Salvación y caída: El cántaro roto de Octavio Paz

- Israel Ramírez Montiel - Sunday, 16 Jun 2024 08:04 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
El pasado 19 de abril se cumplieron veinticinco años de la muerte de Octavio Paz, nuestro Premio Nobel de Literatura. Buena parte de la obra que lega –tanto poética como crítica– consiste en una exhortación a reflexionar sobre el lenguaje poético –de la modernidad– y su capacidad de transformar al hombre y conectarlo con su origen primigenio. El siguiente texto es un breve homenaje a ese legado.

 

A Diana Jurado Hernández

Para Octavio Paz, el problema y asunto central de la poesía moderna es el hombre caído, el hombre escindido que pierde su unidad con el universo, el cosmos y Dios –como resultado de las demoliciones del pensamiento crítico.* El proceso transformador de la modernidad se instala en la historia como una crítica radical del pensamiento filosófico, religioso, político, astronómico, económico y estético. Esta transformación implica, entre otras cosas, una certera devastación de la dimensión metafísica del hombre, sus valores espirituales y su unidad íntima con el universo. Para Paz, el cometido medular de la poesía moderna es resarcir al hombre, reconciliarlo con su ser fundamental y primigenio. Hacerlo retornar al origen. Esta noble empresa sería alcanzada por la poesía mediante dos elementos fundamentales que la constituyen: la analogía y la ironía.

Sobre este par de elementos constitutivos del lenguaje poético, Paz teorizó ampliamente. Empero, no se trata aquí de indagar su connotación teórica sino cómo se comportan dentro de sus poemas. En este sentido, cabe decir que en su poemario La estación violenta –publicado en 1958– Octavio Paz concreta con palabras y versos estas ideas de su poética. Problematiza la caída, la carencia metafísica del hombre y su posible retorno al origen. Pero, a diferencia de su prosa crítica –filosófica e intelectual–, en el poema las ideas quedan plasmadas mediante imágenes fragmentadas, símbolos contrastantes y ambivalencias. De este libro, tomo el poema “El cántaro roto” para mostrar concretamente cómo se despliegan dichas ideas en sus versos.

De acuerdo con Paz, el medio para volver al origen es la experiencia poética. En efecto, la poesía sería una suerte de reconciliación con nuestra verdadera raíz que se representa en el poema con distintas imágenes que evocan el elemento agua, que simbolizaría fertilidad, vida y unidad entre los sexos. Pero en tanto el cántaro aparece roto, en los primeros versos, el líquido vital se derrama y hay una sequía que engendra desolación y una naturaleza áspera: “Cerros pelados, volcán frío, piedras y jadeo bajo tanto esplendor, sequía, sabor de polvo.” Cabe decir que la figura del cántaro simboliza a la mujer, dentro de una tradición antiquísima que se remonta a diversas religiones y culturas milenarias.

Efectivamente, en el poema se confunden agua, poesía –palabra primigenia– y mujer: “cantar hasta que el sueño engendre y brote del costado del dormido la espiga roja de la resurrección,/ el agua de la mujer, el manantial para beber y mirarse y reconocerse y recobrarse”. Los últimos infinitivos de este versículo –forma que da Octavio Paz al poema– dan la clave para comprender que mujer y agua representan el salvoconducto a la reconciliación.

El movimiento interno del poema es el siguiente: lo que busca el poeta es el origen, y esa búsqueda sólo es posible mediante la palabra primigenia, cuyo génesis se remonta al nacimiento mítico de la mujer. De modo que la gestación de las palabras y la aparición de la mujer son dos y un mismo acontecimiento. Cuando ésta nace del costado del hombre, la comunicación se vuelve necesaria y entonces brota el manantial del lenguaje que permite al hombre reconocerse plenamente. Es la mujer quien engendra con su nacimiento el canto y la vida.

 

Analogía e ironía: caras de una misma moneda

Ahora bien, como se observa en los versos citados, hay en la composición un juego de imágenes contrastantes y palabras de signo contrario que hacen pensar en el poema como un gran oxímoron, como dos caras de una misma moneda que van parpadeando insistentemente, mostrando sombras y destellos alternadamente. Esas dos fases no son sino la analogía y la ironía.

En primer lugar, es notable que el poeta habla de cierta mirada interior que va creando un doble del mundo: “la mirada interior se despliega y un mundo de vértigo y llama nace bajo la frente del que sueña:/ soles azules, verdes remolinos, picos de luz que abren astros como granadas”. Ergo, estamos frente a la analogía, que hace del lenguaje poético un doble del universo, mediante las correspondencias universales. El hombre utiliza el lenguaje poético para crear y recrear el mundo en su interior. Como puede verse, ese mundo duplicado está abierto a mayores posibilidades: “hay que soñar en voz alta, hay que cantar hasta que el canto eche raíces, tronco, ramas, pájaros, astros”.

En segundo lugar, frente a estos símbolos de la abundancia que develan la posible reconciliación, se yuxtaponen elementos de signo contrario: sequía, muerte, polvo: “¿no hay agua/ hay sólo sangre, sólo hay polvo, sólo pisadas de pies desnudos sobre la espina,/ sólo andrajos y comida de insectos y sopor bajo el mediodía impío como un cacique de oro?” Lo que vemos, entonces, son imágenes que desmienten las posibilidades de la analogía. El mundo interior del yo poético se desgarra y aparece una realidad cruda y violenta: “Pero a mi lado no había nadie,/ Sólo el llano: cactus, huizaches, piedras enormes que estallan bajo el sol.” Lo que está actuando aquí es el extremo contrario a la analogía: la ironía.

En efecto, la ironía es el revés de la analogía. Si ésta impone el tiempo original y la reconciliación con la unidad cósmica, aquélla deja a la vista el hueco y la desgarradura de lo contingente y la muerte. Si, como dice Paz, todo lo moderno es producto de la crítica, en este caso no es menos visible: la ironía no es otra cosa que el espíritu crítico actuando sobre la armonía hallada por la analogía. Si ésta muestra la reconciliación, la vuelta al origen, aquélla devela la imposibilidad, el absurdo del intento. Sin embargo, y pese a tener signos contrarios, analogía e ironía se complementan, ambas se alimentan y fungen como recíprocos espejos.

En un determinado punto del poema –cuarta estrofa– la presencia de la ironía se torna una asfixiante corriente de imágenes terrestres, que simbolizaría al hombre cayendo, arrastrándose, sufriendo el rigor de la intemperie: “he aquí la noche de dientes largos y mirada filosa, la noche que desuella con un pedernal invisible/ oye a los dientes chocar uno contra otro”. Me pregunto luego de leer estas últimas líneas: ¿acaso esa noche horrorosa no es la muerte, la obscuridad, la ceguera, el extravío de ese hombre moderno que brincó al vacío, a la nada al abandonar la fe?

El poema está compuesto por ochenta y seis versos, divididos en siete estrofas. Quizás el número siete no sea casual, pues la reconciliación que se plantea podría representar un reencuentro con Dios. De hecho, en la estrofa final –la séptima, cúspide del poema– el poeta logra vencer la contingencia temporal –la caída– y observa el mundo animado por la armonía que se había perdido: “y el alba está cargada de frutos, el día y la noche reconciliados fluyen como un río manso,/ el día y la noche se acarician largamente como un hombre y una mujer enamorados”. No es casual que aquí el poeta use el lenguaje del amor para simbolizar esta reconciliación del hombre con el cosmos.

El agua del cántaro se convierte en manantial. Manantial de palabras que aparece en los versos finales. Para lograr este nuevo ascenso a la analogía el poeta vuelve al origen desde la palabra poética y ésta le permite remontar el tiempo y recobrar el origen; así lo entendemos en los versos 73 y 74: “hay que soñar hacia atrás, hacia la fuente, hay que remar siglos arriba,/ más allá de la infancia, más allá del comienzo, más allá del bautismo”.

En El arco y la lira, Octavio Paz dice: “el poeta remonta la corriente del lenguaje y bebe en la fuente original”. A la luz de esta última cita, la estrofa siete se aclara. Podemos suponer que la comunión, mediante el poema, se consuma. Uno de los indicativos es la predicación en primera persona del plural, en los primeros versos: “soñemos sueños activos de río buscando su cauce, sueños del sol soñando sus mundos”. El poeta nuevamente ve fluir el manantial y quiere compartir su visión. En este punto, la analogía cierra paso a la ironía. La sequía ahora es manantial. El sol ya no es “el mediodía impío” que todo lo calcina, sino luz que baña y nos permite descender plácidamente a la noche, que ya no es horrorosa, sino al contrario: “bañarse en luz solar y comer los frutos nocturnos, deletrear la escritura del astro y la del río”. El día rebosa de vitalidad y el tiempo fluye otra vez con la quietud de un río manso. La sequía, la imposibilidad, la desolación y la ironía han sido derrotadas y el mundo es otra vez lo que fue en un inicio.

El poema termina con la imagen del hombre reconciliado consigo mismo y con el mundo. Sus signos contrarios se dan la mano. Lo que fuera oscuridad, sequía y abandono yace convertido en un nuevo flujo de agua, de tiempo y vida: “como un solo río interminable bajo arcos de siglos fluyen las estaciones y los hombres,/ hacia allá, al centro vivo del origen, más allá de fin y comienzo.”

 

*Estas ideas son elaboradas y reelaboradas una y otra vez en sus ensayos sobre poesía, tales como El arco y la lira, Los hijos del limo y La otra voz: poesía y fin de siglo l

 

 

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