Federico García Lorca y la Pena andaluza
- Juan Vadillo - Sunday, 01 Sep 2024 07:15¡Ay, maresita del Carmen
qué pena tan grande es
estar juntito del agua
y no poderla beber!
Manuel Machado, Cante hondo
Hoy, a ochenta y ocho años de su muerte, conmemoramos al gran poeta, dramaturgo, músico, folclorista y dibujante Federico García Lorca, asesinado en el mejor momento de su vida por la Guardia Civil franquista. La ironía trágica, con la que él mismo había trazado muchos de sus romances, llegó a su vida como si se tratara de una premonición. Tanta riqueza, tanta inspiración aniquilada de un solo gatillazo, una imagen dolorosa que se acerca al concepto que el mismo poeta tenía sobre la Pena andaluza. En la conferencia recital del Romancero gitano, García Lorca advierte que en su libro hay un solo personaje, la Pena. El poeta se está refiriendo a una pena en particular, la pena andaluza.
El significado es muy complejo; en principio podríamos decir que es una manera de sentir la vida. En palabras de Joel Caraso, se trata del “dolor y el ansia de sentirnos vivos y saber al mismo tiempo que no puede durar ni el ansia, ni el dolor ni la vida misma”. Hasta aquí podemos decir que la Pena es una manera de sentir la vida con dolor. No obstante, hay que aclarar que también se trata de un dolor por dejar de sentir dolor. Es decir que, además de sentir dolor por el hecho de vivir, duele todavía más la conciencia de que ese dolor inevitablemente va a terminar cuando termine la vida. En este sentido Lorca apunta que la Pena “es un ansia sin objeto […] con la seguridad de que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la puerta”. Entonces la conciencia de la muerte sostiene el dolor de la Pena. El “ansia sin objeto” a la que se refiere Lorca tiene que ver con esa conciencia, con ese estado anímico en que el deseo de la muerte se da a la vez que el anhelo de seguir viviendo.
Empezamos a trazar el sentido paradójico de la pena, que implica la presencia simultánea de la vida y la muerte. De esta antítesis, que está en su raíz, se desprenden al menos dos series paradigmáticas de oposiciones que confrontan el placer con el dolor, el agua con la sed, la alegría con la tristeza, etcétera. En este sentido podemos entender que la Pena de Federico no es la tristeza, pero sí puede surgir de la tensión que se genera cuando se enfrentan la alegría y la tristeza. Luis Rosales advertía en su ensayo sobre el Romancero gitano que “la alegría, en su última razón de ser, se encuentra al borde de la Pena”.
Entonces la tensión se genera a la hora de enfrentar los opuestos. Recordemos los versos de Manuel Machado: “Madre, Pena, suerte, Pena, madre, muerte/ ojos negros, negros, y negra la suerte.” Tensión contrapuntística que hace temblar a la Pena contraponiendo la vida (la madre) con la muerte, tensión que se resuelve en el destino fatal (negra suerte). En este sentido la ironía trágica se parece mucho a la Pena lorquiana, uno de los mejores ejemplos está en los siguientes versos del “Romance de la pena negra”: “Soledad de mis pesares/ caballo que se desboca,/ al fin encuentra la mar/ y se lo tragan las olas.”
Es decir que cuando el personaje Soledad Montoya encuentra todo lo que había buscado en la vida, en ese momento encuentra también la muerte.
Algo parecido sucede en el “Romance sonámbulo”: la gitana que sueña en su baranda no se suicida porque su amado viene desangrándose desde los puertos de Cabra sino, todo lo contrario, por la posibilidad de que llegue con vida. Es la única manera de que la Pena tiemble entre el amor y la muerte.
La Pena también puede surgir cuando se enfrentan el dolor y la belleza, cuando la belleza aparece como una revelación, en los momentos de mayor dolor. Pedro Garfias ilustra esta idea con toda claridad:
Ya es triste de por sí el calabozo. Los implacables barrotes, la hermética puerta y la faz adusta del carcelero. Pero si a esto le añadimos una ventanita al mar desde la cual pueden percibirse los ágiles barcos que pasan y vuelven a pasar cada día, de la luz a la luz, de la vida a la vida, ¿qué tinieblas más densas las del alma del pobre preso?
Aquí la esencia de la Pena se encuentra nuevamente en la tensión que crean los contrarios: estar preso y mirar el mar. La belleza del mar se vuelve más intensa y más dolorosa. Nadie aprecia más el mar que este preso desde su ventana. Y ese dolor, provocado justamente por la belleza, se transforma en pena de verdad, que luego inspira la copla: “Carcelero, carcelero,/ ábreme esta ventanita/ que quiero hablar con el cielo.”
“La mujer en el cante jondo se llama Pena”, advierte García Lorca, en una alusión al dolor de la belleza que se entrevera con la presencia-ausencia de la amada. En este sentido Christian de Paepe apunta que la mujer en el Poema del cante jondo de Federico representa “el paraíso perdido para siempre”. La Pena se dibuja en el juego de la presencia-ausencia de la amada, ausencia que paradójicamente puede sentirse en la presencia, en la piel. Así como la posibilidad de ya no sentir el dolor duele más que el dolor mismo, la propia sensualidad de la piel entraña la amargura de su inevitable ausencia. La Pena andaluza –advierte Luis Rosales– es una “sensualidad de fibra amarga, peinada y macerada entre los párpados de la carne.”
“En las coplas la pena se hace carne […] es una mujer morena que quiere cazar pájaros con redes de viento”, nos dice Lorca, aludiendo al amor imposible. En este sentido –advierte el poeta granadino–, la Pena “no tiene nada que ver con la melancolía, ni con la nostalgia”, en esta última el dolor se siente cuando el amado se ha ido; en cambio la Pena se deja sentir aun cuando el amado está presente, porque aun así es imposible poseerlo. La Pena es constante y siempre se percibe en el presente; en eso se distingue de la saudade, la morriña y el blues, que generalmente implican una nostalgia por el pasado.
“El arte enduendado nace de la Pena. Es la Pena que dicta las coplas más intensas del cante jondo,” nos dice Christopher Maurer en sus reflexiones sobre las conferencias de Lorca.
La Pena por medio del cante tiene la virtud de sublimarse a sí misma, pero después regresa a su dolor, haciendo más grande la herida. Por eso Lorca apunta en una de sus conferencias que “el duende ama el borde de la herida”. El duende encuentra en la Pena el dolor del origen, del paraíso perdido para siempre.