Tomar la palabra

- Agustín Ramos - Sunday, 30 Jun 2024 08:16 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Ser oposición

 

Las izquierdas en general han sido doctrinarias. Quitan a Dios y ponen a la Historia; al pensamiento disidente le anteponen profecías, suplantan la espontaneidad participativa con arreglos cupulares de unidad, sacrifican la espontaneidad masiva y la creatividad individual en el altar de la doctrina del bien colectivo... El carácter ideológico del gobierno de López Obrador es discutible, pero resulta que sin dejar de complacer a la oligarquía benefició como nunca a las clases trabajadoras.

La gente dispuesta a morir en los campamentos del plantón de Reforma, avenida Juárez y el Zócalo, no rompió un vidrio en las movilizaciones de 2004 a 2024. Y a la luz de los resultados electorales recientes, tal convicción de masas, con una dirigencia hábil, logró más en politización, conciencia y experiencia organizativa que las organizaciones y gremios que perseveraron en la lucha ante las promesas incumplidas y las causas desatendidas o ignoradas por el obradorismo. Así que tan promisorio es el fracaso del narcoprianismo opositor, como insatisfactorio es que la izquierda anticapitalista no haya podido aprovechar mejor la coyuntura de un gobierno resonantemente aprobado y ratificado con todavía más contundencia en las urnas.

La única organización de clara postura anticapitalista que participó en el plantón de 2006 fue el Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), sección mexicana de la IV Internacional fundada por León Trotsky. Ya en 1905, éste puso en jaque el dogma que consideraba imposible la revolución socialista en sociedades con desarrollo industrial insuficiente, como era el caso de Rusia. Así también elaboró la teoría de la revolución permanente en oposición a la apuesta estalinista del socialismo en un solo país, apuesta que derivaría en capitalismos de Estado y que culminaría en la debacle de la Unión Soviética. El PRT, pues, de vocación internacionalista y heredero de la praxis marxista revolucionaria, sumó a sus principios el ecosocialismo y el feminismo heteropatriarcal, armas novedosas contra el chovinismo, el etapismo oportunista y el centralismo burocrático.

El programa de transición es otro principio del marxismo radical (firme en la raíz, sin desarraigarse de lo real ni perder el vuelo de los ideales). Si las sectas se nutren de creencias (como creerse dueñas de la verdad, invocar un futuro garantizado e ignorar los puentes que unen al deseo con la cristalización de ese deseo), el programa de transición es el puente que une el gris día a día con el estallido revolucionario, el pasaje entre el ayer “que no acaba de morir” y el mañana “que no acaba de nacer”; las múltiples transiciones, en suma, que enlazarán el acceso a la cumbre con las demandas presentes. Dicho de otro modo, ante la improbabilidad de realizar hoy la revolución se formula un programa que responde a lo inmediato y remedia la frustración y la tentación de la renuncia: pero un programa actualizado, no una calca del que elaboró el trotskismo en 1938.

En el presente, el PRT y otros organismos gremiales y de izquierda radical siguen la línea de formar un “bloque unitario” y de erigirse como “polo alternativo” ante lo que consideran el bipartidismo de la derecha y el progresismo gobernante. A su actuación le falta, empero, cantidad de militantes y difusión de planteamientos que atraigan, convenzan y pesen en la política real. Los calificativos de populismo, militarismo, asistencialismo, progresismo tardío y Estado bonapartista suenan a recetas, a eco de teorizaciones válidas pero insuficientes para “el análisis concreto de la realidad concreta” de América en general y de México en particular: para “la revolución permanente en todo el continente”.

 

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