El Sena
- Vilma Fuentes - Sunday, 18 Aug 2024 10:54



Río celebrado en poemas y canciones, en pintura y cine, utilizado en las novelas como un lugar a veces romántico, en ocasiones escena de dramas y crímenes, sin el Sena, París no sería París o, simplemente, no existiría. “Siempre en la ciudad/ Y sin embargo sin cesar llega/ Y sin embargo sin cesar se va”, cantaba Jacques Prévert. Más cerca de nosotros, la cantante Vanessa Paradis interpreta una canción llamada simplemente “El Sena”. En la calle del mismo nombre reside D’Artagnan. Otros, como Auguste Renoir o Nicolás Jean-Baptiste Raguenet, prefirieron pintar vistas de los muelles, combinando con maestría arquitectura y paisaje. La péniche o chalana del actor Michel Simon en la película de Jean Vigo, L’Atalante, es otra de las reminiscencias relacionadas con el espíritu de París. La más reciente aparición del río es la película Bajo el Sena, en donde un tiburón gigante acecha a los protagonistas.
Los 777 kilómetros del curso del Sena nacen en Langres, a cuatrocientos y pico metros de altitud, atraviesan París y van a desembocar en las playas de Normandía. El río existe, se calcula, desde el año 12 mil aC, pero no siempre ha tenido el mismo curso.
Aunque la crecida del Sena se produce una vez alrededor de cada cien años, no deja de causar temor a los habitantes de sus orillas. La más célebre es la de 1910, cuando la Torre Eiffel, conocida como la gran dama de fierro, quedó con sus pies en el agua y los diputados se vieron obligados a transportarse en barca a la sede de la Cámara.
Tengo la suerte de vivir a una cuadra del río y puedo, así, pasearme sin ir muy lejos en los muelles, mirar las grandes barcas estacionadas de manera casi permanente, pues en realidad son los albergues de navegantes que quizás ni sepan nadar pero no poseen una habitación en la ciudad. Miro también a los turistas pasearse en naves donde pueden contemplar las orillas del Sena desde otra perspectiva.
Cuando era chica, habitábamos en la entonces avenida de la Piedad, hoy avenida Cuauhtémoc o un Eje cualquiera. Como en esos años el río no estaba aún entubado, inundaba las calles sin ninguna consideración para los vecinos. Yo vivía entonces una auténtica fiesta durante algunos pocos días: la inundación acababa con la ida a la escuela y yo podía quedarme en casa a jugar y hacer lo que me diera la gana. Además, mis padres no me vigilaban, ocupados como estaban tratando de sacar el agua del río de la casa con pequeñas y ridículas cubetas. El otro placer era tratar de escapar de sus miradas y bajar las escaleras para chapotear en las aguas de la inundación.
Cierto, no es el mismo río, entonces de la Piedad, hoy el Sena, pero la tranquilidad y los ensueños que dan ver las aguas deslizarse son semejantes. Los tramos del Río de la Piedad que veía entonces y los que hoy veo del Sena me parecen tan diferentes como las calles de sus orillas y, sin embargo, sus aguas son idénticas, unas provenientes de las montañas francesas, las otras de las cumbres mexicanas.
Las inundaciones del Sena acabaron a principios del siglo pasado gracias a los trabajos realizados para contenerlas en esos años. Quedan las fotografías de las barcas circulando por las calles de París, fotos que inspiran ensoñaciones como la de imaginar Venecia en la ciudad Luz. Si el sueño es agradable, su realidad no debe serlo tanto. Depender de una barca para salir de casa a dar la vuelta y pasearse un cierto tiempo con tranquilidad, libres de ir por donde se nos pegue la gana en el laberinto parisiense, es un sueño cuya realidad diaria debe ser bastante cansada.
Recuerdo que cuando era chica y vivíamos en la avenida de la Piedad pude comprender, desde entonces, que una inundación no es tan fácil de vivir como puede imaginarse. Se necesita un transporte marítimo a la puerta de la casa que debe poderse manejar con facilidad, lo cual significa que somos acaso dependientes de otra persona, lo cual restringe nuestra libertad de movimientos y limita los paseos tan fáciles cuando pueden hacerse a pie.
1 millón 400 mil euros se invirtieron en la limpieza de las aguas del Sena en perspectiva de los Juegos Olímpicos con sede en París. Las aguas límpias del Sena son un sueño de los parisienses que desearían transformarlo en una larga piscina donde nadar en estos días calurosos de verano. La promesa del antiguo presidente Jacques Chirac de nadar en sus aguas fue cumplida por la actual alcalde de París, Anne Hidalgo. La ceremonia de apertura de las Olimpiadas tuvo como escenario el Sena y muchas competencias acuáticas pudieron entonces realizarse, según lo prometido, en plena ciudad. Pero todos esos esfuerzos pueden venirse abajo con la próxima tormenta, que llegará de un momento a otro. El sueño de un río limpio es parecido a la labor de las danaides.
Los deportistas y los turistas abandonan la ciudad, el Sena se enturbia de nuevo, pero el fluir constante de sus aguas sigue separando la ciudad en dos. El Sena es el alma viva, presente y nostálgica, de la ciudad de París.