Cara de Libro 25 años de portadas / Entrevista con Leonel Sagahón
- Mario Bravo - Sunday, 02 Jun 2024 10:15
“El libro es asimismo un objeto, que puede ser amado no sólo por lo que dice, sino además por la forma en que se presenta”, afirma Umberto Eco en el bello texto La memoria vegetal. Agreguemos que un libro también puede ser odiado, al grado de ser arrojado al fuego, tal como los nazis hicieron en mayo de 1933 al quemar la bibliografía considerada no alemana. No es exagerado decir que la forma en que se presenta un libro puede transformase en carnet de identidad, bandera, filiación, seña, trozo de vida persistente… eterno, una manera de estar en el mundo.
Una portada puede ser, ni duda cabe, un puente y un abrazo entre la vida y la muerte. Recordemos dos ejemplos: los funerales de Almudena Grandes y de José Saramago. En ambos eventos, los allí presentes sostuvieron, entre sus manos, respectivamente diferentes ejemplares de las novelas de la escritora española y del literato portugués. Como si de un ritual ancestral se tratase, cientos de personas levantaban al aire diversos libros de Grandes y Saramago Las portadas de sus novelas parecían afirmar a quienes habían fallecido: “Estamos contigo y tú estás con nosotros.” Una portada de libro puede ser, también, un símbolo de amor, aunque la Muerte llegue. Aunque la vida acabe.
Una consecuencia, un sedimento
–En un texto incluido dentro de su exposición, usted manifiesta que nunca ha buscado un estilo, sino que ha encontrado una manera de hacer las cosas. ¿Cómo podría definir su manera de hacer las cosas desde el diseño e ilustración de libros y revistas?
–Tengo mucho contacto con colegas diseñadores, muy cercanos, quienes han apostado a alimentar un estilo que los distingue. Es un recurso legítimo, gracias al cual han desarrollado un formidable campo creativo. Particularmente, nunca me identifiqué con esa necesidad. Abordé cada proyecto conforme a las necesidades puntuales que veía. Siempre pensé que no tenía estilo. Cuando hice mi primera exposición retrospectiva, me di cuenta de que surgían ciertas constantes: una forma particular de hacer las cosas. El estilo es eso y acabé reconociendo que sí hay un estilo mío; pero, a diferencia de mis colegas en donde predomina una intención, en mi caso es una consecuencia, un sedimento. Algo que quedó después de hacer las cosas.
–Usted no tiene un sello como finalidad absoluta, sino que cuenta con un método. ¿Cómo lo halló? ¿Proviene de una escuela o de ensayar y equivocarse, ensayar y acertar?
–Estudié en la Escuela de Diseño del Instituto Nacional de Bellas Artes, misma que, junto a la antigua Escuela Nacional de Artes Plásticas de la Universidad Nacional Autónoma de México, realizan una aproximación al diseño gráfico más cercana a las artes visuales. Su manera de abordarlo tiene más relación con la parte intuitiva, emotiva o emocional. Hay otras escuelas muy importantes de diseño que se hallan en un campo más racional, por ejemplo la Universidad Autónoma Metropolitana en su Unidad Azcapotzalco. Existe así una tradición del diseño gráfico proveniente de Polonia, Francia, y pasa por Cuba hasta llegar a México; me refiero a la tradición expresiva y artística. En contraparte, la tradición americana es más racional, y se origina en la escuela Bauhaus.
El diseñador y profesor de la Academia de Comunicación y Cultura de la Universidad Autónoma de Ciudad de México, sin titubeos, admite que, tras un recorrido profesional iniciado en la década de los noventa del siglo XX, ha llegado a una conclusión: “en el diseño no hay un método, sino muchos métodos”.
Curiosidad y deseo
“El texto que usted escribe debe probarme que me desea”, escribió lúcidamente Roland Barthes. Mirando la exposición Cara de Libro, uno reflexiona si acaso las portadas no se acercan bastante a dicho deseo vinculado con un acto de cierto desciframiento, como si quien diseña le asignara al lector un papel de detective ante pistas que le permitan leer las portadas. Leonel Sagahón cavila sobre estos rasgos de su profesión:
–Justamente ese es el deseo para el lector. Distingamos dos momentos diferentes: el primero, cuando accedo al texto profesionalmente, no por placer… Ahí mi forma de leer es distinta. Mi exploración del texto no podría llamarla desde el deseo, sino por curiosidad. Después, cuando hago la portada, mi ambición es despertar el deseo del lector por ese libro a través de su curiosidad. Me parece tremendo que ciertas editoriales, editores y diseñadores piensen que su público es de idiotas o de estúpidos. Yo creo todo lo contrario: el lector es una persona brillante que espera ser retada en su curiosidad, pues desea descifrar un pequeño enigma que le plantea la portada.
Placer y sufrimiento
–A veces, usted no dibuja ni ilustra, sino que emplea objetos y crea escenas para fotografiarlas. Eso tiene algo de juego infantil.
–Sí, completamente. Es un juego muy divertido, como cuando estabas chavito y usabas el LEGO o te robabas cosas del buró de tu mamá. Es divertido encontrarle nuevas realidades y posibilidades a esos objetos. Realmente ese es el ingrediente mágico de este procedimiento, por ejemplo: ¡cómo conviertes una maleta en otra cosa!
–Percibo dosis artísticas en las portadas que usted realiza. ¿Ese acto cuenta con la catarsis y la sublimación que el arte proporciona a quien lo realiza o es un mero oficio mecánico, racional y puntual?
–En mi caso sí, pero reconozco que existen colegas abordando su proceso de diseño desde un lugar totalmente distinto, en donde ni lo artístico o lo expresivo, ni tampoco la emotividad de ellos tiene valor. En mi caso sí es una energía vital la que está puesta en mi trabajo, en mis búsquedas y en mis referentes. Allí está la historia del arte, pero también la cultura popular. Tanto en el arte como en el diseño están en juego mis relaciones con el mundo de las imágenes, puntualmente, pero en general con el mundo. Cada creación está planteando una posible respuesta a ese mundo y a los desafíos que nos provoca. Esto que digo no se puede generalizar a otros diseñadores, pero en mi caso sí es un trabajo muy personal, íntimo y, por lo mismo, existen momentos de intenso placer y de intenso sufrimiento. Además, los diseñadores gráficos contamos con un vector que no poseen los artistas: el cliente y la necesidad comunicativa. Aunque estés realizando algo muy hermoso desde tu expresividad interna, si la portada no comunica lo que debe comunicar, entonces no tiene lugar y debes repetirla o hacer otra.
Referentes visuales: desgaste y erosión
–Vivimos actualmente los tiempos propios de las redes sociales y la prevalencia de la imagen sobre las palabras, ¿de qué modo ese espíritu de la época ha afectado la manera de diseñar e ilustrar portadas de libros y revistas?
–La industria editorial cambia tremendamente. No estoy seguro de que el principal ingrediente sean las redes sociales. Enfrentamos un cambio en el consumo cultural a nivel mundial. No es lo mismo el mundo editorial que me encargaba portadas hace veinticinco años si lo comparas con el actual. El quehacer de portadas vinculado al tema de las redes sociales puede pensarse desde el cambio de los referentes visuales, pero eso siempre sucedió. La cultural visual, la cual nos permite que las portadas sean comprendidas, apreciadas o rechazadas, siempre ha estado en movimiento: existen implicaciones muy diferentes si colocas una Virgen de Guadalupe en la portada de un libro en 1940, en 1990 o en 2024. La imagen es la misma, pero lo relevante es qué significa para las personas.
Escucho a Leonel Sagahón y no dejo de pensar en la fugacidad de memes, stickers y demás elementos visuales en el espacio virtual de la era digital. Nuestra vida cotidiana se inunda de imágenes que, como diría el replicante en Blade Runner: se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.
–Con las redes sociales, los referentes visuales se desgastan y erosionan muy rápidamente. Una misión de los diseñadores gráficos es actualizar y renovar los significados de los símbolos con los cuales nos identificamos. Las imágenes son espejos en donde nos miramos. Nuestra responsabilidad como creadores gráficos es actualizar esos símbolos, recargarlos. De lo contrario, somos parte de la erosión y del desgaste que vacía de significado a las cosas. El vértigo de las redes sociales me lleva a aumentar el grado de conciencia y de responsabilidad para mantener cargadas de significados a las imágenes.
Transformar al mundo
–En un texto de la exposición, usted dice que diseñar es una forma de pensar el futuro. Me parece que toda estética tiene un posicionamiento: no existe estética neutral. Políticamente, ¿hacia dónde encamina tanto al diseño como a la ilustración?
–Para mí esto es un trabajo político. Mi labor implica un compromiso con los libros, que son el vehículo de la lectura. Asimismo, la lectura es una actividad que detona fenómenos socioculturales formidables. Por modesto que sea mi trabajo como portadista, allí encuentro mi compromiso. Incluso, por mucho que los libros me encantan como objeto terminado, me doy cuenta de que no son un fin en sí mismo, sino un medio para que sucedan cosas. Lo más importante es lo que ocurre con las personas cuando finalizan la lectura: ¿en qué cambiaron?, ¿qué ideas tienen? Me gusta pensar que, después de leer, sienten el deseo de reunirse con otras personas para transformar el mundo, imaginar un futuro que nos incluya a todos. Esa es mi visión política de los libros, el diseño y la cultura l