Mesoamérica en la historia cultural de México

- Antonio Valle - Sunday, 28 Jul 2024 09:13 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
Este ensayo recorre los principales acontecimientos de la historia de Mesoamérica, de la conquista a nuestros días, que conformaron, con sus grandes contradicciones y paradojas, vacíos, aciertos y despojos, el desarrollo cultural en nuestro país, para concluir que en esta última etapa ya se está cerca de generar “leyes que finalmente convierten a los pueblos originarios en sujetos ya no sólo de interés público, sino de derecho público”.

 

I

Hacia 1492, tres décadas antes de la guerra de Conquista en México, ya había comenzado la confrontación entre el bloque cultural de Occidente y Mesoamérica. Después de cinco siglos aún no concluye el debate cultural. A lo largo del siglo XX y las dos primeras décadas del XXI, la cultura mexicana, entendida como un complejo sistema de poder, relaciones y luchas entre clases, construcciones ideológicas, costumbres, hechos y tradiciones ontológicas e intelectuales, nos han obligado a experimentar “guerras culturales” o monólogos que han justificado modas, intereses públicos y privados. Por otra parte, el Estado mexicano fue incapaz de instrumentar una política cultural consistente para atender la compleja realidad histórica y social de un país en el que coexisten no sólo diversas geografías, formaciones sociales, modelos económicos, avances tecnológicos y tradiciones, sino diferentes concepciones de la vida, la realidad y el tiempo. En algunas zonas del altiplano y del sur de México se articulan, grosso modo, diversas comunidades que “fluyen mágicamente” en un tiempo cíclico (el proverbial eterno retorno jungiano), mientras que del altiplano y hacia el norte, la sociedad industrial y postindustrial parece seguir el curso lineal del tiempo abismal de Occidente.

 

II

Desde las primeras décadas del siglo pasado, Manuel Gamio –fundador de la antropología mexicana–, explicó de manera categórica cómo el “nuevo mundo” llamado América fue descubierto –sin más instrumentos tecnológicos que el fuego, rudimentarios utensilios de piedra y apoyados en el instinto de sus perros– por un grupo de personas que atravesó el estrecho congelado de Bering. Cuando aparecieron los españoles, segundos “descubridores”, se encontraron con una de las seis civilizaciones originales del mundo. No sin asombro, observaron enormes extensiones de tierra cultivada con maíz, planta desarrollada con biotecnología propia que requirió miles de años de experimentación y trabajo. Al mismo tiempo, sus actividades intelectuales culminaron en un panteón de mitos y dioses tan rico y complejo como el de sumerios y egipcios. Había una red
de comercio que venía desde la actual Centroamérica hasta el sur de Estados Unidos. Construyeron ciudades perfectamente urbanizadas. Teotihuacán, otra ciudad abierta y multicultural, sólo podía ser comparada con Roma. Contaban con bibliotecas, jardines botánicos, zoológicos, códices, cerámica, murales, astronomía, sistemas hidráulicos y de medición del tiempo, degustaban de una gastronomía refinada y, como han explicado el padre Ángel María Garibay y Miguel León Portilla, ya existían diversos géneros literarios y filosofía. Hacia 1492, como expuso Enrique Dussel en uno de sus cursos magistrales, buscando una ruta comercial alternativa al cerco marítimo impuesto por el imperio otomano, sin querer, carabelas, o naos españolas “descubren” América. Inicia un proceso de represión, desarticulación, fragmentación y sometimiento militar, político, psicológico y cultural, con el objetivo de apropiarse del territorio (y de los seres humanos que lo habitaban), para “civilizar” a otra civilización que tres mil años antes de nuestra era alcanzó un momento culminante con el surgimiento de la cultura Olmeca, imponente matriz civilizatoria que propició el desarrollo de las culturas teotihucana, maya, náhuatl, totonaca, zapoteca, mixteca, tolteca y olmeca-xicalanga, entre muchas otras.

 

III

Después de la Conquista –tema que todavía se encuentra en debate ético y moral–, toda vez que desapareció la ciudad de MéxicoTenochtitlan, la realidad es que las culturas precolombinas iniciaron un prolongado y violento proceso de aculturización. Sin embargo, el cambio de mentalidad no fue absoluto: tanto la República de Indias como las Leyes de Indias –especialmente la labor etnológica llevada a cabo por órdenes religiosas franciscanas– permitieron que distintas tradiciones y multitud de creencias y fragmentos del mundo mesoamericano –especialmente lo que tenían que ver con estructuras mitológicas, relaciones sociales de producción o vínculos con la naturaleza– sobrevivieran de manera activa (consciente) o que permanecieran de manera latente (inconsciente), formando una galaxia de huellas mnémicas, fragmentos emocionales y racionales que se ensamblaron, muchas veces de manera caótica, con los nuevos mitos, creencias, conductas y obligaciones cívicas, políticas y sexuales, impuestas primero a sangre y fuego, luego por el grupo de etnólogos evangelizadores.

 

IV

Hacia 1531, entre los mal llamados indígenas que sobrevivieron a epidemias y maltratos, además de construir toda clase de obras civiles y religiosas, en medio del caos espiritual aparece milagrosamente la imagen de la Virgen de Guadalupe, madre de indios y hablante de náhuatl que desde la Independencia de México hasta nuestros días, es antípoda de la “Malinche”, políglota traductora de Cortés que explicó en “castilla” lo que el conquistador necesitaba saber para apropiarse del nuevo mundo. Mientras que Guadalupe Tonantzin, “nuestra madre”, es símbolo y estandarte independentista para los ejércitos de indígenas, mestizos y revolucionarios criollos, la Malinche es símbolo de sometimiento y traición. Para la visión colonialista será un mito deslavado y fundador de otra clase de mestizaje, es decir, de una interpretación “caritativa y justa” de la conquista. Incluso todavía, para intelectuales de inspiración neoliberal, “milagrosamente” la Malinche pasó a convertirse en emblema de mestizaje feminista, olvidando que Gonzalo Guerrero vivió una historia de mestizaje y verdadero feminismo al revés en el mundo Maya.

Una vez constituida la nación independiente, los pueblos originarios se ven subsumidos en la escala más degradada de la sociedad. No obstante, en el siglo XIX nuevamente los pueblos originarios vuelven a la guerra, esta vez contra el imperio francés. El problema estriba en que, una vez restaurada la república juarista, gracias a las leyes liberales de La Reforma nuevamente las comunidades indígenas son expulsadas de sus tierras. Justamente, a finales del siglo XIX y principios del XX, surge la idea –que terminará siendo consigna política de corte fascista– de que “el mejor indio es el indio muerto”.

 

V

Hasta nuestros días la Revolución Mexicana es la expresión más acabada (en el doble sentido de la palabra) de la cultura mesoamericana. La lucha del pueblo por recuperar sus territorios, al mismo tiempo que expresaba la necesidad de acceder a la tierra para trabajar, fue una manera de reconquistar el espacio físico donde las generaciones que los precedieron desarrollaron su propia cultura. Toda vez que Zapata, Villa y Flores Magón fueron vencidos, corrientes políticas y culturales que los representaban, y aunque la Constitución de 1917 incluyó sus derechos y demandas más relevantes, de nueva cuenta, como en el período de la República de Indias, una cosa fue la ley escrita y otra la realidad aciaga.

Queda claro que la consigna zapatista “Tierra y libertad” articulaba no sólo el asunto de la tierra como medio de subsistencia, sino que planteaba el derecho a ser libre para desarrollar la propia identidad. Al ser derrotados Zapata y Villa, la cultura de la Revolución Mexicana quedó atrapada en la red del sistema político y el partido que la oficializó, convirtiéndola en una madeja de clichés, melodrama, tamborazo y danzas folclóricas. Los “grandes momentos del indigenismo en México” fueron encubiertos por frases grandilocuentes, más allá del melodrama cinematográfico, literario o musical, y más allá también de ofensivas culturales voluntarias o involuntarias, como la emprendida por José Vasconcelos. En realidad, desde la Colonia, la cultura de los pueblos originarios fue desvirtuada con demagogia y usurpación.

 

VI

El perfil del hombre y la cultura en México, de Samuel Ramos, y El laberinto de la soledad, de Octavio Paz, son ensayos que sentaron las bases para convencernos de cómo se configuraron los rasgos, convertidos en síntomas patológicos, de “el ser de los mexicanos”. Se trata de tentativas orientadas a exponer “los complejos” o inconvenientes de la identidad nacional. En apretada síntesis, sus principales razonamientos son los siguientes: a) a partir de la conquista de México se generaron patologías sociales e individuales que provocaron diversos complejos de inferioridad; b) la causa del machismo nacional es la “Malinche”, por ser la informante traidora que Hernán Cortés “se chingó”, fenómeno singular que, además de convertirnos en “hijos de la chingada”, dio origen al machismo pandémico y emblema de la identidad nacional; c) los pelados mexicanos, léase el pueblo miserable que va de los pachucos, seres resentidos y delincuenciales ampliamente citados por Paz, a sectores de lumpenproletariado, los peladitos que, cuando no son peligrosos, pueden ser graciosos como Cantinflas, o miembros de la clase obrera subempleada, como ciertos personajes de Tin Tan, Pedro Infante o Javier Solís; este cliché incluiría a los caifanes, por ejemplo, ciertos habitantes de la colonia Morelos, del centro decadente o de la periferia de la ciudad; d) el mexicano es violento (variante del machismo) y no le teme a la muerte, razón por la que el pueblo mexicano ha sido condicionado por la pulsión de muerte y no por la pulsión de vida; mientras aguarda su final vive encerrado en una “jaula de la melancolía”.

Aunque por distintos razonamientos, de la misma forma que Manuel Gamio, José Vasconcelos y Alfonso Caso, por citar a los más destacados intelectuales que se encargaron de estudiar a las culturas precolombinas y el problema de la identidad nacional, Ramos y Paz concluyeron que lo mejor para México era que los “indios” se volvieran mestizos. En otras palabras, que se volvieran aristotélicos y así renunciaran de una vez por todas a sus costumbres ancestrales, territorios lingüísticos, míticos y mentales pero, sobre todo, a sus territorios reales. El método psicoanalítico instrumentado por Ramos y Paz, en realidad no es más que un mecanismo de psicología bastante elemental. En esta perspectiva, la teoría de la formación del aparato psíquico creado por Freud de ninguna manera eliminaría a la cultura precolombina; por el contrario, Freud (también Lacan) plantearía que la represión que ejerció la cultura europea, léase el sistema de valores sexuales, morales, espirituales, etcétera, en la psique de la civilización mesoamericana, no desaparecería; por el contrario, se “instalaría” en el inconsciente extendiendo sus redes y haciendo un esfuerzo por brotar, por transformar esas pulsiones inconscientes en conciencia. Eso explicaría su persistencia cultural, sobre todo expresada, a pesar de los siglos de represión psicológica, en el uso ininterrumpido de sesenta y dos lenguas originarias, unificadas en un sistema mítico común mesoamericano, fenómeno que puede rastrearse en los sistemas de fiesta, subsistencia y reciprocidad comunitaria, en rituales de trascendencia vinculados con “lo femenino y lo sagrado”, en los sistemas arquetípicos del Jaguar-Espejo humeante o en el sistema “Venus-Serpiente emplumada”; en el arte y artesanías de alto valor estético y simbólico, gastronomía, salud física y psicológica, en la relación y cuidado de los recursos naturales y otros aspectos.

En ese sentido, la realidad política y cultural del México contemporáneo echa por la borda las tesis que fueron canon cultural durante décadas. Los hechos son contundentes: a) el irremediable machismo mexicano, sin mayores dificultades, fue vencido durante el reciente proceso electoral. Incluso hasta la derecha política reivindicó el origen indígena de su candidata a la presidencia de la República; b) basta con asistir a la fiesta de algún pueblo originario para verse envuelto en toda suerte de ambientes sensuales y alegría; c) desde hace décadas el “grave complejo de inferioridad de los indios de México” tuvo una “deriva antiautoritaria” extremadamente erótica y creativa, por ejemplo concretada en la obra y en las instituciones creadas por Francisco Toledo en Oaxaca.

VII

Para Carlos Monsiváis, el proyecto educativo de José Vasconcelos, sintetizado en el libro La raza cósmica, y el proyecto democrático (independiente del PRI) que impulsó Jaime García Terrés en la UNAM, fueron los dos proyectos culturales más importantes del México moderno. Sin embargo, en mi opinión, el primero fracasó en su intento de acabar con las lenguas de los pueblos originarios –aunque, por supuesto, vaya que afectó su aristotélico programa–, mientras que el proyecto cultural de García Terrés, que en lo fundamental se concentró en dar respuesta a la juventud rebelde de mediados de los años sesenta, en realidad apenas y contempló a sectores importantes de la cultura popular y de las culturas herederas de Mesoamérica.

 

VIII

México no es la tierra baldía que poetizó T.S. Eliot, no es la tierra de nadie con la que han soñado quienes hicieron todo lo inhumanamente posible –como sucede actualmente en la República Argentina– para que el Estado (¿la nación también?) desaparezca. Con esa política, traducida en ambición no disimulada, desaparecería la cultura de los pueblos originarios aunque, eso sí, a toda costa conservarían, para impulso del turismo internacional –y del colonialismo interno– las ciudades arqueológicas, el arte precolombino y varias “indias bonitas” echando tortillas a mano en restaurantes de lujo.

 

IX

Gracias a su consistencia y legitimidad histórica, la cultura mesoamericana está a punto de lograr una iniciativa de reforma constitucional, leyes que finalmente convierten a los pueblos originarios en sujetos ya no sólo de interés público, sino de derecho público. Esta reforma reconocerá el patrimonio cultural material e inmaterial de los pueblos originarios, su propiedad intelectual colectiva, así como formas de desarrollo propias. Aunque con estas reformas no concluye la lucha sí es posible, como dice la Constitución Política, que nuestro país tenga una composición pluricultural sustentada en los herederos culturales de Mesoamérica l

 

 

Versión PDF