Tomar la palabra
- Agustín Ramos - Sunday, 28 Jul 2024 09:33
La nueva música clásica es el título que describe insuperablemente al rock. Porque algún día habrá en que, así como ciertas referencias históricas se designan mediante los estilos renacentista, barroco, neoclásico, romántico, modernista, contemporáneo…, así el rock servirá para abarcar una larga época cultural. Más todavía, con la ventaja que da todo progreso verdadero, la época del rock no será otra de tantas visiones exclusivas y excluyentes de Occidente, sino un fenómeno de propiedad y apropiación universal.
Con La nueva música clásica me pasó como aquel momento en que Abundio Martínez se detiene a describirle a Juan Preciado el paisaje de Comala:
“¿Ve aquella loma que parece vejiga de puerco? Pues detrasito de ella está la Media Luna. Ahora voltié para allá. ¿Ve la ceja de aquel cerro? Véala. Y ahora voltié para este otro rumbo. ¿Ve la otra ceja que casi no se ve de los lejos que está? Bueno, pues eso es la Media Luna de punta a cabo. Como quien dice, toda la tierra que se puede abarcar con la mirada. Y es de él todo ese terrenal…”
Leer una vez más al José Agustín rockero fue acompañar al rapsoda que iba describiendo, desde el Olimpo de la distancia temporal, un panorama tan asombroso como entrañable: las nacencias y permanencias de la primera música humana que se escuchó prácticamente al mismo tiempo en todas partes. Rapsodias con divinidades, semidioses, héroes y heroínas, armas imborrables, letras sonoras… Junto con las novelas y cuentos, en la otra cara del sabroso y sustancioso sistema narrativo de José Agustín, orbitan los tratados históricos, ensayos, crónicas, entrevistas, reseñas y recuentos. Y también, como toda su obra, llevan la garantía de la autenticidad, la lucidez, la apuesta: Tragicomedia mexicana, La contracultura en México, El hotel de los corazones solitarios, la saga testimonial Diario de brigadista y El rock de la cárcel más lo que resulte.
En el fragmento inédito de la tercera versión de La nueva música clásica, que apareció hace poco en La Jornada, José Agustín intenta bajarle dos rayitas al termómetro diciendo que el título es una exageración. Sin embargo, la perspectiva con la que podemos ver el rock demuestra que el título constituye la suprema victoria reservada a un visionario, a un profeta. Porque tal título data de 1968, año de la primera versión, cuando todo lo relativo al rock estaba en veremos y cuando más que acierto sonaba a mentada de madre, a tremenda osadía [incluso, como él mismo narra, ya bien entrados los años ochenta había que hablar mal del rock “para ascender en la aristocracia intelectual”].
La siguiente versión de La nueva música clásica, de 1985 en Editorial Universo, reconcentró las virtudes, la compresión de cuentista y la visión periférica de un ser humano profundamente comprometido con el espíritu de su época; confirmó, en suma, que el espléndido título no fue casualidad ni buena suerte, sino fruto del gusto del melómano apasionado que llegó a ser erudito como no queriendo la cosa
y sin tomarse demasiado en serio: el producto de un talento que nunca le dejaron de regatear los cenáculos literarios y académicos.
“Por mi parte ‒dice‒, yo seguí oyendo el viejo rock pero sin el menor asomo de nostalgia; para mí, oír el primer It’s a Beautiful Day o a Spirit era como entrarle a cualquier obra artística valedera (Schubert o Lucha Reyes, Bruckner o Beny Moré)…, nunca me cerré a la nueva sensibilidad rocanrolera, traté de oír lo más que pude […] sin rendir una adoración acrítica a todo lo que salía solamente por [ser…] nuevo [y sin] mandar al carajo a los viejos roqueros nada más porque
eran viejos…”