Relámpagos de la tormenta: la pintura de Guillermo Arreola

- Roberto Bernal - Sunday, 16 Jun 2024 07:59 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El pintor y escritor mexicano Guillermo Arreola (Tijuana, 1969) ha realizado más de veinte exposiciones individuales. Es autor, entre otros títulos, del libro 'La venganza de los pájaros' (Fondo de Cultura Económica, 2006). Platicamos con él acerca de su presente exposición en el Museo de Arte Moderno, titulada 'Relámpagos de la memoria'.

 

Usted realizó una exposición individual casi al final de la pandemia, todavía con restricciones para el público; después celebró la siguiente en Casa Lamm, y ahora ésta, en el Museo de Arte Moderno. ¿Cómo sintió la recepción de su trabajo en estas distintas exposiciones?

‒La exposición ‒casi al final de la pandemia‒ tuvo lugar en julio-agosto de 2021, en la Celda Contemporánea del Claustro de Sor Juana y se tituló La reina no es. Posteriormente, de mayo a octubre de 2023, expuse Provincia Purgatorio en la galería Casa Lamm. La recepción pública varía en cada caso, aunque uno como artista está lejos de crearse una evaluación precisa de ello. Los espacios y la difusión son fundamentales. La buena o mala recepción al arte ocurre y se determina también por el tiempo en que se ha forjado una trayectoria. Esta última experiencia con la exposición Relámpagos de la memoria, en el Museo de Arte Moderno, creo que ha recibido un mayor número de visitantes, ha sido más “vista” que las anteriores; las condiciones propias del recinto son importantes: se trata del único Museo de Arte Moderno que tenemos en Ciudad de México y con un bien ganado prestigio expositivo a través de los años. No podemos negar que constituye ya una tradición para el arte mexicano. El comportamiento público personalizado ante el fenómeno artístico es también esencial; vivimos tiempos de un gran aislamiento y cada vez se reduce más la experiencia real de lo artístico a la inmovilidad o pasividad del sujeto que deviene de su inmersión en lo virtual.

 

Estas últimas exposiciones permiten advertir que su trabajo ha tomado un camino figurativo. ¿A qué obedece este cambio?

‒Se debe en mucho a una necesidad de resignificación de mi propio trabajo, o incluso a una exigencia de percepción sobre lo humano. Sin que vuelva la espalda por completo a algo a lo que me aboqué muy en un principio, la pura abstracción ya no me es suficiente, quizá nunca lo sea para un pintor. Encontré que las posibilidades de lo abstracto siempre estarían demarcadas por una idea muy manida ‒exageradamente elusiva‒ sobre la “belleza”. La abstracción pictórica corresponde más a pretensiones democráticas mentales en las que ya no creo: una especie de neutralización visual de la condición humana. Quizá sea efectiva para meditar, pero no lo es para concitar un reconocimiento claramente humano en ningún espectador, no lo es para suscitar catarsis. En estos tiempos me apremia la identificación con el rasgo humano, existencial, discernible. La pintura puramente abstracta es asexual y no enfrenta a la muerte. La pintura figurativa sí aloja esas posibilidades. Estos cambios en mis composiciones pictóricas tampoco significan que me arrojé al hiperrealismo (que aborrezco) o a una intención por convertir mi pintura en una narrativa; de hecho aún hay restos de lo abstracto en lo que hago actualmente. Diría que la pura abstracción ya no me redunda en estímulos creativos. Es semejante a lo que me ocurre con mi percepción sobre lo literario: no me entusiasma para nada la sola reconstrucción escritural del pensamiento, o el metalenguaje. Para mí, en todo planteamiento literario ficcional debe haber hechos: muerte, violencia, aberración. La sola entrega a la contemplación de la belleza estilística no me seduce.

 

Han pasado veinte años desde que conocimos sus primeros trabajos. La presente exposición, ¿lo ha llevado a revisar y a reflexionar lo realizado a lo largo de este tiempo?

‒Esta exposición, como las anteriores, me ha conducido a revisar todo lo hecho; aunque la revisión es constante haya o no exposición en puerta. La evaluación de las obras del pasado adquiere obviamente matices si se le traslada a la lupa del presente. Lo que creí que estaba muerto resucita. A lo que creí ya completamente concluido, le brotan las fisuras. Entre una y otra conjetura, me ronda siempre el autodictamen del fracaso, la gran atracción fatal, pues es sabido que a veces la noción de fracaso creativo suele ser un gran estimulante para insistir y continuar; quizás es una herencia aforística absorbida por vía de mi gran admiración a la obra de Samuel Beckett, que me ha llevado a reflexionar no sabría precisar hasta qué grado. “Las únicas obras que perduran son las que fracasan”, recuerdo que escribió
Susan Sontag.

 

 

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