El instante Sebastiaô Salgado

- Hermann Bellinghausen - Sunday, 14 Jul 2024 07:06 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La obra del fotógrafo brasileño Sebastiaô Salgado (1944) constituye quizás el testimonio más completo y sobrecogedor de la condición humana en los extremos de la lucha por la supervivencia ante la múltiple y sistemática violencia de la que somos capaces. Y sin embargo, poseedor de una mirada “a la caza del instante total”, se dice en este espléndido artículo, que alcanza “la precisión sobrehumana de cada persona, sola o en grupo, o en una masa en la que cada quien es alguien”.

 

Llegados al fin de la foto grafía física y sus formas artística e informativa, confirmadas sobre la verdad del papel, la obra de Sebastiaô Salgado encarna una totalidad. Quizás la más dilatada de la centuria fotográfica. Su ambición, su grandeza, su compasión, sus dramas y tragedias engloban un compromiso serio con los condenados y las condenadas de la Tierra, pero también con la belleza intocada del planeta y la vida plena entre ciertos pueblos originarios: civilizaciones en estado de gracia de cara a la decadencia en las megaciudades, los éxodos masivos, las migraciones en este mundo ancho y cruelmente injusto.Fechada siempre y sin embargo investida de una intemporalidad a veces prodigiosa, me atrevo a postular que su obra es el conjunto de un solo instante. Pensemos que eso que presenciamos, el drama existencial mostrado, lleno de dolor, fatalidad o valentía, aún en niños abandonados, mutilados, arrebatados por las guerras, las hambrunas, la enfermedad. Atestigua campos de cadáveres en Ruanda, los Balcanes, Chiapas. Una humanidad negada, forzada y esforzada. Todo ello sucede ahora mismo, simultánea y atrozmente. ¿Podemos tener una opinión menos desolada, menos abismal del género humano, de sus jefes poderosos que nunca vemos en la galería salgadiana: ejércitos, milicias, gobiernos genocidas, traficantes, bandas criminales que provocan miseria y desgracia en familias, poblados y naciones? Un “siempre” sostenido que sucede en algún lugar ahora mismo. No obstante la belleza que también y tan bien retrata, aún en el bebé mosqueado y moribundo o la madonna doliente, en el fondo nos dice con tristeza que la humanidad no tiene remedio.

La ambición coral, totalizadora, aun para retratar paraísos árticos y tropicales, los últimos refugios de pueblos intocados por la horrible historia humana, se expande en los lienzos cuasi renacentistas de Salgado. La escena existe ahora mismo, o tal vez en este momento deja de existir por la explotación minera, la industria, la urbanización desesperada, los paramilitares, las milicias fanáticas, los traficante que empujan pueblos enteros al extravío en campos de refugiados y sótanos urbanos a las puertas del infierno.

 

¿Cómo se atreve a ser perfecto?

¿Qué le podemos reprochar a Sebastiaô Salgado? Primero que nada, la perfección. La calidad artística, la técnica impecable, la necesaria monumentalidad o fuerza de cada una de sus tomas, con frecuencia dedicadas a retratar a los pobres entre los pobres. ¿Embellece la precariedad y el sufrimiento, como buen reportero de guerra? ¿O rescata la dignidad en la miseria? Nos ha mostrado los paraísos, los infiernos y los largos caminos que llevan de unos a otros. La pureza primigenia en la tundra siberiana, la selva amazónica y las islas salvajes del Pacífico. Las víctimas de inabarcables “conflictos” en los cinco continentes. Las luchas heroicas y nobles por la Tierra, como los zapatistas de Chiapas, a quienes registra oblicuamente, los kurdos en Asia, y sobre todo el Movimiento Sin Tierra de Brasil, al cual acompañó de cuerpo y corazón.

Veamos todo esto a la vez. En un instante. No hay muro, cúpula, página o museo que pueda contener el lienzo, la Imago Mundi de Salgado. Después de él la fotografía documental-artística se volvió imposible. Después de él y sus contemporáneos: el Diluvio en celulares, trivialidades técnicamente irreprochables, montajes y los Golem de la inteligencia artificial.

Empezó como todos, andando con la cámara, capturando el mundo tal como aparecía a sus ojos, a la caza del instante total. Pronto necesitó construir una empresa productora que posibilitara esos viajes imposibles, esos proyectos o autoasignaciones que rebasaban la capacidad de las agencias gráficas y los medios de comunicación.

Si hay cineastas que montan circos monumentales a la Apocalypse Now!, la fotografía de Salgado necesita a sus espaldas el apoyo de técnicos y ayudantes suficientemente discretos como para permitir la intimidad de los retratos, y el respaldo remoto de una empresa, con la complicidad de su esposa y principal colaboradora, Lélia Wanick Salgado, y el equipo de Amazonia Images en París. Cabe decir que detrás de cada foto suya hay una cadena de producción impecable.

 

Cualquier color, en blanco y negro

La mirada sensible y el color del sufrimiento siempre hablan blanco y negro. Otro color sería ofensivo. La sangre de los muertos es negra, no roja. El brillo de los cuerpos oscuros debe danzar en la escala gris de lo negro, donde el blanco es obra de la luz reflejada en los ojos de un niño, en las lágrimas plateadas de una madre esculpida en ébano. Su mundo es uno y sin embargo en cada foto es distinto.

Su catálogo de sitios, latitudes, climas y escenarios maravillosos o terribles, a veces ambas cosas, recorre con pericia un rostro tras otro, cada uno único y definitivo. Salgado siempre me ha recordado a Martín Chambi. Esa grandeza del entorno y la precisión sobrehumana de cada persona, sola o en grupo, o en una masa en la que cada quien es alguien.

Cuántos bellos y terribles niños, cuántas niñas nos ha echado en cara. Hasta armó un libro sólo con retratos de menores en condiciones extremas, pero que posan hermosos, dignos, conmovedores, hasta sonríen. Huyen de la guerra en el Congo o Kosovo, viven entre ruinas en Palestina o Kabul, en campos de refugiados en Pakistán, Chiapas, Tanzania, Sudán, Albania, o sobreviven en el inframundo de las megaurbes en Brasil, India, Filipinas, México, Zaire, Egipto.

 

¿A quién le importa África?

La película de su hijo Juliano Salgado y Wim Wenders, La sal de la Tierra (2014), aunque lejos de ser exhaustiva, sirve de sólida antología para su periplo global y ofrece claves para entender su fascinación por toda esa humanidad en dificultades.

El recorrido que ofrece el documental, narrado por el propio Sebastiaô Salgado retratado en claroscuro, atraviesa las guerras civiles y genocidios en Ruanda, Congo, Etiopía, Sudán, Angola, Mozambique; revela el grado de tensión anímica y periodística que ha vivido tras la cámara. Es también un fotógrafo de guerra, de ésos que miran el sufrimiento de otros, cuya estirpe rastrea Susan Sontag hasta Los desastres de la guerra de Francisco de Goya. Lleva similares cicatrices emocionales infringidas en campos de batalla, de refugio o de exterminio.

Salgado podría ser el Ryszard Kapuscinski del fotorreportaje. Como el periodista polaco, siente y entiende lo que ve, sabe que la humanidad europea ha fallado espantosamente en el continente africano, le ha destruido las entrañas, lo ha arrojado al fondo de la especie: desechable sobrante, invisible. Y siempre saqueable.

Cuántas veces la mera foto da ganas de llorar. El documental de Juliano Salgado y Wim Wenders atisba en el rostro de Sebastiaô lo que fue estar ahí, vivir lo que en sus imágenes vemos.

 

Todos los caminos de Salgado llevan al mundo

En La sal de la Tierra aparece el Salgado todavía-no-tan-famoso, cuando lucía rubias barba y cabellera y la gente en sus andanzas le encontraba cara de Jesucristo. Quizás ello explica la candidez, la confianza, la naturalidad de quienes posan para él o le permiten retratarlos, muchas veces en condiciones insoportables. Ese hombre blanco no les hará daño, tiene cara de amigo, sonrisa de bondad, acompaña a los doctores.

Ha trabajado con y para las Naciones Unidas, se desenvuelve cerca de la Cruz Roja Internacional, Médicos Sin Fronteras, los organismos civiles locales de ayuda a refugiados, lisiados de guerra, defensores de los territorios y el medio ambiente. Así en la tragedia como en la esperanza, considerando su reportaje para Naciones Unidas El fin de la polio (2003). Y aún en dicha serie el dolor y la dificultad son parte de la historia, que culmina con bebés vacunados y madres sonrientes en aldeas africanas y campamentos del Medio Oriente.

La figura suya que el público actual visualiza encarna otra especie de ángel: cabeza rapada, rostro sin barba, cejas de duende y ojos de Sebastiaô Salgado. Esa cara lampiña y curtida de seguro también quedó grabada en la memoria de sus personajes.

La compasión puede ser inútil, pero deja huella. La universalidad de esta galería conforma un aporte mayor a la educación sensible de una humanidad que en tantas partes parece perdida.

Vimos el instinto del fotógrafo desde sus icónicos frescos en las minas de oro de Serra Pelada, un descenso a los siete círculos del averno digno de Brueghel y Bosch: lodo, avaricia, delirio colectivo. O bien en sus travesías por el nordeste brasileño y esas masas apocalípticas y mágicas en los sertones que inspiraron a Euclides da Cunha, João Guimarães Rosa y Glauber Rocha. Nos guió muchas veces a la selva amazónica, con los yanomami y otras tribus. Lo siguió haciendo a la hora de Génesis (2013), reunión de más de treinta viajes a las fuentes del mundo, amenazadas o en proceso de destrucción mientras usted lee estas líneas o contempla esa obra cumbre, deliciosa, impresionante y embriagadora. Una plegaria por la salvación del planeta azul y verde, la Tierra intacta que todavía existe con los gambusinos, talabosques, paramilitares, dinamiteros, sicarios e invasores pisándole los talones. Génesis es un himno al planeta, y también un grito de auxilio.

 

Humanidad que huye

La gente migra en todo el mundo. Bien previó John Berger que el siglo XXI así sería. Otra magna serie, Migraciones (2000), arranca sobre las sobrepobladas aguas de Suchiate en el cruce de Guatemala a México y en la línea con Estados Unidos. A partir de ahí se lanza a todas las fronteras calientes del fin de siglo, incluso las internas y las marcadas por el mar: China, Vietnam, Pakistán, India, Afganistán, Filipinas, Ecuador, Brasil, el África ya mencionada, Kurdistán, Palestina, Turquía, la exYugoslavia. Humanidad que huye, busca y sueña, sobreviviendo a la destrucción de su entorno y a los campos de exterminio.

En su vastedad, la universalidad de sus obsesiones temáticas lo separa de otro de sus maestros mayores, Henri Cartier-Bresson, de quien aprendió a esperar, acechar, cazar o construir el instante. Pero con mayor urgencia.

Y todo, en un parpadeo.

 

 

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