Nahui Olin, una llama devorada por sí misma

- Mario Bravo - Sunday, 14 Jul 2024 07:01 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Tras su deceso, la pintora, modelo y poeta Carmen Mondragón (1893-1978) –llamada 'Nahui Olin' por el vulcanólogo y pintor Gerardo Murillo, mejor conocido como 'Dr. Atl'– ha transitado por oscilaciones entre la redención de su actitud transgresora ante la vida y un aplastante olvido dentro de la cultura mexicana. Actualmente, la obra teatral 'Nahui Olin, memoria del fuego', ofrece elementos para que el público conozca más sobre esta peculiar mujer.

 

Primer acto

Todo fuego tiene un comienzo.

Ella intenta disimular que varias mariposas revolotean en su pecho. Joven aún, sin un lugar al cual llamar “mi lugar” en el mundo, pareciera resguardar pedacitos de cielo en su mirada. Sus ojos, azules como un domingo de la infancia, miran con admiración a Elena Poniatowska. Le pide un autógrafo. La muchacha todavía no lo sabe, pero de los siete textos biográficos hallados en ese libro que sostiene en sus manos, particularmente uno le hará sentir curiosidad, fervor, atracción. La actriz mexicana Michelle Rogel (Estado de México, 1983), hoy con cuarenta años de edad, recuerda así la tarde en que, por vez primera, sucumbió al hechizo de Nahui Olin:

–En mi adolescencia, mi mamá y yo fuimos a la Feria del Libro del Zócalo. Me compró Las siete cabritas, de Elena Poniatowska. Ella me lo firmó y para mí era un tesoro. Allí leí la historia de Nahui Olin: ojos verdes, locochona y con un discurso acerca del cuerpo. Antes de comenzar en el teatro hice danza. Para mí la desnudez no era algo malo, sino liberador.

–¿Qué sintió al descubrir el rostro de Nahui Olin? –pregunto a la actriz y su voz asume un tono de alegría, similar al que uno utiliza al evocar el comienzo de un amor. El inicio de un fuego.

–Era un personaje que, a la vez, me producía fascinación y miedo. Me la bebía. No sé por qué, desde el principio, me sentí tan conectada… como cuando te enamoras de alguien y no sabes bien a bien por qué. ¿Qué me conectó a ella en este amor? No sé. ¡Es esta cosa mágica que pasa cuando te enamoras!

Un flequillo anticuado cubre su frente. Tras un volumen de voz amable que Rogel emplea al hablar sobre otros temas, una inflexión brota cuando se expresa específicamente de Nahui Olin. Un interruptor se activa en ella. Una llama posee la gesticulación y el habla de la actriz. Este no es un personaje más para la egresada de la licenciatura en Literatura Dramática y Teatro de la Universidad Nacional Autónoma de México. Al subrayárselo, ella –pillada en su embelesamiento por Nahui Olin– recula, se recompone y asume la actitud de quien es llevada a tierra, repentinamente, tras volar en los cielos.

–La quería actuar; no ser como ella, eso es diferente. Desde todas las aristas no podía ser ella: no compongo música ni tuve el nivel educativo que tuvo a mi edad. No he estado diez años en París dentro de los círculos donde estuvo, ni más ni menos, con Picasso; pero, mediante el arte y siendo actriz… ¡sí puedo alcanzarla, tocarla y comunicarme con mucha libertad! He encontrado un discurso de profundidad hacia el dolor, pues en el rompecabezas de Nahui hay que preguntarse cosas todavía no acabadas. Por ejemplo, el tema de su bebé: Adriana Malvido me dice que la familia Mondragón guardó mucho silencio sobre ese asunto. Debió sentir bastantes dolores, pero muchas otras circunstancias no la dejaron expresarse.

 

Segundo acto

Irene Matthews, Adriana Malvido, Elena Poniatoswka y José Emilio Pacheco, entre otros, han escrito acerca de Nahui Olin. El Dr. Atl y Diego Rivera pintaron sus ojos verdes, luciérnagas bailando ritmos proscritos. El fotógrafo Edward Weston desafió los calendarios con su cámara: la eternizó. También valiéndose de la fotografía, Antonio Garduño domesticó fugazmente a ese cuerpo, atándolo al tiempo y al espacio, al menos, mientras abría y cerraba el obturador de su equipo fotográfico. Después Nahui volvió a caminar, volar. Libre.

Esta mujer, acostumbrada a ir y venir en un alambre a varios metros de altura, tras su muerte se halla atrapada entre dos mundos: no entró con honores ni alfombra roja al palacio de las heroínas del arte; aún es vista con recelo, de reojo. Paradójicamente, tampoco ha sido arrancada por completo de la iconografía nacional. Imposible. ¿El ser humano ha inventado ya un mecanismo lo suficientemente eficaz como para suprimir, de un tirón y para siempre, a ese par de linternas verdes que Nahui Olin llevaba insertadas en las cuencas de sus ojos?

Desde su columna periodística Inventario, en 1993, José Emilio Pachecho emitió su pronóstico sobre lo que sucedería con la figura de la hija del general Mondragón y Mercedes Valseca:

Si no recoge el desafío Madonna, que en su antilibro Sex intenta, mediante el maquillaje, la escenografía y la mercadotecnia, lo que Nahui Olin hizo en la realidad y sin parafernalia, casi puede afirmarse que otros se encargarán de convertir a Nahui Olin en el último mito sexual del siglo agonizante. La nahuimanía reemplazará a la fridomanía. Habrá pósters, postales, camisetas, gorras con las iniciales N.O., líneas de perfumes y productos de belleza. Los desnudos de Carmen Mondragón poblarán las ciudades.

Aun con ese presagio, Nahui Olin continúa en las sombras de la memoria de este país. Aunque, eventualmente, valiosísimos esfuerzos reaniman su corazón: principalmente el trabajo riguroso de Tomás Zurián quien, con arrojo y paciencia, entre 1992 y 1993 hizo la curaduría de la exposición Nahui Olin. Una mujer de los tiempos modernos, así como también lo realizó en 2018 con Nahui Olin. La mirada infinita, esta última exhibida en el Museo Nacional de Arte. Después, Nahui volvió agazapada a las penumbras, como un sol que sale, ilumina… pero, al atardecer, se esconde de las miradas.

Para comprender esas luces y sombras, busqué a la escritora Elena Poniatowska (París, 1932). Amablemente atendió a este reportero y charló acerca de Nahui Olin, esa mujer que, a los diez años de edad, redactó: “No soy feliz porque la vida no ha sido hecha para mí, porque soy una llama devorada por sí misma y que no se puede apagar.” Al otro lado de la línea teléfonica, la autora de Las siete cabritas expresa:

–Fue una mujer muy bella. Se enamoró, equivocadamente, de Manuel Rodríguez Lozano a quien conocí. Él fue un pintor, homosexual, por eso no pudo enamorarse de ella. Nahui vivió con el Dr. Atl en la azotea del Convento de la Merced. Allí posó muchas veces para él. Completamente desnuda abría la puerta de su casa, ¡era muy atrevida! Fue hija del general Mondragón, un hombre muy macho. Entonces, sus actos de libertad fueron doblemente valiosos, poco comunes. Una mujer original, fuera de lo común –destaca la autora de La noche de Tlatelolco y prosigue con su reflexión–: fue alumna del Colegio Francés ubicado en San Cosme. Aprendió a escribir en francés e hizo poesía en ese idioma. Ya en la vejez, anduvo muchos años en la calle, muy sola y muy abandonada. Nahui iba a una fonda y le daban los restos de la comida del día. Ella, con esa comida, alimentaba a varios perros en la Alameda Central.

Estamos ante un ser humano
incomprendido.

–Sí. En general, es una mujer olvidada. Una sombra que caminaba en la Alameda, seguida por un montón de animales. Sobre ella hay una censura a la desnudez y a la locura. Al final, perdió la cabeza, lo cual es muy triste. La sociedad debió protegerla en esa época, pero la dejaron muy sola, la abandonaron. Es una víctima del maltrato y del esnobismo.

 

Tercer acto

“Si sigues en contacto conmigo y te apasiona la historia de Nahui Olin, algún día puedo llevarte”, me dice la actriz Michelle Rogel y muestra fotografías en su teléfono celular: decenas de imágenes del recorrido hecho por ella al ingresar, excepcionalmente, al exConvento de la Merced, epicentro en donde Nahui Olin y el Dr. Atl se amaron. Y se odiaron. Y volvieron a amarse. En 2024, por segunda temporada Rogel ha subido al escenario del Teatro Varsovia, en Ciudad de México. Allí, en poco menos de una hora, iza la vela mayor de una embarcación llamada Nahui Olin, memoria del fuego, monólogo montado por la Compañía Nacional de Teatro Clásico Fénix Novohispano, dirigido por Francisco Hernández.

 

¿Por qué el artista se somete al grado de estrés que significa exhibirse ante un público y, después, verse inmerso en cierta soledad tras bajar el telón?

–El arte es una técnica llevada hasta lo más puro. El privilegio de crear mundos es maravilloso, y si acabas cansado es porque estás plasmando una capacidad de síntesis y concentración. No siento soledad cuando una función acaba, sino un hambre tremenda y un sueño espantoso.

 

Dicen que así se sienten quienes despiertan después de haber estado en coma…

–Los griegos entendían al espacio teatral como un espacio de sanación. Hoy, con las neuronas espejo, está comprobado que, al mirar una situación de síntesis en el otro, puedes entender tu vida, tus pasiones y darles una solución.

Michelle Rogel subraya los rasgos de Nahui Olin que la motivaron a interpretarla en escena:

–Ella conserva rasgos de la niñez: impresionarse por los mundos y quererlos conocer más. Tiene escritos en los cuales se pregunta sobre la teoría de la relatividad. Ella me provocó ganas de interrogarme cosas y poner en riesgo las certezas. Hace algunos meses comencé a dar clases de teatro en la Universidad Veracruzana y ahí, en el alumnado, he explotado los deseos de aprender: ¡este personaje también me ha dado eso!

 

¿Por qué Nahui Olin continúa siendo una figura subalterna en la esfera artística e intelectual mexicana?

–No estábamos preparados para ese espíritu indomable, lleno de sed por conocer, ver, crear. Todavía hay quienes se refieren a ella como la encueratriz o la pareja del Dr. Atl. Estuvo muy estigmatizada durante cierta época pero, una vez que se dé a conocer, estoy segura de que será parte de las banderas de los movimientos feministas.

Michelle Rogel entra a escena. Con una escenografía austera y sencilla, el milagro teatral se manifiesta: nuevamente, Nahui Olin transgrede. El sol vuelve a salir l

 

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