Cinexcusas

- Luis Tovar | @luistovars - Sunday, 16 Jun 2024 09:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El cine, los apoyos y la política cultural (II de III)

 

A comienzos de su gestión sexenal, el entonces presidente de México Luis Echeverría literalmente corrió –del evento al que los había convocado aquel día y del cine nacional– a quienes hasta ese momento filmaban casi todo lo que se producía en nuestro país. A cambio, nombró a su hermano Rodolfo (un actor mediano que cambiaba su apellido por “Landa”) al frente de los destinos cinematográficos. El Banco Nacional Cinematográfico, nacido de la industria privada en 1942, vuelto “nacional” en 1947, recibió ingentes sumas monetarias y, además de la Cineteca Nacional y otros organismos afines, fueron creadas Conacine, Conacite I y Conacite II, entidades de las que dependería el grueso de la producción.

Ya periclitada su preponderancia, los productores de la vieja guardia o bien se jubilaron o bien se dedicaron a hacer un cine de calidad y costo ínfimos, mientras nuevas generaciones veían abrirse para ellos un horizonte que no habría de cerrarse durante décadas. El cine que hicieron se benefició de la hipocresía echeverrista: apertura y tolerancia con una mano, represión inclemente por la otra. A nadie se le ocurrió formular un manifiesto, declaración de principios ni cosa parecida, pero por primera vez, en aquellos años setenta del siglo pasado, se contó con algo semejante a una política cultural referente a la cinematografía, que permitió no sólo el ingreso de nuevos cineastas sino, sobre todo, de temáticas hasta entonces intocadas. Esos cineastas no surgieron de la nada: a mediados de los años sesenta, varios de ellos participaron en los concursos de cine experimental convocados por el Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica, de donde emanaron filmes icónicos como La fórmula secreta y Tajimara, por mencionar sólo un par.

 

La reinvención del mundo

Desde los años setenta hasta los primeros dosmiles, la realidad mexicana se ha caracterizado por la reinvención sexenal del mundo: sin importar la materia de la que se trate, un presidente llega, arrasa con lo que había, instala otra manera de hacer las cosas y se prepara a que quien lo suceda recicle el proceso. El cine mexicano no fue la excepción: en el período gubernamental de José López Portillo, con treinta años de existencia, fue cerrado el Banco Nacional Cinematográfico, se fusionaron las entidades productoras y los destinos fílmicos del país fueron distorsionados por los caprichos del nepotismo presidencial. De aquel marasmo sólo sobrevivieron los cineastas que habían ganado un prestigio que los preservó de vaivenes zozobrantes, y fueron escasísimos los ingresos de generaciones emergentes.

Concluido aquel nefasto lapso de seis años, a principios de 1983 fue creado el Instituto Mexicano de Cinematografía (IMCINE), cuyo propósito fundamental sigue siendo el mismo hasta la fecha: dar apoyo a creadores fílmicos, así como producir, difundir, divulgar y distribuir películas. En otras palabras, fue apenas hace cuatro décadas y un año que, desde el flanco gubernamental, fue creada una instancia que, cuando menos en el papel, se concibió con el propósito de orientar los quehaceres de una actividad tan plural, diversa y variopinta como la cinematografía. Que lo haya conseguido, claro, es muy otra cosa; dicho en palabras de la sabiduría popular, el diablo está en los detalles.

Quizás estructuralmente imposibilitado de romper viejas inercias que, de un modo u otro, han caracterizado a la industria cinematográfica mexicana –o su muy mermado equivalente en las peores épocas–, el IMCINE fue incapaz de evitar la reproducción o el resurgimiento de esquemas profundamente inequitativos, en virtud de los cuales y ya sea de manera consciente y voluntaria o no, apenas un puñado de connacionales se han beneficiado de los apoyos a la creación y la producción, relegando al anonimato y la invisibilidad a una cifra, inconocible pero de seguro ingente, de aspirantes que se han quedado en eso… o totalmente por su cuenta siguieron filmando, a pesar de todo (Continuará.)

 

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