Escribir es cuidar las palabras / Entrevista con Luis García Montero

- Mario Bravo - Sunday, 07 Jul 2024 08:32 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
En esta charla con el poeta y director del Instituto Cervantes, Luis García Montero (Granada, 1958), recientemente galardonado con el Premio Internacional Carlos Fuentes, se abordan algunas claves para comprender no solamente cómo el autor español concibe el oficio de la escritura, sino también desde qué lugar ético-político mira actualmente al mundo.

 

Una matanza televisada

A sus sesenta y cinco años de edad, ¿qué papel juega la poesía en su vida?

–La filósofa María Zambrano decía que “la vocación es aquello que no se puede dejar nunca”. Mi vocación ha sido la poesía desde que soy adolescente y acudo a ella cada vez que intento buscarle sentido a la vida y al tiempo en el que vivo. La poesía es una reflexión sobre la relación de mi propia conciencia con el mundo. Para mí sigue siendo la búsqueda de respuestas a las cosas que pasan… a los sesenta y cinco años de edad, una de las cosas que pasan más rápidamente es el tiempo, y me doy cuenta de que muchos de los valores en los cuales me eduqué y soñé, pues hoy no tienen cabida en este mundo y se han extraviado. Uno pierde a personas que quiere, pero también a las ilusiones que se van quedando en el camino.

 

¿Cuáles son esos valores extraviados?

–Firmemente he creído en la democracia como la mejor forma de organizar una sociedad justa. También creí en los derechos humanos y, en ese sentido, a la hora de oponerme a las dictaduras, a los fundamentalismos religiosos y a las desigualdades, mis valores eran los de la democracia con una raíz ilustrada: la hermandad entre igualdad, libertad y fraternidad. Tristemente, vivimos en una sociedad neoliberal donde los valores de la democracia cada vez están más degradados porque, precisamente, se separa el pacto cultural entre libertad, igualdad y fraternidad. Hoy la libertad no significa el marco común del respeto, sino la ley del más fuerte. Hoy no existe la fraternidad, sino el desamparo, la incertidumbre, la inseguridad y el miedo. Ahora mismo es televisada una matanza en Gaza, ¡cientos y cientos de niños perdiendo la vida! Para mí esa es la metáfora de que estamos perdiendo el futuro.

 

Pacto entre razón y sentimientos

Esta entrevista se realiza pocas horas más tarde de haber sido difundido, mediante horrorosas imágenes en diversos medios de comunicación, el despiadado ataque israelí a la ciudad palestina de Rafah. La voz de Luis García Montero se percibe consternada al otro lado de la línea telefónica.

El genocidio contra los palestinos, ¿de qué manera lo registra emocionalmente un poeta como usted? ¿Qué le cura las heridas del mundo?

–Hago un ejercicio de razón para organizar mis sentimientos. A mí me preocupa mucho cuando la razón rompe su pacto con los sentimientos porque se hace pragmática hasta el punto de llegar a soluciones poco justificables y sin decencia emocional ninguna. Por ejemplo, una matanza. El terrorismo es inaceptable. Una respuesta al terrorismo debe darse desde los valores humanos y democráticos para ordenar la realidad y la justicia. En este momento, el mundo necesita argumentos para pensar el futuro.

 

Una barca en la orilla

“La escritura es como la sed. Cuando tienes sed y bebes, el agua te procura mucha felicidad. Y cuando tienes sed y no bebes, la ausencia de agua te provoca un sufrimiento enorme; pero la sed no se define ni por el placer ni por el sufrimiento, sino por su condición necesaria”, me dijo alguna vez Almudena Grandes, la compañera de vida de Luis García Montero, fallecida a finales de 2021. Cito dicha reflexión al poeta granadino y le interrogo si, con tantas horas de vuelo en la poesía y desde la hechura de textos periodísticos, aún siente la escritura como una necesidad o la concibe más desde un oficio que debe hacerse, sí o sí, diariamente y sin excusas. Así responde:

–Las dos cosas van de la mano. La escritura es una necesidad. Un escritor busca saciar la sed que tiene la vida, en sus carencias, a través de la palabra. Cuando uno es joven escribe con mucha rapidez porque buscas respuestas inmediatas; pero, cuando los años pasan, uno escribe más lentamente porque no quiere repetirse. Antonio Machado decía que la escritura es como una barca hallada en la orilla, la cual espera a que suba la marea. A mi edad la escritura es eso: sigue quitando la sed, nos continúa alimentando, pero también es cierto que las exigencias del cuerpo ya no son las mismas a los sesenta y cinco años si las comparamos con las propias de nuestra juventud.

 

Juan Carlos Onetti defendía que únicamente debía escribirse cuando se tuvieran palabras mejores que el silencio. Para usted, ¿qué papel desempeña el silencio en su oficio?

–Escribir es cuidar las palabras. Ahí se funda la relación con el silencio cuando uno tiene algo que decir y encuentra las palabras que lo dicen, precisamente, para no tratarse de un mero desahogo personal sino de una propuesta sobre la reflexión humana: ¡ahí se escribe! Si no cuentas con eso, entonces sí, es mejor el silencio… Lo demás es palabrería o repetir lo que ya se ha contado en otras ocasiones.

Una resurrección, una manzana

¿Sus poemas todavía arriban al corazón de Almudena Grandes o estamos ante textos que se escriben en la arena de una playa desierta?

–No tengo formación religiosa ni fe, en ese sentido no creo en la otra vida. Mis posibilidades son las de esta vida. Lo que sí sé es que los seres humanos tenemos memoria y los recuerdos viven con nosotros. Cuando escribía y Almudena aún vivía, mi ilusión era que ella entendiera mis palabras y se sintiera interpretada y conmovida. Ahora convivo con la muerte y, simultáneamente, hay un vínculo con la memoria.

 

En el poema “En cuerpo y alma”, Luis García Montero formula algunas preguntas a quienes, tras el fallecimiento de Almudena, intentaron consolarlo con relatos que hablan de una vida eterna y paraísos a los cuales pudiera accederse, exclusivamente, sosteniendo en las manos el acta que acredite nuestra defunción:

 

¿Puede hacerse el amor en vuestro cielo?/ Pregunto porque sí,/ porque también las manos tienen lágrimas/ y miran con sus dedos debajo de un latido/ y hablan lentamente/ con la lengua materna de los enamorados.// Son buenas intenciones./ Alguna vez me paran por la calle,/ comparten mi dolor para decirme/ por fin descansa en paz, está en el cielo./ Pero los meses todavía/ tienen la luz de un pésame difícil./ Con buenas intenciones/ hay quien habla de ángeles,/ de vida eterna, de misericordia,/ del dios que ha muerto por nosotros,/ del paraíso en el que nos esperan/ los que ya se han marchado.// Un mundo extraño para consolarme/ con una vida eterna que no es vida.// ¿Puede hacerse el amor en vuestro cielo?/ ¿Hay caricias de sol a media noche?/ ¿Labios que se despiertan para decir te amo/ e insistir en la piel,/ cuerpo abajo camino de un infierno glorioso?// Si fuese así, si fuese/ primavera en el árbol de la sabiduría,/ tal vez yo negociase con la fe/ dispuesto a consolarme entre supersticiones./ Porque mis manos tienen lágrimas/ y sienten con sus dedos/ y hablan con la lengua de los enamorados.// Es todo lo que pido:/ una resurrección y una manzana,/ el uno sobre el otro,/ que permitan morir como solía.”

 

Un animal de compañía

Al final de esta conversación, el autor de poemarios como Habitaciones separadas y Diario cómplice cauteriza la herida en su pecho a través de palabras que describen cómo se habituó a compartir los días y las noches con esa intrusa inoportuna, puntual: la Muerte.

–Recuerdo un gatito que estuvo diecisiete años con nosotros. Aparecía cuando menos lo esperábamos, se subía al sofá cuando veíamos la televisión y se subía a nuestras rodillas cuando escribíamos. Para mí, la muerte y la memoria acaban siendo eso: una parte de nuestra convivencia con el día a día. A veces paso por una habitación y me llama la atención que el ordenador, antes encendido habitualmente, ahora esté apagado. Me siento a ver el televisor y me sobra medio sillón porque antes eso lo hacía junto a alguien y ahora lo miro solo. Me ducho y veo que, en vez de dos toallas en el perchero… ahora sólo hay una. La muerte se acaba convirtiendo en un animal de compañía que forma parte de nuestra cotidianidad y nos hace mantener los recuerdos que están dentro de nosotros l

 

 

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