José Carlos Becerra pasó por el tiempo
- Marco Antonio Campos - Sunday, 04 Aug 2024 08:29



En agosto de 2023 se publicó, en una coedición del Gobierno de Tabasco y la Universidad Autónoma de Querétaro, la iconografía de José Carlos Becerra, titulada Por el tiempo pasas, que preparó, como una suerte de rompecabezas, el poeta Rafael Vargas. He aquí cinco años de laboriosa indagación, en los cuales Vargas, mientras más se adentra en los documentos, más siente al tabasqueño como a un amigo entrañablemente perdido, un amigo que no conoció y quien murió a los treinta y cuatro años y seis días cumplidos en un accidente de carretera 16.4 kilómetros antes de llegar a Brindisi, al volcarse en su Volkswagen 1500, es decir, a unos ocho o diez minutos de llegar a su destino. En Brindisi se embarcaría en un transbordador para llegar al Pireo, el puerto que se halla a casi doce kilómetros de Atenas, y en los días subsiguientes, a admirar aquellas maravillas de la Hélade como las veía en Londres en el British Museum. Rafael Vargas escribe con certeza que, mientras más seguía los pasos del tabasqueño para formar el libro, más ahondaba el pesar; lo mismo nos pasa como lectores.
En Por el tiempo pasas se sigue la vida de JC Becerra en momentos significativos principalmente por dos vías: una, a través de lo que escribió o escribieron o dijeron sobre él, y la otra, la iconográfica, sobre todo fotografías y documentos. No es demasiado, y el mismo Rafael Vargas, que indagó con meticulosidad, lo reconoce y lo lamenta, y nosotros con él, lo lamentamos.
Becerra vivió hasta los dieciocho años en su nativa Villahermosa. De su infancia y parte de su adolescencia no sabemos nada, salvo lo que se puede deducir por el acta de nacimiento, fotografías familiares que nos muestran a los padres, y aún muy niños, a sus hermanas y a él. Nos sorprende una fotografía, tomada a sus tres años, con el rostro definido que tendría hasta su indeliberado adiós en 1970 y en la que hay un intenso parecido con su padre; asimismo, acorde a su acta de nacimiento, se le bautizó como Carlos Becerra Ramos; según quienes lo supieron, se puso el José como recuerdo afectuoso del abuelo. Hizo bien: Carlos Becerra parecería común y corriente y carente de musicalidad.
En 1954 llega a Ciudad de México para estudiar arquitectura en la UNAM, la cual no terminaría, y en algún momento tomaría cursos –no sabemos cuáles– en Filosofía y Letras. En 1964, es decir diez años después de iniciarla, renuncia, faltándole al parecer dos materias, a terminar los estudios de arquitectura. Acerca de la arquitectura, Vargas recobra de Becerra un artículo más entusiasta que propositivo. De su paso fugaz por el teatro, sólo se sabe que actuó en una puesta en escena del Hamlet, dirigida por Benjamín Villanueva, donde actuó como Rosencratz. El grupo es apadrinado y elogiado en la prensa por Salvador Novo. En suma: Becerra quiso al principio ser arquitecto, luego novelista y se ensayó como pintor; al parecer Rafael Vargas no encontró ni manuscritos ni cuadros de los dos últimos oficios. Por fortuna, finalmente la poesía lo devoró.
De 1966 a 1969 la presencia de JC Becerra en
el medio literario mexicano aumenta geométricamente: en 1966, cuando declinaba en México la época de los Juegos Florales, gana la Flor Natural en Tabasco con su excelente poema “La Venta”, y la Flor Natural de Aguascalientes con “La corona de hierro” y es incluido en Poesía en movimiento. Obtiene la beca del Centro Mexicano de Escritores, multiplica amistades y se imprime su libro central (Relación de los hechos, 1967), el cual elogian en ese momento Rosario Castellanos, Emmanuel Carballo y Gabriel Zaid. Políticamente es marcado por la Revolución cubana y el movimiento estudiantil de 1968. No es un secreto que detestaba el podrido oficialismo priista. Su amigo, el poeta colombiano Alberto Hoyos, le hace una espléndida entrevista en donde se observa de Becerra una muy buena dicción, juicios correctos y excelentes lecturas de poesía. Lo mismo la hecha por la cubana Berta Díaz. Su Trinidad poética, sus admiraciones cardinales, fueron (se advierten en Relación de los hechos) Saint-John Perse, José Lezama Lima y Carlos Pellicer. Muy cerca de ellos T.S. Eliot y Vicente Aleixandre. Su manejo del versículo y su musicalidad en el libro son naturales e impecables. Hugo Gutiérrez Vega divide en tres las épocas de la poesía de Becerra: “La primera se centra en un largo poema sobre la muerte de su madre, Oscura palabra: la segunda es la de Relación de los hechos y la tercera es la escrita poco antes de salir de México, y a su paso por Nueva York, Londres y ciudades de Europa, reunida bajo el título Cómo retrasar la aparición de las hormigas.” Se ha insistido que estaba en camino de ser un gran poeta; no sé si estaba en camino; varios poemas, entre ellos, “La otra orilla”, “La Venta” y “Relación de los hechos”, son poemas de un pájaro de alto vuelo.
El gran maestro y protector de Becerra, quien aun lo vio como un hijo, es un poeta mayor, tabasqueño como él, Carlos Pellicer, a quien empieza a tratar desde mediados de los cincuenta, cuando le premian un cuento y Pellicer es uno de los jurados. En el verano de 1967 Becerra entrevistó en público a Pellicer en el Museo de la Ciudad de México, que versó, según una nota de Javier Molina, acerca de “la vida, la obra, la poesía y los sueños de Pellicer”. Su hermana Deifilia recuerda un viaje que Pellicer, José Carlos y ella hicieron por varias poblaciones de Tabasco hasta pasear en una lancha por la vasta laguna de Mecoacán. Hay fotografías.
Octavio Paz y Pellicer recomiendan a Becerra para la Beca Guggenheim, la cual gana, y con el dinero viaja en octubre de 1969, primero a Nueva York y luego a Londres, donde se asienta cerca de cinco meses, antes de ir al continente. En esos meses toma clases de inglés, que se le dificulta mucho, le gusta deambular por las calles para encontrar lugares sorpresivos, visita los museos y galerías e inicia una relación sentimental con Silvia Molina desde principios de noviembre de 1969, que Silvia recobraría en su libro La mañana debe seguir gris. Se hace también muy buen amigo de Hugo Gutiérrez Vega y Mario Vargas Llosa.
Quien le había hecho una suerte de itinerario de viaje fue Pellicer, poniendo énfasis que debía conocer sobre todo Italia y Grecia. Vargas Llosa cuenta en una carta a Lizandro Chávez Alfaro que a Becerra se le había vuelto una obsesión conocer Grecia.
Atravesar Europa en auto
En marzo de 1970 sale de Inglaterra. Rafael Vargas hace un trazo conjetural del itinerario. En Hamburgo José Carlos compra un Volkswagen 1500. De ahí se vuelve a saber de él cuando llega a España y visita Bilbao y San Sebastián en el país vasco, luego va Salamanca y a Coimbra en Portugal. No se sabe muy bien cómo es su regreso, pero al parecer se detiene en Madrid y hace una visita en su casa a Vicente Aleixandre. Pasa a Barcelona y luego nos enteramos de sus traslados de Florencia a Roma, Pompeya y Capri, y desde Nápoles se dirige, en el sur de Italia –de mar a mar–, hasta Bari. La madrugada del 27 de mayo, a 16.4 kilómetros de Brindisi, donde tomaría un transbordador para ir a Grecia, toma mal la única curva de una recta larguísima, se vuelca el coche y José Carlos se desnuca. Si vemos las fotografías del sitio, la curva no era pronunciada, y el lugar era un descampado, y no, como se dice, un barranco. La curva tenía la altura del puente por donde se hallaban debajo las vías del tren.
Por fortuna, en la página tres de la primera sección del Excélsior sale una breve nota el 29 de mayo, dos días después de la muerte en el sitio, de un arquitecto mexicano llamado Carlos Becerra Ramos. En México se mueven familia y amigos. Se confirma que es el poeta tabasqueño. Se sabría días después que en el vehículo se encontró una valija con documentos, dinero y cheques bancarios y en otras partes “escritos y un libro de poemas suyo”. Su muerte –como cabeceó otra larga nota periodística salida el día siguiente– “estrujó al mundo cultural mexicano”.
¿Fue poco que de Becerra enaltecieran su poesía –y la mayoría apreciara a la persona– autores de tal altura como José Lezama Lima, Carlos Pellicer, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Emmanuel Carballo, Salvador Elizondo, Gabriel Zaid, Hugo Gutiérrez Vega, Carlos Monsiváis, José Emilio Pacheco y el magnífico cineasta Jorge Fons? Rafael Vargas rescata asimismo una página y unos dibujos de Vicente Rojo hechos luego de la muerte de Becerra que nos rompen el alma. Asimismo, es altamente encomiable la tarea de rescate que llevaron a cabo Zaid y Pacheco durante tres años para ordenar todo lo que había entonces sobre el amigo para editar en 1973 El otoño recorre las islas.
Por el tiempo pasas es un libro que uno lee conmovido de principio a fin. Agradezcamos a Rafael Varga la tarea, y claro, la total empatía que acabó teniendo con JC Becerra, cuya muerte me recuerda las emotivas cuartetas del poema de Manuel Gutiérrez Nájera (“Para entonces”): “Morir cuando la luz, triste, retira/ sus áureas redes de la onda verde,/ y ser como ese sol que lento expira:/
algo muy luminoso que se pierde.// Morir, y joven: antes que destruya/ el tiempo aleve la gentil corona;/ cuando la vida dice aún: soy tuya,/ aunque sepamos muy bien que nos traiciona.” “Algo muy luminoso que se pierde”.