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- Luis Tovar @luistovars - Sunday, 18 Aug 2024 11:31



A sus diecinueve años de edad, el puertorriqueño Jorge Cuchí llegó a México, estudió Comunicación en la Ibero y se dedicó a la publicidad desde 1986 hasta 2014; un par de años después concluyó el largometraje de ficción 50 (o dos ballenas se encuentran en la playa), con la que no le fue mal en festivales; seis años más tarde, en 2022, emprendió su segunda película larga, titulada Un actor malo, registrada en 2023 y estrenada en el primer trimestre de este año. Como en su ópera prima, guión y dirección corrieron a su cargo, la fotografía es de José Casillas y contó con el apoyo de la productora Catatonia Films.
Los roles protagónicos de Un actor malo fueron asignados a Fiona Palomo y Alfonso Dosal, quienes respectivamente interpretan a los personajes llamados Sandra Navarro y Daniel Zavala, dos actores jóvenes que trabajan en una película cuyo nombre nunca se menciona. Según la trama de este filme dentro del filme –situación que se revela desde la primera secuencia–, Sandra y Daniel son amantes clandestinos; mientras repasan sus diálogos, junto con un par de miembros del crew dialogan acerca de la supuesta conveniencia de que las situaciones de carácter sexual sean actuadas pero “de verdad”; Sandra dice que jamás haría algo así, Daniel dice “depende” y al día siguiente, al estar rodando precisamente una escena de cama, fuera de guión él pregunta “¿sí?”, ella repregunta “¿sí qué?”; el director detiene la escena al apreciar en el monitor un gesto de ella, los llama para que vean, les indica hacer una segunda toma y es entonces cuando Sandra, descompuesta por completo, le revela a un par de asistentes de producción que Daniel acaba de violarla. El rodaje se detiene. Daniel niega haber violado a Sandra, ella se sostiene en su dicho. Una de las asistentes consigue un abogado para Sandra, Daniel hace lo propio. A partir de este punto, la trama consiste en mostrar un doble escalamiento: el de la disputa en la locación entre las dos partes, y el del linchamiento tanto mediático como físico que se desata en contra de Daniel, a partir de que una de las asistentes de producción sube a las redes las imágenes de la escena interrumpida.
Los dos extremos
Cuchí tuvo el acierto de hacer que la escena de marras sea más bien ambigua y con sólo verla no se pueda negar o afirmar de manera categórica si hubo un abuso, para elaborar un tercer escalamiento: el de la capacidad de Sandra para explicar lo que realmente sucedió; para que rebase el inicial y escueto “me violó” y llegue a la pormenorización del modo en que fue violada transcurre un largo trecho y al menos tres explicaciones. Empero, absolutamente todos –y ese “todos” incluye a su abogado, al abogado de Daniel, el director, la productora, y hasta a su mejor amiga por teléfono– le preguntan, de uno u otro modo, por qué no hizo nada en el momento exacto en el que fue abusada; todos quieren saber “¿por qué no gritaste?” y en el cuestionamiento reiterado se manifiestan décadas y décadas de las mismas ideas preconcebidas, sobreentendidos y contraacusaciones que lo mismo una actriz en un rodaje, una esposa violentada por su propio cónyuge, una novia convencida a punta de lugares comunes, una menor de edad víctima de estupro y cientos de posibilidades más, se ven obligadas a enfrentar y que, como es bien sabido, desde una perspectiva social han dado pie a movimientos como el hoy notablemente menguado #metoo y otros mucho más visibles como el vandalismo urbano y, por desgracia, tantas veces contraproducente ya por manipulado, ya debido al rechazo colectivo.
El descontrol violento de los sucesos en contra de Daniel hacia el final de la trama, equiparados con la demanda que hace Sandra ante las autoridades, patentiza lo que parece estar en el interés central de Cuchí: exponer los dos extremos de una problemática que hasta la fecha, como se insiste en el remate con las cifras de denuncias en casos de violación y el pobrísimo porcentaje de justicia que se obtiene, está muy lejos de ser solucionado