piel y cómo esto ineludiblemente afecta la literatura, pero fue particularmente el poeta martiniqués Aimé Césaire, con su obra Cahier d’un retour au pays natal, quien la llevó a forjar una inquietud literaria por los orígenes y la literatura caribeña o la insularidad literaria.

La insularidad literaria se refiere a la metaforicidad de la isla que, como concepto geográfico, remite al aislamiento, pero que desde lo sociológico significa un espacio de movilidad, tránsito y relación humana. Lo anterior constituye una matriz antagónica capaz de crear distintas visiones del mundo y en relación con otros, además de generar un locus literario único y particular. Se tiene registro de que fue el escritor cubano Lezama Lima el primero en introducir el concepto de insularismo como un “sentimiento de lontananza y vivir hacia dentro”.

En esa metáfora o conceptualización literaria puede decirse que Maryse Condé es una isla abierta y rizomática, pero con voz propia. En ese vector de la negritud, en el que caben Senghor, Guillén o el mismo Césaire, puede reconocerse un despertar o toma de conciencia a través del “yo” lírico sobre la situación injusta y el profundo racismo y desigualdad contra el hombre negro, pero que para autores como Frantz Fanon (otra gran influencia afrocaribeña de Maryse Condé), aunque la negritud fue una importante contribución literaria, hacía falta crear un pensamiento nuevo y diferente para la liberación y conquista total de la libertad del negro colonizado. En ese sentido, sólo la diferencia o la desconstrucción podían crear lo nuevo, pero también lo propio. Para Maryse Condé era claro que la segregación racial era equiparable sistemáticamente con la exclusión por motivos de género. En esa isla propia desarrolló su carácter literario.

 

“Escribo en Maryse Condé”

Su inquietud por volver a sus orígenes africanos la llevó a desarrollar una vida nómada que supo reflejar también en sus obras. En los años setenta, tras casarse con su primer esposo guineano, se fue a vivir con él y sus hijos a Guinea. Allí escribe y publica su primera novela, Heremakhonon, obra en la que explora la cultura africana y el género, según ella: “la contradicción según la cual África es un lugar maravilloso en el ideario de los occidentales”, aunque en realidad “es un lugar donde la gente sigue sufriendo mucho”. Después de doce años abandonaría Guinea: “Unfortunately, later on, I was to see black leaders oppressing black people in Guinea; I was to see black forced into exile because of their political, opinions” (Desafortunadamente, más tarde, vi a líderes negros oprimir a gente negra en Guinea; los vi obligados a exiliarse por sus opiniones políticas” [la traducción es mía].

A raíz de esta experiencia, Condé se interesaría por abordar el tema de las migraciones y los exilios, y cómo conllevan a profundas heridas íntimas y pérdidas de identidad, siempre desde la perspectiva de la mujer negra colonizada, y esto se reflejaría en sus siguientes obras: Une saison à Rihata (1981), donde explora la maternidad no deseada y el matrimonio infeliz; la celebrada Moi, Tituba, la bruja negra de Salem (1986), sobre una esclava originaria de Barbados, traducido y publicado por Impedimenta; La vie scélérate (1987), un devenir migrante e identitario entre los archipiélagos caribeños y el continente americano; Haïti chérie (1991), una apuesta literaria infantil-juvenil en el que la protagonista busca el “sueño americano” topándose con una realidad distinta de la que imaginó; Les dernier rois mages (1992), un agudo ejercicio literario cuya apuesta psicológica recae en los personajes exiliados descendientes del depuesto rey africano; Histoire de la femme cannibale (2003) O Historia de la mujer caníbal (Impedimenta, 2024), otra de las obras traducidas y celebradas de Condé, en la que trata de una mujer antillana como ella, casada con un europeo blanco y lo que esta experiencia de desarraigo individual conlleva hacia la búsqueda de una isla propia; Victoire, les saveurs et les mots (2006), una obra de una tonalidad más íntima que, como su autora, nos traslada a la isla que la vio nacer, donde las migraciones locales también constituyen un corpus develador identitario para su protagonista y su empoderamiento personal.

Otras obras traducidas al español y publicadas por Impedimenta son: Corazón que ríe, corazón que llora (2019), sus celebradas memorias de infancia y juventud, y las novelas La vida sin maquillaje (2020), El evangelio del nuevo mundo (2023) y La deseada (2021).

Mención aparte, desde luego, merece la icónica Segu, publicada originalmente en 1984, que instauraría una nueva forma de novelar África dentro de África, en el corazón mismo de la memoria de una familia real, atravesada por una África transcultural de esclavos negros colonizados, entre el islam y el cristianismo.

En todas estas obras la autodeterminación de buscar su propia diferencia la llevó a forjar su máxima, que sería ampliamente socializada: “No escribo en francés, ni escribo en criollo. Escribo en Maryse Condé.”

 

Las mujeres en la obra literaria de Condé

Una gran constelación de personajes femeninos se despliegan a lo largo de su comprometida y vasta obra literaria. Mujeres desarraigadas, migrantes, exiliadas, mujeres en su ancestralidad negra colonizada, mujeres deseadas y deseantes, resilientes, en armonía con su cuerpo, productoras y reproductoras, niñas inquietas... pero resalta como arquetipo literario y como contribución de la propia Condé “la mujer caníbal”, un concepto que ella misma llegó a formular en su libro Historia de la mujer caníbal, publicado en francés originalmente en 2003. Cito un extracto del mismo, con su respectiva traducción, para comprender el uso del canibalismo como imagen o metáfora literaria:

 

Puisqu’il n’était pas possible de se ébarrasser entièrement de l’héritagedes maîtres coloniaux, il fallait métaphoriquement imiter les Indiens tupi.(Dado que era imposible deshacerse por completo del legado de los amos coloniales, era necesario imitar metafóricamente a los indios tupi.)

[…]

En réalité ils se repaissaient surtout des parties nobles de leurs victimes, c’est-à-dire de celles qui pouvaient les rendre plus forts et plus intelligents: foie, coeur, cerveau. D’une manière similaire les colonisés devaient opérer un tri parmi les valeurs occidentales qui leur avaient été imposées. (En realidad, se daban un festín sobre todo con las partes nobles de sus víctimas, es decir, con aquellas que podían hacerles más fuertes y más inteligentes: hígado, corazón, cerebro. De manera similar, los colonizados tuvieron que ordenar los valores occidentales que se les habían impuesto.)

 

Según Asunción Alonso esto no fue fortuito, sino que fueron casi dos décadas las que le llevó a Condé documentar y obsesionarse con la idea. Un texto clave sería el Manifesto antropofágico (1924) del brasileño Oswald de Andrade (1890-1954). Siguiendo con Alonso: “La solución del intelectual brasileño, como ya se ha avanzado, pasaba por una figurada venganza de inspiración aborigen autóctona, a medio camino entre la violencia y supervivencia puramente animal. Hablamos de la imperativa metabolización selectiva en pos de su reapropiación, superación y renacimiento transcultural, de los referentes culturales, políticos y religiosos impuestos evangélicamente por el imperialista colonizador occidental.”

Esto llevaría a la escritora francófona a formular una brillante solución literaria, en la que nacería la mujer caníbal como arquetipo personal: “On lit, on dévore, on ingère, on rejette”, o sea “Leemos, devoramos, ingerimos, rechazamos.”

 

La matria negra y caníbal

La matria perdida no sólo es negra, también es resiliente y deseada, y en ella las mujeres devoran la historia colonizada y la literatura patriarcal, la ingieren como un instinto de supervivencia, y su metabolismo literario la rechaza para crear su propia poética naciente. En ese sentido, la matria como poética y política de la diferencia es el gran legado de Marysé Condé, quien navegó por la insularidad literaria como nadie más lo ha hecho hasta ahora l

 

 

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