Artes visuales
- Germaine Gómez Haro | [email protected] - Sunday, 11 Aug 2024 08:32



Con motivo de los Juegos Olímpicos en Francia se llevan a cabo dos espléndidas exposiciones que he tenido la fortuna de visitar en el Museo del Louvre en París: Olimpismo. Una invención moderna, un patrimonio antiguo y, en el Museo de Arqueología Mediterránea de Marsella, Pentathlón antiguo. Pentathlón contemporáneo. Ambas muestras relatan la historia de las magnas competencias a través de soberbias obras de arte que han guardado la memoria de estos eventos en escenas de una gran belleza, vitalidad y realismo, y que además son piedra clave para descifrar la génesis y desarrollo de estos acontecimientos deportivos milenarios.
Ante la ausencia de mujeres atletas en las representaciones artísticas de la Grecia antigua, me di cuenta de la situación poco favorable que las deportistas han tenido que asumir desde la Antigüedad. La competición deportiva exclusivamente reservada a los hombres tuvo su origen en Olimpia, en 776 aC, en honor al dios Zeus. Dado que las mujeres no podían asistir ni como espectadoras, en un acto de rebeldía organizaron competencias paralelas que llegaron a tener gran relevancia. El historiador Pausanias (siglo II aC) registró en su obra Descripción de Grecia los concursos deportivos que se organizaban en el santuario de Olimpia, en Élide, en honor a la diosa Hera ‒de ahí su nombre, las Heraia o juegos Hereos‒ donde se llevaba a cabo la versión femenina de los Juegos Olímpicos dos semanas después de las competencias regulares. Las ganadoras recibían una corona de olivo, una parte de la vaca sacrificada a Hera y eran inmortalizadas en esculturas o pinturas. Un magnífico ejemplo es la estatua en mármol atribuida al escultor Pasiteles el joven durante la dinastía Julio-Claudia que se conserva en los Museos Vaticanos y en la que vemos a la victoriosa Atalanta en movimiento, ataviada según la descripción del historiador Pausanias con un quitón corto que deja descubierta la zona del hombro derecho hasta el seno y el cabello suelto. Otra obra menos espectacular de la época arcaica es la Corredora proveniente de Laconia (520-500 aC), una pequeña figura de 11 cm en bronce que representa a una mujer presumiblemente corriendo de manera esquemática pero vivaz, perteneciente al acervo del Museo Británico de Londres. Ya en plena era romana, se conservan los extraordinarios mosaicos de la Villa del Casale del siglo IV dC en Piazza Armerina, Sicilia, donde vemos una escena de mujeres atletas inmortalizadas con un virtuosismo inigualable y un sorprendente genio inventivo.
El barón Pierre de Coubertin fue el impulsor en 1896 de la I Olimpiada Moderna en Atenas. Siguiendo la reticencia de los griegos antiguos, se opuso a la participación femenina en las competencias modernas. Para él los Juegos Olímpicos eran: “La exaltación solemne y periódica del atletismo masculino con el aplauso femenino como recompensa.” Muchos prejuicios se tejían en torno a las mujeres atletas, como la transformación “poco estética” de la silueta por la aparición de la musculatura, la “pérdida” de la feminidad y hasta un atentado a la fertilidad. Aún así, cuatro años después, en 1900, las mujeres participaron en las competencias de golf y tenis en el marco de la célebre Exposición Universal de París, lo que significó un gran avance. La primera participación oficial femenina en los Juegos Olímpicos fue en 1908, con una representación del dos por ciento de los atletas y sólo tuvieron acceso a la natación y el tenis. Hubo que esperar casi un siglo, hasta 2007, para que en la Carta Olímpica se consignara como obligatoria la presencia de las mujeres en todos los deportes. Gracias al tesón y persistencia de numerosas atletas y activistas a lo largo del último siglo, la batalla se ganó y en esta edición de Francia 2024 contamos con la participación de 5 mil 250 hombres y 5 mil 250 mujeres que se llevarán, sin duda, una importante cantidad de medallas muy merecidas.