Alberto Caeiro y Pablo Neruda: dos libros
- Marco Antonio Campos - Sunday, 02 Jun 2024 10:07
El guardador de rebaños
En octubre de 2023 se publicó en Chile, en Expendia Editora, El guardador de rebaños, de Alberto Caeiro (Fernando Pessoa), con una muy fiel y notable traducción del poeta mexicano Mario Bojórquez. No hay quien ignore, hasta quien no escribe poesía, que Caeiro, el poeta bucólico y de aldea, es uno de los cuatro heterónimos fundamentales más conocidos y reconocidos de Fernando Pessoa (1888-1935), al lado de Álvaro de Campos, sensacionista, Ricardo Reis, neoclásico, y Bernardo Soares, inclinado a la prosa, autor del Libro del desasosiego. Si a esto agregamos en el juego de identidades que Fernando Pessoa, simbolista, paradójicamente puede ser también heterónimo de Fernando Pessoa, hablaríamos de cinco. En un magnífico ensayo de 1961, “El desconocido de sí mismo”, Octavio Paz resumía respecto a los heterónimos más visibles de Pessoa: “Alberto Caeiro es mi maestro. Esta afirmación es la piedra de toque de toda su obra. Y podría agregarse que la obra de Caeiro es la única afirmación que hizo Pessoa. Caeiro es el sol y en torno suyo giran Reis, Campos y el mismo Pessoa. En todos ellos hay partículas de negación o irrealidad. Reis creía en la forma, Campos en la sensación, Pessoa en los símbolos. Caeiro no cree en nada: existe.”
A lo largo de los cuarenta y nueve poemas que escribió, Alberto Caeiro (1889-1915) nos hace ver que la vida y la poesía nacen de los sentidos. “No tengo filosofía, tengo sentidos”, dice. Aun la inteligencia nos sirve para interrogarlos y buscar explicar qué son, qué dicen, cómo reaccionan. Caeiro, de “clara simplicidad de alma”, con un lenguaje sencillo y esencial busca nombrar la Naturaleza
y ser su intérprete. Por ejemplo, si el cielo es azul, su “mirada es azul” y “la luz del sol vale más que el pensamiento”. Y más: desde el primer poema advierte que Ser y Naturaleza son lo mismo. En esta conjunción de hombre y naturaleza con nadie se identifica más que con Cesario Verde, poeta y campesino portugués del siglo XIX, hombre de alma tristísima.
Pese a ser un poeta de la naturaleza, su lenguaje no es pródigo. Menciona el nombre genérico, pero no los nombres propios. Los árboles son los árboles y las flores son las flores, y no escribe, por ejemplo, de pinos, naranjos, limoneros, alcornoques, o de lavanda, rosas, claveles. Caeiro escribía de la manera más natural posible, dejándose llevar, pero “no se entendía con la rima”.
Caeiro muere, o lo hace morir Pessoa, en 1915, a los veintiséis años, pero estará hasta 1935 en el prodigioso juego de los heterónimos, gracias a la influencia que ejerció en la vida y la obra de Fernando Pessoa y Álvaro de Campos.
“De su casual encuentro que debía marcar su obra –escribe Antonio Tabucchi–, Álvaro de Campos ha dejado un memorable, conmovedor retrato, seguido de una conversación, que es la bella ‘entrevista’ que Caeiro legó a sus discípulos exclusivos”. (Un baule pieno di gente).
Como en Kavafis o Kafka, en Pessoa convivieron un alma lúcida e imaginativamente superior y una existencia gris, mínima, opacamente intrascendente. Los tres crecieron sintiéndose siempre vencidos, pero, oh gran paradoja, la gloria empezó después de su muerte, y sigue aún.
Pablo Neruda en Morelia
El chileno Neruda consideró en sus memorias a México “el último de los países mágicos”, pero los ejemplos que da no convencen, y los mexicanos no encontramos algo que nos diferencie en tal consideración de muchos países. Neruda estuvo como cónsul general de Chile en México tres años, de agosto de 1940 a agosto de 1943, y pasó por nuestro país tres veces más, en 1949, 1961 y 1966. En su primera residencia viajó mucho, incluyendo un viaje por el larguísimo litoral del Pacífico. Muy probablemente la entidad mexicana de la que se sintió más cerca fue Michoacán, y entre sus ciudades, Morelia. ¿Es poco que sus casas de Santiago de Chile se llamaran, una, La Chascona, y la otra, Michoacán?
El poeta y ensayista Rafael Calderón (Morelia, 1977) acaba de publicar hace unos meses en las ediciones Cenzontli, Pájaro de Cuatrocientas Voces, en una coedición con instituciones michoacanas, su libro Pablo Neruda en Morelia. Es un notable trabajo de investigación, bien escrito, que nos ha dado luces de hechos o documentos que ignorábamos. En el libro hay un ensayo introductorio, la reproducción de los discursos nerudianos de 1941 y 1943, dos fotografías de grupo donde aparece vestido de traje, y al final los poemas que leyó en el Colegio de San Nicolás, los cuales fueron en su mayoría políticos: ya de la Tercera Residencia, ya algunos que publicaría en 1950 en Canto General. El único reparo que pondríamos al trabajo de Calderón es que debió haber puesto como epílogo o haberlo utilizado en otra obra la primera parte del prólogo (“Visión del poeta”), donde detalla el itinerario personal de sus lecturas personales de Neruda. Hubiera dado más unidad y concentración al libro. Para su trabajo Rafael Calderón reconoce su deuda en cuanto a documentación al periodista Raúl Arreola Cortés y al historiador Gerardo Sánchez Díaz, ambos michoacanos.
En la parte moreliana de la introducción, Calderón cita a los escritores republicanos españoles que pasaron por la ciudad entre 1937 y 1951, interviniendo en lecturas públicas o actividades culturales, como el matrimonio Rafael Alberti y María Luisa León, León Felipe, José Moreno Villa, Juan Gil-Albert, Pedro Garfias, Luis Cernuda, María Zambrano y Adolfo Sánchez Vázquez. Por cierto, quien vivamente recomendó a Neruda que conociera Morelia fue su confrère Rafael Alberti, como lo cita en su primera alocución michoacana de noviembre de 1941.
Apunta Calderón que el primer discurso de Neruda lo dio en el Salón Morelia del Museo Regional Michoacano el 10 de octubre de 1941, el cual parece más un saludo que un discurso, un breve llamado a la juventud moreliana a la fraternidad. En la noche de ese día leyó poemas en el Alma Mater del Colegio de San Nicolás. Calderón complementa discurso y poemas con dos fotografías de grupo donde aparece Neruda vestido de traje en aquel año.
El segundo discurso fue el 17 de agosto de 1943, cuando recibe el doctorado Honoris Causa por la Universidad Michoacana. Calderón complementa el discurso con una fotografía del Acta de Sesión del Consejo Universitario que otorga la distinción y con una página del mecanuscrito del discurso de recepción del doctorado. Si en el discurso de 1943 designa a México “florido y aguerrido”, en la sección dedicada a México en sus memorias, Confieso que he vivido (1974), lo califica “florido y espinudo”. La primera parte del discurso de recepción del doctorado es muy bella. Destaca de Michoacán su parecido con la región de Chile
de su edad germinal: “Tal vez la belleza de esta tierra, su derramada sombra verde, halla en lo más profundo de mi ser un paisaje parecido, el territorio austral de Chile, con lagos y con cielos, con lluvia y con flores salvajes, con volcanes y con silencio: el paisaje de mi infancia y de mi adolescencia.” En el párrafo siguiente escribe inolvidablemente que aquello que lo ha hecho amar a Michoacán son sus héroes antiguos. Las “campanas de Morelia con su ronca voz” le han traído dondequiera –se dirige a los presentes– “vuestra ciudad señorial de rosa y de ceniza, vuestra antigua raza tarasca que produjo la más noble escultura de América, los tejidos y los peces, el Acueducto y Morelos, el agua de los lagos y Ocampo, los montes y Lázaro Cárdenas”. La otra parte del discurso es para decir que sólo hay una América y ésa va desde el río Bravo hasta las aguas de la Antártida. México, como dice Volodia Teitelboim, fue para Neruda “su descubrimiento de América”.
Como fieles lectores de Pablo Neruda sólo tenemos que agradecer a Rafael Calderón este rescate. Es un libro de consulta para todo nerudiano l