Insurrección de las palabras todas las voces

- Natalio Hernández - Sunday, 28 Jul 2024 09:00 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La poesía en lenguas indígenas tiene un referente en 'Insurrección de las palabras. Poetas contemporáneos en lenguas mexicanas', selección y prólogo de Hermann Bellinghausen, volumen que “aspira a demostrar que nos encontramos ante un fenómeno literario nuevo y digno de atención”. Natalio Hernández, poeta nahua, da resonancia a ese esfuerzo con este texto leído en el evento “Voces insurrectas: poesía en lenguas originarias”, realizado el viernes 7 de junio de 2024 en la Casa de las Humanidades de la UNAM.

 

a Hermann Bellinghausen, poeta insurrecto.

 

 

I

En las primeras líneas del libro, Hermann Bellinghausen dice: “Las palabras que construyen este libro son insurrectas, no resucitadas. En lenguas ancestrales, la poesía aquí reunida es nueva, una parte significativa de ella escrita en el siglo XXI, otra a finales del XX, y sólo en pocos casos antes de 1980.” Enseguida suelta una crítica demoledora, pero con voz suave, como suele hacerlo siempre, para afirmar: “Algo tan emocionante como el surgimiento de una nueva literatura en México [...] sigue pasando desapercibido para la cultura dominante, y cuando más, como curiosidad poco relevante.”

En su comentario introductorio continúa con el señalamiento de que las tres lenguas que cuentan con mayor tradición escrita con el alfabeto latino desde la Colonia hasta nuestros días, son náhuatl, maya y zapoteca.

No omite señalar que nuestras lenguas indígenas sirvieron como puente para la evangelización durante la Colonia, y que durante el período cardenista se introdujo la alfabetización en lenguas indígenas, con fines de evangelización protestante, a través del Instituto Lingüístico de Verano, ILV.

Continúa Bellinghausen: “Durante la guerra de Vietnam, el ejército de Estados Unidos empleó lenguas indígenas mexicanas para codificar sus mensajes y burlar la intercepción radial por parte de la resistencia del Vietcong gracias a los servicios del ILV.”

En fin, el autor hace un interesante relato del proceso de escrituración de las lenguas indígenas que permanecían, casi cinco siglos después de la Conquista, en su estatus de lenguas de tradición oral. También relata el encuentro de Robert Gordon Wasson, antropólogo y botánico estadunidense, con la poetisa María Sabina y su discurso de sanación en mazateco a través de los hongos sagrados, nombrados teonanacatl en náhuatl.

Bellinghausen aborda también el papel que desempeñaron las lenguas indígenas en el levantamiento zapatista de 1994: “El ‘modo zapatista’ de expresión fue asimilado por escritores y dirigentes indígenas, lo mismo que por escritores de la izquierda militante […] Pronto fue un estímulo más para escritores activos en otros pueblos e idiomas, además de los mayas chiapanecos.”

Aquí Hermann dedica un importante espacio a la reflexión académica del escritor mazateco Juan Gregorio Regino, heredero de la poesía de María Sabina, quien señala:

Para el escritor en lengua indígena, que a través del lenguaje escrito lucha por mantenerse vivo, las fuentes orales vigentes son su principal recurso expresivo, así como también lo son sus tradiciones, costumbres, cosmovisiones. De ahí surgen personajes, situaciones, formas verosímiles de interpretar la vida. Este conjunto de formas y contenidos es la base de la literatura indígena que se está dando a conocer en la actualidad.

Bellinghausen no omite mencionar la reflexión de Noam Chomsky acerca de las lenguas indígenas de tradición oral en la preservación de la memoria de los diferentes pueblos del mundo, para enseguida citar la contribución de Carlos Montemayor quien, junto con mi maestro Miguel León-Portilla, visibilizó la literatura contemporánea en lenguas indígenas de la mano de la Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas creada en Texcoco, tierra del poeta Nezahualcóyotl, en 1993. Hermann cierra la introducción con estas palabras:

No existe, ni hace falta, un canon de literatura en lenguas indígenas. Ayudaría tal vez, un mapa. Actualmente, la identidad cultural de México se encuentra desgarrada entre las violencias, la migración forzosa, la desinformación, la acumulación insultante de riquezas por unos cuantos, la corrupción generalizada de políticos, policías y grandes empresas. Qué tal que resultara que el mejor antídoto contra la desvergüenza y el autoritarismo es el cantar paciente, antiguo y bien moderno, diferente y nuestro, de las lenguas mexicanas.

Y yo, Natalio Hernández, poeta náhuatl, secundo la afirmación de Hermann con esta frase: Ma yu mochihua/Que así sea, como lo decían nuestros ancestros y seguimos repitiendo aquí y ahora: amanintzin.

 

II

El contenido del libro Insurrección de las palabras, que también podría llamarse “Rebelión de las letras indígenas”, para mí es como un xochipetlatl, es decir, una estera de flores, un tapete florido o, mejor todavía, un bordado de muchos colores. Contiene poemas de diversos temas, estilos y ritmos. Carlos Montemayor, mi amigo y colega, se hubiera deleitado como buen sibarita de la palabra, escuchando la música que nos comunican los poemas en las lenguas nacidas en nuestra propia tierra.

Pocas veces me había atrapado una antología multilingüe en donde ciento treinta poetas, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes, comparten sus alegrías y sus dolencias, sus sueños y sus frustraciones, sus angustias y sanaciones, pero también cantos que reflejan la lucha de sus pueblos, las voces de las abuelas y los abuelos que siguen con vida en nuestra memoria y en nuestros sueños. Estas palabras toman sentido al escuchar las voces de Margarita León, Celerina Patricia Sánchez y Francisco Antonio, quienes comparten sus poemas escritos en sus propios idiomas.

 

III

La tercera parte del libro se titula “Fuentes y afluentes” y hace honor a su contenido: es rica en información. Ahí se dice que los poemas del libro provienen del suplemento Ojarasca, de ya larga historia. La labor de Hermann transcurre, por breve tiempo, en la edición del cuadernillo Letras indígenas, también en su paso por la revista México Indígena, del entonces Instituto Nacional Indigenista, y finalmente se establece en Ojarasca, que se constituye en el principal reservorio de Insurrección de las palabras.

Este proceso, que menciono en pocas líneas, ha sido un trabajo de muchos años. En este largo caminar Hermann y yo, lo digo de manera reiterada, transitamos por caminos paralelos: cuando surgió Letras Indígenas yo coordinaba el suplemento multilingüe Nuestra Palabra, de la Dirección General de Culturas Populares, y cuando sus andanzas lo encaminaron a la revista México Indígena yo me encontraba impulsando la creación de la Asociación de Escritores en Lenguas indígenas. Posteriormente, cuando nació Ojarasca yo estaba colaborando en la serie Voces de antiguas raíces, de la mencionada Asociación de Escritores en Lenguas Indígenas.

Terminan estas líneas trayendo a cuenta las palabras finales del capítulo mencionado: “Insurrección de las palabras aspira a demostrar que nos encontramos ante un fenómeno literario nuevo y digno de atención. Estos poetas, como pocos a la redonda en la cultura dominante actual, hablan y cantan de las cosas que verdaderamente importan en un país necesitado de fortalecer sus voces para alzarlas en todas las lenguas. En todas.”

 

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