Los cuadernos de Phil Kelly: dibujar como acto sexual

- José María Espinasa - Sunday, 04 Aug 2024 08:39 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
A catorce años de la muerte del pintor nacido en Dublín y nacionalizado mexicano Phil Kelly (1950-2010), y con la aparición de sus cuadernos de apuntes 'Outside The Box', este artículo reflexiona sobre la relación profunda entre la música, en particular el jazz, la escritura y el dibujo.

 

Phil Kelly forma parte de ese bastante nutrido grupo de artistas plásticos que habiendo nacido en otro país se vuelven mexicanos a través de su arte. Vino al mundo en Dublín, Irlanda, en 1950 y en 1999 obtuvo la nacionalidad mexicana, aunque ya desde tiempo antes residía entre nosotros. Murió en 2010, dejándonos a sus admiradores una amplia obra en donde Ciudad de México ocupa un lugar de gran importancia. Su estilo figurativo y juguetón tiene un aspecto musical que lo emparenta con una visión plática cercana a las vanguardias, con una paleta de colores cálida y atractiva. A catorce años de su muerte es una presencia que permanece en la memoria retiniana del espectador, contagiado de su aliento lúdico. La ciudad, ese jeroglífico presente en su temática, fue mostrada al público en una memorable exposición en el Museo de Arte Moderno en 1997, de la cual recordaba el catálogo que milagrosamente encontré en mi desordenada biblioteca. Allí, dos notables textos, de Osvaldo Sánchez y Fernando Solana Olivares, se ocupan de la pintura de Kelly y el primero señala un hecho que me importa resaltar: el carácter musical y la cercanía de sus trazos con el jazz.Esto viene a cuento porque recientemente apareció el libro Outside The Box, que reúne una selección de sus cuadernos de apuntes. Se entienda literalmente el título, “fuera de la caja”, o bien en su sentido figurado –fuera de la norma– la publicación es una grata sorpresa que nos revela a un autor distinto a la vez que nos confirma su calidad como artista. Los cuadernos de apuntes de un pintor son, lo sabemos, un campo de experimentación y puesta a prueba de sus trazos e intuiciones y, al menos para mí, un campo fértil para mostrar las relaciones entre dibujo y escritura y el sentido mágico de todo trazo, presente desde las cuevas rupestres hasta el día de hoy. Esa condición de improvisación y movimiento del jazz está presente todavía más que en su pintura en sus dibujos y apuntes, y nos hace pensar en un músico que toca melodías para sí mismo con el horizonte de sus futuras obras. Hoy, gracias a la generosidad de Ruth Munguía, su viuda, y del notable trabajo de la investigadora Eva Calderón Zavala y la diseñadora y editora Paulina Rocha, tenemos ante nosotros Outside The Box.

El libro está lleno de guiños al lector. Por ejemplo, los dos volúmenes están unidos por una caja que no los cubre completamente; están literalmente fuera de caja. Esa mirada juguetona del diseño se corresponde también con la condición lúdica de los dibujos de Kelly. El dibujo, pues, tiene algo de escritura y por eso un cuaderno de apuntes visuales tiene algo de diario íntimo. Fuera de la norma nos hace ver un Phil Kelly distinto, más corporal en su trazo y más relacionado con el cuerpo como alteridad –el cuerpo de ella, sin y con mayúscula– y es que si su trazo colorista se ponía a prueba con el contexto urbano, el dibujo busca el movimiento del cuerpo, su danza (me dicen los bailarines que la música más difícil de bailar es el jazz porque se tiene que entrar en una cadencia). Por eso también la importancia del cuaderno como soporte: establece una continuidad en su página a página, quiérase o no cuenta una historia. El dibujo, en tanto no es corregible, lleva a un movimiento hacia adelante, cada página anula la anterior a la vez que la mantiene en la memoria, como en el cine las veinticuatro imágenes por segundo crean la ilusión del movimiento. Ya se
ha señalado la importancia que el movimiento tiene en la obra de este pintor y pienso ahora que también ese movimiento fuera del cuadro, el de las manos que se materializan al dibujar, que el ojo ve trazar sobre la página como si fueran de un ser ajeno: te dibujo a ti, ajena, otra, para volverte mía, poseerte, sin que pierdas tu otredad, o mejor aún, para que esa otredad se materialice. Dibujar se vuelve un acto sexual.

La aparición de algunas, muy pocas, páginas de escritura en los cuadernos, nos lleva otra vez a esa propuesta del inicio de esta nota: escribir es dibujar, y a veces, como ésta, dibujar es escribir. La importancia de la letra manuscrita, tal vez en tránsito de desaparición con las computadoras y tabletas, es fundamental para la literatura y también para la pintura en donde no parece que el dibujar en pantalla vaya a desplazar al dibujar en papel (aunque quién sabe). El pintor difícilmente abandonará la condición física del acto de pintar; como el ceramista, siempre tiene que poner manos a la obra, y el pincel o el lápiz se vuelve parte de esas manos. El dibujo de algunos escritores –pienso, por ejemplo, en Federico García Lorca– se puede decir que es manuscrito –letra palmer– mientras que el dibujo de un pintor, como en este caso, tiende a ser lo que tradicionalmente se llama letra de molde, pero el de Kelly rompe esa división, tiene algo de arrebato inmediato, expresivo, expresionista, actiondrawing si se me permite la expresión. El Kelly que escucha música no escribe partituras: dibuja.

 

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