Arder el mundo: poéticas desde la izquierda radical: movimientos sociales y vanguardia cultural

- Samuel González Contreras - Monday, 26 Aug 2024 06:26 Compartir en Facebook Compartir en Google Compartir en Whatsapp
A mediados del siglo pasado, concretamente las décadas de los sesenta y setenta, el mundo sufrió un vuelco político, ideológico y cultural, cuyas consecuencias determinaron, para bien y para mal, más de un rasgo del mundo que ahora vivimos. En este ensayo se revisa ese período y se afirma: “Fue justamente esa época la que entrañó un extravagante encuentro entre el marxismo, el anarquismo, el surrealismo, el situacionismo y ciertos fragmentos y anhelos nihilistas.”

Hermanos y hermanas, ¿Cuáles son sus deseos reales? ¿Estar sentados en la cafetería, con
la mirada distante, aburrida, bebiendo un café que no sabe a nada o, quizás, volarla o
prenderle fuego? Angry Brigade, Comunicado nº8.

El poder que existe actualmente sólo puede habernos sido arrebatado a nosotros y, en consecuencia, sólo nosotros podemos reconquistarlo. No somos deudores de nadie porque no poseemos nada. ¡Pero justo por eso somos los acreedores más amenazantes!Internazionale Situasionista. 1156

para Javiera.

Sasha oscilaba un abismo de manera temeraria y extraordinaria. Se trataba de un joven de veintiún años hacía finales del siglo XIX, militante de la agrupación nihilista Narodnaïa Volia (Voluntad del Pueblo). Condenado a la horca por atentar contra la vida del zar en el imperio ruso. La historiografía reaccionaria anhelaría encontrar en su caso la justificación perfecta para la supuesta venganza de Lenin, quien era hermano menor de este revolucionario que luchaba contra el zarismo y el capitalismo. Era, después de todo, el nihilismo extremista iniciando el siglo, a tientas, entre murmullos y dinamita en los labios: ¿emisarios de la nada?, tal y como se titula uno de los libros al respecto. ¡Eran esos jóvenes dispuestos a todo! A contraponerse al mundo para quemarlo, a disponer de sí para atreverse a convertir la vida en un conjuro difuso, pero explosivo. ¿Una bomba, un atentado? Jamás se trató de eso.

El nihilismo surgido en esa época constituye un horizonte existencial y político serio y devastador, continente sin ramales advenedizos. Noticias serias sin ser resaltadas, pero motivadas debidamente, pues quien alcance el estupor de la noche deberá a la noche como motivo. ¿Los motivos del nihilismo? La evidencia de un mundo putrefacto que había que derribar a como diera lugar.

Sin siquiera sospecharlo, es probable argüir una continuidad poética y política entre el terrorismo nihilista ruso, las experiencias revolucionarias de la primera mitad del siglo XX, las vanguardias artísticas, sobre todo en torno al dadaísmo, el situacionismo y el surrealismo, y la intensa constelación de guerrillas urbanas juveniles gestadas en los setenta: Montoneros y Partido Revolucionario de los Trabajadores-Ejército Revolucionario del Pueblo (Argentina), United Red Army (Japón), Liga 23 de septiembre (México), Fracción del Ejército Rojo (Alemania), Brigadas Rojas (Italia), Tupamaros (Uruguay), Angry Brigade (Inglaterra), Action Directe (Francia), Weather Underground (Estados Unidos) Grupos de Acción Revolucionaria Internacionalista (GARI-Estado español), entre muchas otras.

En una secuencia ‒escolástica e ilustrativa‒, podríamos colocar a un joven intelectual y nihilista ruso, extremista y terrorista; a un exdadaísta, situacionista o surrealista, aliado e incluso militante de la extrema izquierda y del combate frontal al fascismo, y a esos jóvenes de los setenta, estudiantes y jóvenes obreros, cuya relación puede hallarse de manera burda en su disposición a la violencia, pero cuyos anclajes nos lanzan al interior de potentes y complejas poéticas y de una ferocidad política y utópica envidiable.

A propósito de ello, los dadaístas, tras retirarse de una “glamorosa” exposición en Zúrich, exclamaban: “La moral consume, como todos los azotes de la inteligencia. El control de la moral y de la lógica nos ha impuesto la impasibilidad ante los agentes de la policía, causa de nuestra esclavitud, pútridas ratas de las que está repleto el vientre de la burguesía.”

Alejándonos de la pretenciosa –o quizás perniciosa– pregunta sobre su eficacia histórica o política inmediata (sus vidas a custodia de la historia), cuestión que podría resolverse vulgarmente en unos cuantos minutos, podríamos aproximarnos a estas experiencias intentando preguntarnos por qué algunas de las mentes más brillantes de esas generaciones (referencia explícita al conocido poema Howl, escrito por Allen Ginsberg), llegaron a la conclusión de que era necesario pasar al extremismo, el insurreccionalismo y a las armas, con el fin de acelerar la historia y aproximarse a un futuro radicalmente distante y diferente a la realidad que les circundaba.

¿A qué se debe que esos jóvenes, impregnados por el ’68 (en sus distintas versiones), ya sea por dirigirlo, vivirlo o atestiguarlo, llegasen a la conclusión de que era viable y necesario hacer explotar e incendiar el mundo? De hecho, el documental lanzado por Adachi y Wakamatsu, integrantes del Ejército Rojo Japonés, vanguardistas directores de cine y militantes de la resistencia palestina, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) para ser precisos (1971), ostenta un título que resulta nada menos que un elogio y un llamado a la violencia revolucionaria: Declaración de guerra mundial. De la misma forma la idea de forjar una Fracción del Ejército Rojo (Alemania), alude al horizonte de promover una lucha necesariamente internacional e internacionalista.

A través de una consigna, cuan idea-fuerza, la juventud italiana impulsó potentes movilizaciones y disturbios en 1968. Se trataba de una seria madeja de intensidades entretejidas. Tan sólo unos meses antes, durante 1967, en las calles de París se coreaba: “crear uno, dos, tres Berlín”, tras los enfrentamientos iniciados en esa y otras ciudades alemanas, ante el terrible e impune altercado al dirigente estudiantil Rudie Dutschke, quien fue baleado en el cráneo y no logró recuperarse. Las protestas desatadas en ese entonces en Alemania (RDA) empuñaron el incendiario lema del Che Guevara: “crear uno, dos, tres Vietnam”, y tenían como antesala y referente, tanto a la Revolución cubana como a la radicalidad del movimiento estudiantil japonés, que para ese entonces solía enfrentarse a la policía mediante cuadrillas bien organizadas y equipadas con cascos, guantes y puntiagudos palos de bambú.

Tras sus primeros atentados y el terrible altercado en contra de Rudi Dutschke (dirigente de las movilizaciones estudiantiles de 1967 en Alemania), y anidando en su radicalismo explosivo, la brillante Ulrike Meinhof (Fracción del Ejército de Alemania) declaró: “Arrojar una piedra es una acción punible. Arrojar mil piedras es una acción política. Incendiar un coche es una acción punible, incendiar cien coches es una acción política. Protestar es denunciar que eso o aquello no es justo. Resistir es garantizar que aquello con lo que no estoy conforme no se vuelva a producir.”

La poética de algunos de estos grupos solía enraizarse en el caudal profundo de la historia social y cultural de las clases y grupos subalternos. Como puede escucharse en voz de un militante, filmado en 1994, para el documental Montoneros, una historia: “Si buscamos qué quiere decir montoneros…Montón: cantidad abundante, partida armada conformada por tiradores a caballo ante el ciclo de las guerras civiles. Se dice que el gaucho durante las guerras civiles del siglo XIX formó parte de las guerras civiles provinciales. Movimiento guerrillero. Los que pelean en montón…”

Este intenso y caleidoscópico sincretismo logró calar, forjarse e intervenir, desde las fibras más sensibles e irradiantes de la cultura de muchas sociedades. Tal y como reclama una conocida consigna empuñada por Montoneros:¡San José era carpintero y María era modista, y tuvieron un hijito guerrillero y peronista!(http://www.elortiba.org/old/cantitos.html). En otra versión de esta misma consigna se puede escuchar: “¡San José era radical y María socialista, y parieron un hijito montonero y peronista!”

La masificación de las universidades, así como la urbanización acelerada supuso la proletarización del trabajo intelectual en las sociedades capitalistas hacia la segunda mitad el siglo XX (Mandel), lo cual constituyó una expansión hegemónica en un sentido, necesaria para la profundización y expansión de la acumulación privada de la riqueza a gran escala, cuya escolarización era un riesgo pero una necesidad urgente (Ilich) y, en otro, un derecho conquistado, cuyo costo resultó enorme en términos vitales para la vida y las luchas de las clases y grupos subalternos (Freire), pues implicó la deserción de un estilo de tutelaje sobre la conformación de la conciencia colectiva. Después de todo, se trataba de la transferencia y acaecimiento del conflicto de ciudadanización al terreno de la educación, pues tanto mujeres como las y los hijos de las clases trabajadoras anhelaban y pugnaban por acceder a la educación en los términos escolares que suponía el Estado moderno.

En esa misma medida, se instalaron las coordenadas sociopolíticas y culturales para una nueva conflictividad entre las universidades, el Estado y el gran capital y, en sus vórtices más agudos, entre el estudiantado, las clases dominantes y el gobierno, lo cual denota, en sus profundidades, la brutal contradicción entre capital, trabajo y saber. De ahí que, a partir de la segunda mitad del siglo XX, las universidades anidaran, concentraran y condensaran un cúmulo de contradicciones, en donde se expresó frecuentemente el máximo fervor revolucionario, ante diversos contextos.

Si el ’68 logró instalarse como una ubicación identitaria de conflicto (o al menos de irreverencia) es justamente porque se forjó en esa entronización, en donde las condiciones estructurales descritas son resultado también de la capacidad de agencia por parte del estudiantado. Al oponerse al carácter fabril e instrumental de la formación universitaria o profesional y aspirar a la autonomía universitaria, en clave clasista (en alianza con las clases y grupos subalternos), se manifestaba, desde sus entrañas, esa contradicción entre los alcances instrumentales y las posibilidades emancipatorias de las universidades y del ámbito de la educación escolarizada en general.

Después de todo, era el epicentro del debate entre Freire, Freinet e Ilich. ¿Acaso las instituciones educativas estatales podrían convertirse en una trinchera (Gramsci) o campo de batalla que apuntase a la emancipación? Se trataba del laberinto zarpado por la consigna: “del salón de clases a la lucha de clases”. ¿Era posible? En la opinión de Daniel Bensaïd y Henri Weber, integrantes en ese entonces de las Juventudes Comunistas Revolucionarias (organización protagonista de las protestas tanto en Francia como en Alemania), y quienes escribieron en el contexto del mayo francés 1968: un ensayo general, la movilización estudiantil era el resultado del empalme y encuentro de diversas crisis: por un lado una crisis de los valores de las sociedades burguesas, con los cuales la juventud no sólo se sentía distante, sino en abierta oposición; una crisis del movimiento obrero internacional, expresada en tensiones y rupturas internas, en su carácter estalinista, incapaz de comprender la emergencia de nuevas tendencias al interior de los partidos comunistas tradicionales, así como una crisis de la función de la educación universitaria que perfilaba un profundo reacomodo educativo capaz de adaptarse a las necesidades capitalistas surgidas hacia la segunda mitad del siglo XX, lo cual tendía a la proletarización del trabajo intelectual, a una especialización y tecnificación cada vez más aguda, y arrojaba a la juventud profesionista sobre un futuro incierto de desempleo y penuria (que no era la situación experimentada simétricamente por la juventud en el tercer mundo). Todo ello generaba una profunda desafección y falta de identificación de las nuevas generaciones con el sistema político predominante.

Para los autores de dichas tesis, esas condiciones brindaron sustento al papel vanguardista del movimiento estudiantil, incluyendo en su interior el dinamismo e impacto de sus grupúsculos, y a la emergencia de nuevas y explosivas formas de lucha que cobraron forma en enfrentamientos y disturbios que, además, fueron capaces de mezclarse e intercalarse con otras formas de lucha.

Si bien la década de los setenta implicó una declinación en la masividad de las protestas juveniles y estudiantiles, la politización abierta en el período anterior fungió como fermento para la radicalización de numerosos núcleos militantes, así como para la fundación de nuevas organizaciones de izquierda radical (al margen del control estalinista y socialdemócrata) que lograron insertarse e incentivar diversos procesos organizativos en el campo y la ciudad, incluidas tanto la guerrilla urbana y rural, como el terrorismo. Desde luego, en esa misma medida la represión no se hizo esperar de ninguna forma. Durante esas dos décadas se abrió un proceso de renovación de los horizontes revolucionarios a nivel mundial: Cuba, Vietnam y Argelia, durante los sesenta, y, la victoria de Allende en Chile (1971), Portugal (1974), la caída de la dictadura en Grecia (1974) y la revolución de los claveles en Portugal (1974), experiencias que mantenían la ventana abierta para un cambio social desde la raíz.

Más allá de las explicaciones y lecturas efectistas y artificiosas, quizás podríamos preguntarnos de dónde surgieron, y qué sentidos portaban estas poéticas que, lejos de ser un mero argumento ideológico o discursivo, constituyeron brújulas y horizontes para conducir la vida de decenas de miles de jóvenes durante el siglo XX. Uno de sus ejemplos más extremos, y exquisitos, puede apreciarse en la sección italiana de la Internacional Situacionista, la cual aduce inclementemente dentro de su programa:

¡No se ría, querido lector! Aún le queda por ver lo mejor de todo:

1. A la extirpación brutal, sangrienta y violenta de todas las dinastías y de todos los gobiernos, sean cuales sean sus denominaciones y formas.

2. A la abolición definitiva y completa de las clases sociales, fundiendo todas las que existen en una sola de productores libres.

3. A la igualdad económica y moral de los individuos de ambos sexos.

4. A la transformación del odioso privilegio de la herencia en un derecho general, con el fin de que, en el futuro, la propiedad sea proporcional a la producción de cada uno.

5. A la propiedad colectiva del suelo.

6. A la emancipación de la mujer y de los niños de cualquier tutela, de los debidos vínculos de amor, de respeto y de sumisión, y de todos los viejos restos de la barbarie paterna.

Esta poética se encontraba amalgamada y forjada al calor de las experiencias revolucionarias de la segunda mitad del siglo XX. En la última carta de despedida del Che Guevara dirigida a sus padres (¡la cuarta!), puede leerse, desde un umbral brutalmente tierno y radical:

Queridos viejos: Otra vez siento bajo mis talones el costillar de Rocinante, vuelvo al camino con mi adarga al brazo…Creo en la lucha armada como única solución para los pueblos que luchan por liberarse y soy consecuente con mis creencias. Muchos me dirán aventurero, y lo soy, sólo que de un tipo diferente y de los que ponen el pellejo para demostrar sus verdades.

Puede ser que ésta sea la definitiva. No lo busco, pero está dentro del cálculo lógico de probabilidades. Si es así, va un último abrazo. Los he querido mucho, sólo que no he sabido expresar mi cariño, soy extremadamente rígido en mis acciones y creo que a veces no me entendieron. No era fácil entenderme, por otra parte, créanme, solamente, hoy. Ahora, una voluntad que he pulido con delectación de artista, sostendrá unas piernas flácidas y unos pulmones cansados. Lo haré.

Si la desesperación era el síntoma, esas poéticas constituían ‒nada menos que‒ su restauración en términos vitales y de un combate destinado al infinito más audaz e irreverente. Fue justamente esa época la que entrañó un extravagante encuentro entre el marxismo, el anarquismo, el surrealismo, el situacionismo y ciertos fragmentos y anhelos nihilistas. Quizás la disyuntiva no es más por su viabilidad, como lo es en cambio su propia posibilidad a mitad de una época que continúa produciendo abismos y nos conecta con esa radicalidad.

Es posible advertir desde el campo de la izquierda radical y anticapitalista, una profunda crítica en términos estratégicos, e incluso éticos y existenciales, para todas estas experiencias. Quizás su arrojo terminó siendo raptado por un callejón sin salida. Y, sin embargo, más allá de concebir en esos procesos un mero fanatismo, podríamos también aducir un contenido existencial, poético y político, que anuda un hermoso y potente vitalismo revolucionario.

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