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- José Antonio Gaspar Díaz - Sunday, 07 Jul 2024 08:53
“¡Avergüéncense de la ignorancia casi enciclopédica que padecen! Esta tarde vamos a remediarla un poco y que este tiempo sea como ofrecer un vaso de vino que se bebe alegremente”, no dudó en señalar el escritor Ricardo Garibay, en octubre de 1998, ante un público mayoritariamente universitario.
De esa manera inició la conferencia que el novelista impartió en la Universidad Autónoma del Estado de Morelos (UAEM), dentro de las Jornadas de Cultura e Identidad Morelense de ese año. Era la última que ofrecería en ese recinto, pues siete meses después fallecería.
Oriundo de Tulancingo, Hidalgo (1923), el autor de obras
que despuntan en la literatura mexicana como Beber un cáliz, Par de reyes, Las glorias del gran Púas, Acapulco, Fiera infancia y otros años, La casa que arde de noche, Taib y Triste domingo, vivió las últimas décadas de su existencia en Tetela del Monte, en Cuernavaca, donde murió hace veinticinco años, el 3 de mayo de 1999.
Esa tarde, Garibay fue invitado a conversar sobre literatura y, tras su contundente aseveración de inicio, agregó: “estas soberbias, esta gana de ser superior a los demás, es lo que vengo a hacer aquí”, aunque más tarde –y luego de expresar que sus escuchas lo hicieron sentir bien–, reconoció, incluyéndose: “somos pozos andantes de ignorancia”.
Ricardo Garibay llegó con uno de sus últimos libros que vería publicado, Feria de letras, y centró su exposición en “el mayor poeta lírico del judaísmo: Yehudá Haleví”, quién “existió en Toledo, España, entre los años 1087 y 1141” –expresó entonces el escritor, aunque hoy se sepa que fue oriundo de Tudela–, y de quien leyó, con exultante placer, el poema “La danzarina”
De acuerdo con el autor hidalguense, Haleví alcanzó “la mayor gloria a la que puede aspirar el artista de la palabra, el poeta: que su obra pase a formar parte de la liturgia de un pueblo”, pues sería como decir “en lugar de un Padre Nuestro, un poema de un escritor”, explicó Garibay.
Recordó que fue Máximo José Kahn el que aseveró, en el prólogo de los Poemas sagrados y profanos, de Yehudá Haleví: “El judío se postra ante su Dios gimiendo versos de Yehudá Haleví como si fuesen versos del Antiguo Testamento.”
El hidalguense reflexionó así sobre la obra que deja un creador literario: “el olvido es igual o peor que la muerte”, y puntualizó: “el maridaje perfecto entre autor y lector se consigue si el leedor se incorpora a la obra. Es en el interlocutor, no en el autor, donde se cuaja una obra. La elocuencia está en el lector”, como él mismo lo acababa de demostrar.
El también Premio Nacional de Periodismo (1987) remató ofreciéndose ahora él como ejemplo de autor: “si ustedes no me dan ningún crédito, no valgo nada”. Entonces rememoró la maldición que le hiciera una mujer, tiempo atrás: “¡Te ignorarán cien años, saldrán tus libros a relucir dentro de cien años! Quise matarla –resaltó–, pero no le hice nada. Aunque nunca me levantó el castigo, la mujer aquella parece que no tuvo razón”, consideró el también cronista.
Dentro de su conferencia, Garibay hizo un recuento de todos aquellos autores de cuya obra, dijo, sólo puede decirse “hay que estar iluminado para escribir así”, como Lope de Vega, Quevedo o Paul Claudel. Sin embargo, sostuvo, “eran una
porquería como personas”, por lo cual era pertinente preguntarse: “¿qué vale en un hombre?, ¿con qué nos quedamos, con el escritor o con el hombre?, ¡qué pesado decidir!”
Por último, y a pregunta expresa, Garibay respondió que entre los autores del siglo XX que dejaron una obra que durará por muchas décadas se encuentran Antonio Machado, “para siempre tan grande”, señaló; Juan Ramón Jiménez, Miguel Hernández, Jorge Luis Borges, Federica Montseny, Alfonso Reyes, María Zambrano, “muy poco” de José Vasconcelos y, finalizó, Jaime Sabines.