Siempre he escrito una especie de rock verbal / Entrevista con José Agustín
- - Sunday, 25 Aug 2024 08:32



A sus cuarenta años de edad José Agustín es, hoy por hoy, uno de los exponentes más valiosos de la nueva narrativa mexicana. Autor de más de diez libros, entre los que destacan novelas y relatos, vive leyendo y escribiendo en su apartada y campestre casa de Cuautla, en medio de un silencio silvestre propicio para sus fantasmas e inquietudes. Llegué a visitar al escritor en una tarde de sol y él me obsequió con una larga charla y algunos de sus libros publicados. Sabe que yo realizo un ciclo de entrevistas con escritores mexicanos y extranjeros radicados en México, conversaciones que han sido publicadas desde 1982 en el periódico colombiano Vanguardia Liberal de Bucaramanga (por alguna razón que ya no recuerdo, esta entrevista no apareció en ese medio en esa época, se me traspapeló, la creí perdida para siempre pero en días recientes, cuarenta años después, hurgando en papeles y manuscritos viejos la encontré en un folder ajado y raído en un rincón perdido de mi casa). Amable y accesible, José Agustín me habla de sus inicios como escritor, de sus primeros libros, de sus lecturas iniciáticas… –Tenía once o doce años cuando empecé a escribir. Participé en un taller literario a los catorce y mi primera publicación “respetable” fue en el suplemento cultural de Novedades cuando tenía quince años. Supongo que fue un caso de suprema precocidad. A los dieciséis años conocí a Juan José Arreola, quien impartía un taller literario en su casa. Durante cuatro años asistí a ese taller que para mí fue definitivo. Arreola editó mi primera novela, titulada La tumba, a mis diecinueve años, es decir hace exactamente veintiún años. La presentó a varias editoriales, pero se la rechazaron por mi edad, ni siquiera la quisieron leer, decían que a esa edad no se presentaban libros a editoriales. Arreola se molestó y editó por su propia cuenta la novela. Tuvo una buena acogida. A los veintidós años volví a publicar La tumba, en una edición masiva, y otra novela llamada De perfil en la editorial Joaquín Mortiz. ¡Ah!, también publique mi autobiografía en una serie que se llamó Nuevos Narradores Mexicanos del Siglo XX presentados por sí mismos. Éramos todos menores de treinta y cinco años y ahí presentaron su biografía autores como Sergio Pitol, Salvador Elizondo, Carlos Monsiváis, Gustavo Sainz, Vicente Leñero, José de la Colina, Marco Antonio Montes de Oca, en fin, medio mundo. Imagínate, fue un verdadero escándalo. A mucha gente le pareció un sacrilegio que gente imberbe estuviera publicando su autobiografía. En especial les molestaba mi caso porque yo, con mucho, era el más joven.
En lo que se refiere a las lecturas debo decirte que entre los autores que me dejaron una huella profunda, hay dos que leí muy jovencito: Ionesco y Nabókov, especialmente este último con su novela Lolita. Los dos me enseñaron, en cierta manera, a no tenerle miedo a las palabras, a jugar a fondo con ellas, a no tenerle miedo tampoco a las situaciones que pudieran parecer absurdas, a manejar la fantasía y la imaginación.
‒¿No le ha molestado esa precocidad inicial en su obra posterior, digamos en su obra de madurez?
‒Si, por supuesto. Un problema, por ejemplo, es estar madurando a la luz pública. Es muy difícil. Se resienten muchas presiones y las presiones excesivas entorpecen el desarrollo natural del artista. El hecho de adquirir autoridad muy jovencito hace que los ojos de mucha gente estén enfocados en uno y que las apreciaciones se vuelvan en ocasiones hipercríticas. Se les olvida que la literatura es un arte de viejos, que las grandes obras se van escribiendo a una cierta edad, especialmente después de los cuarenta. De mis libros hay algunos que me satisfacen hasta cierto punto, por lo que representaron para mí en su momento. Por ejemplo La tumba es una novela que yo quiero mucho, aunque soy consciente de sus limitaciones y carencias. Pero hay una especie de consenso general en la crítica en torno a tres libros míos y estoy de acuerdo en que son los libros más significativos que he escrito hasta ahora: la novela De perfil de 1966, Inventando que sueño, un libro de cuentos muy novedoso publicado en 1968 y luego la novela Se está haciendo tarde. Sin embargo, yo siento que lo mejor que he escrito es El Rey se acerca a su templo, libro publicado en 1978, dos novelas cortas en donde noto menos fisuras y un tono mucho más logrado. El año pasado publique Ciudades desiertas, novela que tiene lugar en Estados Unidos y que refleja, en cierto modo, aspectos de las problemáticas de la pareja. Fue un libro que despertó muchas polémicas. A mucha gente le gusto, a otra le pareció verdaderamente abominable. Yo he sido, fundamentalmente, un escritor por vocación, parto de impulsos. No puedo evitar escribir, es lo que hago. De repente la necesidad de escribir se vuelve tan apremiante, tan imperiosa, que no hay manera de eludirla. En ocasiones, de hecho muchas, escribo cosas que simplemente me vienen en el momento, casi como una forma de escritura automática: algunos de mis libros están escritos de esta manera. Me he sentado sin saber ni lo que iba a hacer y resulta que me va saliendo el texto. Ya después lo que voy haciendo es irlo vigilando, irlo trabajando, dándole todo ese trabajo de nalgas del que hablaba Alfonso Reyes, en donde hay que ir decantando, corrigiendo y puliendo el material. Otras veces se me ocurren historias, o ciertos personajes me sugieren atmósferas que poco a poco se van concatenando dentro de mí. De repente llega un momento en que ya están listas y me doy cuenta de que ya tengo toda una historia en la cabeza. Procuro nunca apretar mucho lo que quiero escribir, para dar margen grande a la soltura y la espontaneidad. Yo creo que un nivel óptimo de producción para mi es escribir con un máximo de rigor, con la mayor disciplina, pero al mismo tiempo con mucha soltura, con mucha libertad, en una sensación de que todo está aireado y que es espontáneo, natural y auténtico.
‒¿De los escritores mexicanos cuáles son los que más han influido en su obra?
‒Uno de los que más ha impactado en mi formación humana y literaria ha sido, sin lugar a dudas, José Revueltas. Lo descubrí en 1961 cuando leí su primera novela Los muros de agua. Revueltas a mí me apasionó, me convertí en ese momento en un ávido lector de toda su obra. En aquel entonces Revueltas estaba muy subestimado por la crítica mexicana. Ahora es un monstruo, un verdadero mito. Pero en aquel momento estaba en el nadir de la apreciación crítica. Revueltas nos enseñó mucho a todos en cuestiones literarias y políticas y en cuestiones de conducta humana ante la realidad. El otro gran autor para mí fue Juan José Arreola, a quien leí desde muy jovencito. Lo leí antes que a Borges y me deslumbraron sus textos. Me di cuenta de lo sorprendente de su economía, de su brevedad, de lo que implica una cultura universalista de niveles de erudición maravillosa, de los juegos de alta inteligencia para llevar a cabo desde apócrifos hasta todo tipo de bromas, perversiones y travesuras literarias que Arreola practicaba enteramente. Me enseñó mucho. Y también está Vicente Leñero. Su lectura concentraba para mí todas las posibilidades experimentales y técnicas, especialmente en una de sus novelas que me parece magistral, Estudio Q, pero también en El garabato y Los albañiles. Su obra siempre me alucinó.
‒Volviendo a su obra ¿está escribiendo alguna novela ahora?
‒Sí, estoy trabajando a marchas forzadas en el final de una novela que vengo escribiendo hace seis años y que se llama Cerca del fuego, que se publicará en la editorial Joaquín Mortiz.
‒¿Sigue la misma temática de sus obras anteriores?
‒Pues sí y no. Es una continuidad lógica de lo que venía escribiendo, pero al mismo tiempo representa un libro de muchas gamas que no aparecían en mis libros anteriores. Quizás el punto de contacto sea Inventando que sueño de 1968, no en que se parezcan las historias, ni los personajes, ni el tipo de relatos, sino en la apertura global de las premisas del libro, que son muy libres. Es una novela compuesta a base de cuentos, alrededor de cuarenta cuentos de diferentes dimensiones. Hay desde novelas cortas de sesenta y setenta páginas hasta textos de una o dos cuartillas, predominando los textos de seis, ocho y quince páginas. Los cuentos son autónomos, tienen su principio y su fin, pero su concatenación va dando una novela. Esto me permitió trabajar en condiciones de gran libertad, podía prescindir fácilmente de muchas convenciones novelísticas, de juegos estructurales, y me permitía tener muchas aproximaciones técnicas totalmente distintas. Claro que hay un grupo de personajes que abarcan todos los cuentos, pero lo que da unidad es la atmósfera misma del libro. Una atmósfera de tráiler metafísico: una historia de política de horror subjetivo. El libro esta trabajado como en ciertos estratos de terror, pero también de presencia política contemporánea muy intensa.Este año como cumplí veinte años de publicar mi primer libro, se me juntaron varias cosas. Está por salir una antología personal que se llama Furor matutino. Luego hay una nueva edición de un libro de ensayos sobre música rock (yo fui el primer crítico de música rock en México) que se titula La nueva música clásica, publicado originalmente en 1969. Además hay otro que está por salir y que se llama Ahí viene la plaga, una recopilación de los eventos más importantes que le han sucedido a los jóvenes en México desde 1951 hasta 1980. Treinta años de vida juvenil.
‒En sus novelas se refleja claramente la incidencia de la música rock…
‒Sí, en varias, cómo no. Incluso a mí me atribuyen la paternidad de un movimiento literario que llaman de La Onda. Yo he rechazado esto porque siento que realmente es injusto. De los diez libros que he publicado en veinte años solamente tres pueden encajar en esa denominación, que está relacionada con el rock, los chavos, la contracultura. Soy un escritor contracultural, entre otras cosas. En mis libros Se está haciendo tarde, El rey se acerca a su templo y en la obra de teatro Círculo vicioso se tratan estas cuestiones. Pero en realidad todo esto está presente en lo que he escrito desde un principio. Siempre he venido haciendo una especie de rock verbal. Toda la concepción del rock está en mi literatura. Realmente no hubo ningún movimiento. Lo que pasó es que había una serie de autores que compartíamos afinidades muy grandes. Éramos de la misma edad, teníamos puntos de vista muy similares: Gustavo Sainz, Parménides García Saldaña y yo. Luego vendrían Federico Arana, Gerardo María, Juan Villoro, David Martin del Campo, Guillermo Samperio, Agustín Ramos, etcétera. Todos nosotros hemos escrito de una forma individualista, cada cual por su lado. Somos amigos, pero nada más, nunca se nos ocurrió bautizarnos como un movimiento, ni plantear puntos de manifiesto. Al contrario. Éramos muy celosos de preservar lo que cada uno hacia y no queríamos contaminarnos de lo de los otros. Y a eso no puede llamársele movimiento literario, ni nada por el estilo.
‒Para finalizar, como esta conversación saldrá en un medio colombiano, ¿conoce José Agustín algo de la literatura colombiana, fuera de la obra de García Márquez y Álvaro Mutis?
‒Precisamente a finales del año pasado estuve en Colombia y regresé deslumbrado por el riquísimo ambiente literario que hay allá. Leí la novela de David Sánchez Juliao Pero sigo siendo el rey, escrita en Jalisco, y me pareció que la idea se desperdiciaba un poco. El autor, a la larga, se quedó demasiado complacido con el espejo mítico del cine nacional y no logró penetrarlo, se quedó en los brillos de la superficie. Se quedó en los estereotipos mexicanos. Le hizo falta el elemento sardónico-paródico que rompiera con todo eso. Y estuvo a punto de darse eso, porque sí tiene sus elementos la obra. Por otro lado, me ha gustado mucho la novelística de Germán Espinosa, de un barroquismo muy extraño, y la maravillosa novela de Luis Fayad Los parientes de Ester, una manera de realismo que recuerda cierta literatura española. Me hablaron de una trilogía de novelas de Rafael Humberto Moreno-Durán, pero no pude conseguir los libros y me quede con las ganas de leerlos…