Pedro Valtierra: la mirada en el preciso instante

- José Ángel Leyva - Sunday, 14 Jul 2024 06:53 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Nacido en Fresnillo, Zacatecas (1955), autor de varias fotografías ya emblemáticas del fotoperiodismo –la imagen de los mineros que protestan desnudos un amanecer en Pachuca, 1985, las indígenas tzotiles que rechazan a soldados del Ejército Mexicano en X’Oyep, Chiapas, entre otras muchas– habla de su trayectoria personal y del rigor, disciplina y entrega que exige ese pequeño clic que detiene el mundo.

 

Soy fotógrafo de prensa, fotorreportero desde 1977, cuando ingresé al Sol de México y trabajé con Benjamín Wong. Siempre me llevé muy bien con los reporteros porque también escribí en mis inicios, pero me decanté muy pronto por la imagen y acompañé a grandes periodistas como Víctor Avilés, Miguel Ángel Velázquez, Víctor Juárez, Carmen Lira, Raymundo Rivapalacio, Rafael Cardona, Gonzalo Álvarez del Villar, Carlos Ferreira, y muchos más, en distintas misiones en México y en otras partes del mundo. Nunca tuve un conflicto con los periodistas ni con los directores de los diarios. El periodismo requiere una disciplina férrea y yo estaba al servicio de esta pasión.

“Leer más y disparar menos”, me dijo un día Benjamín Wong. Insistía mucho en la importancia de leer siempre y leer de todo para estar informados. No obstante, ya desde mis inicios en Presidencia, tuve un maestro, el fotógrafo Manuel Madrigal, muy culto e informado. Él me enseñó a tomar fotos, a revelar, a imprimir y sobre todo me condujo por el camino de los libros y de la lectura en general. Él había trabajado para la revista Siempre!, y era amigo de Pagés Llergo, de Alberto Domingo, de esa generación de periodistas. Me transmitió la necesidad de estar bien informado antes de ir a realizar el trabajo como fotógrafo. La sola inspiración no te va a revelar imágenes y detalles que la lectura si te va a descubrir y a sugerir. La técnica tampoco garantiza que irás más allá de lo elemental, de lo obvio. La información sí echará abajo los velos que te impiden ver y facilitará el trabajo con las personas. Para mí es fundamental vivir la vida propia, pero también los es aprender a vivir en la lectura. Leo poesía, no tanta como quisiera, me gusta mucho, y tengo amigos poetas como Javier Molina y Ricardo Yáñez. La poesía nos da herramientas para descubrir una realidad que los demás no ven, pues sólo vemos lo que el pensamiento nos permite ver.

Entré a trabajar a la Presidencia como fotógrafo de la Oficina de Comunicación Social, que dirigía Mauro Jiménez Lazcano, en noviembre de 1975. Pero antes fui bolero (1971-1972), luego me contrataron como conserje (1973-1975). Durante esos años fui ayudante de Laboratorio los fines de semana, cuando descansaba como conserje. Descubrí los procesos de revelado e impresión y quedé embrujado, me parecía magia. Desde entonces mi vida sólo tuvo sentido junto a la fotografía. Al ver que mi trabajo y mis conocimientos en el laboratorio mejoraban me dieron la oportunidad de probarme como fotógrafo. Pero ese oficio no tenía nada que ver con el trabajo periodístico que ejercí después en El Sol de México, en el Unomasuno, en La Jornada. Esa etapa inicial del 
Unomasuno, bajo la dirección de Becerra Acosta, determinó una nueva forma de hacer periodismo, particularmente del periodismo gráfico, del fotoperiodismo, pues tenía que ver con la visión del director sobre la función del periodista ante la sociedad: siempre con una mirada crítica.

Me tocó cubrir un largo período convulsivo en América Latina y el 1994 del levantamiento indígena en Chiapas. En 1998 mi fotografía en la que aparecen las indígenas tzotziles enfrentando a miembros del ejército mexicano obtuvo el Premio Rey de España. En 1979, La Jornada me envió como reportero a Nicaragua, luego, en 1980, reporteé en el Salvador, y en 1982 en Guatemala; ese mismo año atestigüé la guerra en la República Árabe Saharauí Democrática, del Frente Polisario en contra del gobierno de Marruecos, luego la caída del dictador Jean Claude Duvalier en Haití, en 1986. Siempre he buscado que todas mis fotografía transmitan lo que veo, lo que atestiguo, lo que me duele, lo que sufrimos los reporteros. Agradezco que la gente reconozca mis imágenes y les den incluso un cierto valor estético, pero es ante todo una fotografía apegada al oficio periodístico.

Recuerdo las fotografías que hice de los mineros, en Pachuca, en 1985. Lo primero fue ver el contexto y las circunstancias, evaluar la luz, los espacios, los personajes, los detalles. La técnica ya está en buena medida automatizada, regida por el dominio de su uso y del conocimiento. Eran 3 mil mineros que realizaban una protesta, desnudos. Estaba amaneciendo y la luz era complicada, de alto contraste. Estuve observando las escenas y realicé un estudio de dos rollos. A estas alturas de mi trayectoria sostengo que la fotografía periodística puede hacer una buena composición si se consideran los elementos estéticos que rodean las imágenes y te propones exaltarlos. Es decir, ir más allá del simple registro. Al respecto, yo tengo una ventaja, fui educado bajo la premisa de que la luz natural es fundamental, lo cual descarta en principio el uso de flash. Hablo de la prehistoria, por supuesto. Eran flash muy elementales, mal usados, y mataban los detalles de la imagen. Quizás la nuevas tecnologías ayuden más en ese sentido, pero en mi formación el flash reñía con la luz ambiental.

El plan siempre es tener dominio de las circunstancias y encontrar los momentos precisos en que, por ejemplo, nadie ve la cámara, la luz resalta determinados elementos, la geometría otorga un equilibrio a las partes, tienes la posición adecuada. No hay posibilidad, en esos momentos, de manipular las escenas, es lo que hay y con ello debes trabajar. Existen, por supuesto, ocasiones en que se presenta la oportunidad de manipular los elementos, y hay muchos fotógrafos con habilidad para ello. En mi caso prefiero captar la realidad tal como la veo, con mi olfato y mi sentido periodístico. No suelo celebrar mi trabajo, pienso que siempre puede ser mejor.

Si hay un estilo en mi obra es un discurso forjado a través del tiempo y de mucho trabajo. Es resultado de mi compromiso con la fotografía misma, del respeto que tengo hacia los fotografiados, de la búsqueda insistente de espacios y medios adecuados para realizar mi oficio, en particular de la perseverancia. No me califico ni me considero un artista. Tampoco me quita el sueño no serlo. Hago mucha fotografía como terapia ocupacional, con una línea donde los estético es fundamental, donde gobierna la emoción de cazar esos preciosos instantes. Por ejemplo, no me gusta hacer foto de turismo. La hago, sí, pero no me gusta, dejo pasar imágenes que son realmente bellas, extraordinarias. Las veo con claridad, pero no me causan emoción ni interés. Tengo más de 300 mil negativos bien organizados. No basta para un fotógrafo hacer la foto, es muy importante clasificarlas, promoverlas, hacerlas que se conozcan, se muevan, dialoguen con nuevas generaciones. Mi compromiso es con este oficio, con este lenguaje. Todo lo que hago lo hago en función de la fotografía. Ya no me da pudor reconocer que trabajo mucho, no es por vanidad, es por disciplina.

En 1993 sacamos la revista Cuartoscuro con la intención de impulsar la fotografía mexicana, de dar a conocer a los autores de este país. Hemos publicado a más de 3 mil fotógrafos, en su gran mayoría mexicanos. La fotografía en México tiene un nivel muy alto, pero no posee las condiciones y los apoyos que reciben los fotógrafos en Europa o en Estados Unidos, donde se publican muchos libros de fotografía. Por eso la revista es un vehículo que pretende visibilizar a los autores mexicanos.

 

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