Sin perder el estilo: el Tianguis del Músico en Taxqueña

- Mario Bravo - Sunday, 23 Jun 2024 08:02 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Desde hace varias décadas, en las inmediaciones de la estación Taxqueña del Metro, al sur de Ciudad de México, se gestó un colectivo cultural que tiene a la música en el centro de un proyecto autogestivo. Esta crónica es una aproximación a dicho enclave cultural urbano.

 

I

Las ciudades resguardan ciertos sitios en donde el futuro tiene prohibido el paso. Allí, los puntos ciegos del tiempo hacen de las suyas: los paisajes se mantienen intocables, inalterables, como si en ellos gobernara una insobornable vocación orientada a la durabilidad sin atisbos de cambio, sin pretensiones de edulcorar lo cotidiano.

Al caminar por los pasillos del Metro Taxqueña, uno constata que casi nada ha variado por aquí. ¿Este lugar gira, diariamente, junto al resto del planeta? Pareciera tratarse de un espacio de tránsito perpetuo, un ir y venir de cuerpos, vagones, pasajeros. Así actúan las urbes: requieren de zonas donde el tiempo, exclusivamente, habite encerrado en los relojes de cada andén y en los horarios de llegadas y de salidas de los trenes. Aquí, durante un martes cualquiera, es difícil no silbar “No tengo tiempo de cambiar mi vida”, canción de Rodrigo González, pues ese tema musical muta en un lejanísimo aullido citadino que convoca a la tribu: “Cabalgo sobre sueños, innecesarios y rotos/ Prisionero iluso, de esta selva cotidiana/ Y como hoja seca, que vaga en el viento/ Vuelo imaginario, sobre historias de concreto.”

 

II

El Tianguis del Músico es parte de la cultura a ras de piso en la capital de México. Según los testimonios que algunos vendedores compartieron a este reportero, desde hace cuarenta años nació el corredor donde, cada martes, en las inmediaciones del Metro Taxqueña se compran, se venden o se intercambian instrumentos y accesorios, algunos nuevos y la mayoría de segunda mano: guitarras, baterías, trompetas, saxofones, violines, ukeleles, micrófonos, amplificadores, mezcladoras, pedales, atriles, partituras y prácticamente cualquier elemento vinculado a la música. En este lugar estrecho donde predominan lonas de diversos colores y muros con grafitis, ¿qué podría encontrar una persona cualquiera, carente de algún eslabón con el oficio de la música? Historias, me respondo.

 

III

Sentado en una silla plegable, Pillo da la impresión de cargar con una dosis de letargo, como si supiera que consigo arrastra una labor pendiente, pero también como si intencionalmente retardara todo lo posible el cumplimiento de esa faena. Su mesa aún no exhibe ni la cuarta parte de todo el material discográfico que este comerciante guarda en varias cajas. No lo culpo por su demora: hoy en día, vivir en Ciudad de México es muy similar a entrar, sin voluntad, a La persistencia de la memoria, esa pintura que Salvador Dalí inmortalizó al plasmar varios relojes derretidos, alguno invadido por moscas que acechan al tiempo, el cual figura un cadáver sin latidos, sin corazón, abatido.

Pillo, sentado y sin prisas, guía mi visión con su índice derecho: Allá hay discos de rock; acá, de jazz. Frente a ti están los de blues. Platicamos sobre Keith Jarrett, y en el vendedor eso provoca movimiento, vigor. Ágilmente se pone de pie y elige un disco: Come on in this house, de Junior Wells. Una armónica desgaja la tarde y Pillo revela cuál sería su más anhelada pretensión para encarar los 33 grados centígrados que sofocan a la ciudad: “¡Esta música y un pulque!”

 

IV

El segundo tema del álbum atrajo a un cliente más. Pillo es un encantador de serpientes. No da tregua a los oídos. Este hombre que afirma tener miles de horas musicales grabadas, el mismo sexagenario que relata haber llegado a este colectivo cultural desde hace cuatro décadas, no sólo acomete con el sonido blusero de Junior Wells, sino que –confiado en la infalibilidad de su siguiente movimiento– recurre a las Variaciones Goldberg de Johann Sebastian Bach. Glenn Gould al piano. Y así el calor es más llevadero. La música también es un árbol que da sombra.

 

V

Dejando atrás el Tianguis del Músico, en una curva por donde un sinfín de autobuses ingresan al paradero de Taxqueña, allí, bajo un techito improvisado con cartón, Luis Robles roquea, acompañado de una bocina, un micrófono y su guitarra eléctrica Washburn. ¿A quién le canta? Frente a la terminal del Tren Ligero, responde:

–Hay un público viéndome, forzosamente, porque de aquel lado se mira y se escucha todo –expresa y señala hacia el andén donde, al menos, se hallan cincuenta personas.

–El rock, además de ser un género musical, ¿es una actitud ante el mundo?

–Es un estilo de vida. En mi casa todo es rock: hay guitarras, toco, miro videos. Cuando voy a la iglesia, visito a mi mamá o estoy con mi esposa, pues se hace lo que deba hacerse, pero sin perder el estilo. La cultura del rock seguirá por siempre.

Luis Robles interpreta rock pesado mientras los pasajeros esperan el arribo del próximo tren. Evoco, entonces, una frase de Neil Young: Antes la gente cerraba los ojos y escuchaba la música.

 

 

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