Louise Glück una mente habitada por la poesía / Entrevista con Louise Glück

- Sam Huber - Sunday, 18 Aug 2024 10:36 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
La poetisa y ensayista estadunidense Louise Glück (Nueva York, 1943-2023), galardonada con el Premio Nobel de Literatura en 2020, es una de las figuras más destacadas de la poesía en habla inglesa del presente siglo, autora de títulos como El iris salvaje, Ararat y Averno. La presente entrevista –hasta hoy inédita en español– fue realizada en 2022.

 

–Quisiera comenzar preguntándole acerca de esta casa, y cómo se siente al estar de vuelta en un lugar con el que tuvo una conexión en el pasado durante su carrera.

En mi vida, vida, ¡no una carrera! Experimenté en Vermont muchas experiencias distintas. Me mudé aquí cuando era joven y soltera. En ese entonces, Goddard era una comunidad increíble de escritores, artistas, artesanos, políticos radicales, ecologistas y arquitectos experimentales; era un gueto jipi. El lugar siempre fue un consuelo, por muy difícil que fuera mi vida en un momento determinado, o por muy floreciente que resultara. Sentía que me cuidaba de algún modo, que se ocupaba de mí; perdí esa sensación cuando terminó mi matrimonio. Al respecto, escribí: “murió el matrimonio, pero también murió la vida”. Como me preocupaba el dinero, acepté a regañadientes un trabajo en Harvard durante un trimestre, aunque también tenía amigos en Cambridge. No tenía ni idea de cuál era mi situación financiera. Me sentía muy pobre. Y, cuando comencé a desplazarme, me di cuenta de que cada vez estaba más contenta en Cambridge y más deprimida cuando regresaba a casa. Parece que lo que terminó por acontecer fue una alteración de ese cambio. Pensé que había perdido Vermont, que había perdido el lugar que fue la pasión más duradera de mi vida. Estar de vuelta en él de nuevo resultó increíble. Ha sido maravilloso. La sensación de regreso coexiste con una intensa sensación de aventura, contradictoria, pero auténtica. Estaba en un lugar distinto, pero me encontraba en el mismo sitio de antes. No quiero decir que todos los días sean una fuente de dicha, pero siempre me alegro de estar aquí.

–Recetas invernales de la comunidad fue escrito antes de su mudanza, pero hay una noción doble –de rutina y cambio– que recorre también estos poemas. El libro es maravilloso.

–Ha llegado a gustarme. Me preocupó un poco durante un largo tiempo, algo así como siete años.

–¿Cómo supo que ya lo había concluido? El libro es bastante corto, pero esa brevedad parece relevante para el efecto que produce.

–Bueno, en mucho tiempo no me pareció importante; era un material escaso y un tanto artificial. Pero durante ese período por fin pude comprender la poesía de John Ashbery, cuya obra me evadió durante toda mi vida, aunque me conmovía como persona. Era una presencia radiante, algo angelical; sin embargo, sus poemas me agotaban. Parecían interminables –de hecho, algunos todavía me lo parecen–, pero los poemas breves no se parecen a nada que haya leído antes. Lo que modificó mi forma de leerlo fue el libro de Karin Roffman [The Songs We Know Best: John Ashbery’s Early Life (Las canciones que mejor conocemos: la vida temprana de John Ashbery)]. Puso a Ashbery a mi alcance, pero también fue extraordinario en sí mismo. ¿Le conté la anécdota de leer su libro y escribirle una carta?

–No, sólo recuerdo haber conversado con usted hace algunos años, cuando estaba a mitad de la lectura del libro. Parece que le había solucionado algo en ese momento.

–Y así fue. Le escribí una carta de ardiente agradecimiento. Y después pensé: “Tengo que escribirle a Ashbery.” Pero cuando le escribes a alguien a quien veneras, deseas encomendarte a la persona; tu ego se involucra. Además, no podía decirle: “Nunca me gustó tu trabajo, pero ahora veo lo realmente extraordinario que es, aunque ciertamente llegué a él un poco tarde.” En cualquier caso, la carta fue difícil de escribir. Era el comienzo del semestre en Yale; era mi primera noche en New Haven para ese año. Y pensé: “Tengo que escribir esta carta. Tengo que hacerlo. Tengo que hacerlo esta semana. En cuanto llegue a casa lo haré.” Y entonces recibí un correo electrónico muy temprano por la mañana de Frank [Bidart], que decía que Ashbery había muerto. Y nunca escribí mi carta. Estoy seguro de que tenía otras cosas en la cabeza. Pero me hubiera gustado... me hubiera complacido poner unas flores a sus pies. Creo que su trabajo me mostró algo. Pero el libro que intentaba escribir llegaba a cuentagotas, como agua oxidada saliendo del grifo. Y entonces ocurrió lo del Covid, y pensé: “Bueno, se acabó lo de escribir.”

–¿Qué parte del libro quedaba por escribir en ese momento?

–Probablemente alrededor de un tercio, pero un tercio crucial. Finalmente, en el verano de 2020 –después de la primavera o del verano– comencé a escribir de nuevo. Redacté “Un cuento para niños”, “Un recuerdo”, “Canción” y “Segundo viento”, pero lo primordial fue que escribí “Canción”. En cuanto escribí este poema tuve una idea de cuál sería la arquitectura del libro. Los cuatro poemas que escribí ese verano fueron fundamentales. También eran diferentes, o parecían distintos. Se alejaban de una especie de inmovilidad y confinamiento de la primera parte del libro hacia una mayor sensación de peligro, de emergencia, pero también de transformación. Sentí que podía ver el cuerpo. Así que le mostré el libro a unas cuantas personas, las que habían leído todos los poemas individualmente. Pero continuaba sintiéndome muy incómoda. No creía que el libro pudiera ser más largo; tampoco creía que pudiera escribir alguna cosa más. Realmente pensaba que tenía suerte de tener algo. Después, muy lentamente, comencé a sentirme un poco orgullosa de él, satisfecha. Pero recuerdo que, mientras escribía en el verano pasado, reflexioné: “Son poemas pandémicos.” No porque fueran lamentos sino porque había algo en su fortaleza que me parecía triunfante. Aunque la mayoría de los lectores no ven el libro de ese modo.

–¿Se refiere a los críticos?

–Se suscitaron algunas críticas muy –ya sabes– elogiosas, pero hablan de un libro distinto de lo que yo pensaba que era. Sí, es el final del camino. Sí, te estás haciendo muy vieja. Sí, el mundo se está desmoronando. Pero aquí estamos todos, seguimos vivos. Y de ese suceso, como de cualquier cosa, surge una sensación de posibilidad: esa obstinada necesidad humana de tener esperanza. De eso que pensé que trataba... y no sólo “sobre”; pensé que el libro habitaba ese estado. Es lo que me gustó.

–Lo que más conservo de Recetas invernales de la comunidad son los nombres propios y detalles concretos, como el nombre “Leo Cruz” (una invención, supongo), los tazones de porcelana y los chocolates kisses de papel de aluminio. Estas imágenes parecen tentar la lectura simbólica, pero no la cumplen plenamente. Lo que quizá sea una forma de decir que los poemas funcionan más como ficción.

–Yo también lo creo. Para mí son más cercanos a la ficción, al tipo de cosas que iniciaron con Noche fiel y virtuosa. Pero no son relatos, a pesar de su brevedad. Parecen una forma extensa muy comprimida, sobre todo por el estilo del que proceden. Me pareció diferente. Los últimos poemas que escribí en Noche fiel y virtuosa fueron los poemas en prosa. Inicié este libro [Recetas invernales de la comunidad] sintiendo que ya no podía escribir versos. No recordaba cómo hacerlo. Tenía razón, en realidad no sabía cómo hacerlo. Tuve que volver a descubrirlo. Y entonces pensé: “Sí, estoy escribiendo líneas, pero no tienen el mismo tipo de certidumbre que contienen las líneas líricas”, es decir, la línea que culmina en el lugar perfecto, generadora de energía, que produce excitación entre el final y el principio de una línea. Así que me parecía desigual, y desigual –en mi mente– siempre parece peor.

–Aunque te lo propongas, ¿no?

–Es algo que diriges, desde luego. Pero después lo experimentas como la pérdida de un don. Una vez estuvo ahí, pero ahora ya no está. Todo el mundo se dará cuenta.

–Su hermana es quizá el personaje más sólido del libro. Tiene las frases más ingeniosas. La primera vez que leí los poemas sobre ella me parecieron independientes de los poemas en forma de fábula, aunque al final se funden. ¿Tuvo la sensación de pertenecían a un solo libro mientras los escribía?

–Nunca he escrito dos cosas simultáneamente. Siempre tengo claro que lo que escribo durante un periodo determinado forma parte de una sola cosa. Y la tarea consiste en averiguar la naturaleza de ese elemento. Es como si realizaras un rompecabezas y tuvieras las piezas claras en los contornos –con sus lados rectos–, pero no pudieras decir si el azul es el azul del cielo o el azul del océano. Vas rellenando desde los bordes hacia el centro. Me pareció que el centro del libro era la muerte de mi hermana. Los poemas escritos antes de ese suceso están como encontrando su camino en la oscuridad. Cuando murió mi hermana, no comencé inmediatamente los poemas en los que ella figura. Algunos de los poemas con diálogos casi seniles se escribieron antes. Creo que fue una forma de afrontar el cáncer de mi hermana: nos relaté a las dos en un colectivo ficticio, en el asilo para ancianos. Nos mantuve juntas.

–Recién mencionó que comenzó a escribir algo nuevo desde que concluyó Recetas invernales de la comunidad. ¿Es demasiado pronto para hablar de ello?

–Bueno, no; no me importa hablar de ello, porque terminé un libro [Marigold and Rose: A Fiction]. Escribí este libro en julio.

No puedo creer que sea verdad, me parece increíble.

–Yo tampoco puedo creerlo. No sé muy bien cómo sucedió, pero parece que fue muy afortunada la decisión de comprar esta casa. Aunque lo redacté aquí y en Cambridge, lo escribí por estar aquí. Fue un verano tan extraño: la euforia de estar en esta casa y, al mismo tiempo, el terror ante una inminente cirugía. Era como si todos los posibles registros emocionales estuvieran al máximo. Y entonces escribí este libro tan divertido, alegre y extraño, ¡y en prosa! Pasó muy rápido, pero me sentí habitada. Las mentes en las que transcurre el libro fueron mis compañeras durante un mes. Fue maravilloso lTraducción de Roberto Bernal.

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